Sheffield es una ciudad del condado británico de Yorkshire conocida principalmente por su industria del acero. Es, además, la ciudad donde se rodó Full Monty. Y también es el lugar que vio nacer a los Arctic Monkeys, quienes llenaron el Palacio de los Deportes el pasado viernes. Alex Turner y su banda han crecido. Ya no son los quinceañeros rebeldes que se presentaron al mundo en 2003. Ahora, Turner luce tupé engominado, mira con altanería, y se arregla el pelo al más puro estilo del Danny Succo que en los ’70 interpretó John Travolta.
A los amantes del punk de pelo teñido (dudo entre decir de rubio o de amarillo, una versión menos diplomática pero seguramente más cercana a la realidad) que me rodean con la bandera británica al cuello; esto no parece impresionarles mucho. A ellas, las adolescentes suprahormonadas que llevan haciendo cola desde las 10 de la mañana; las vuelve locas.
Y es que eso fue lo que se vio en el concierto, una distinción evidente entre los seguidores de antaño y los que llegaron hace poco, una especie de Generación Grease.
Les costó a los ingleses conseguir que todo el estadio se contagiase del entusiasmo propio de un concierto. Comenzaron con ‘Don’t Sit Down ‘Cause I’ve Moved Your Chair’ de su último trabajo Suck It And See (2011) y fueron alternando “new shit and some old shit like this”: ‘Brainstorm’, de su disco publicado en 2007, Favourite Worst Nightmare. No fue hasta ‘When The Sun Goes Down’ (17 temas después) que dieron lo más de sí, lo que todos recordábamos como la esencia de los Arctic Monkeys.
Fue un buen directo, sí, pero de los que saben a poco. Nadie pidió un encore, ni siquiera el ‘Mardy Bum’ que tantos carteles solicitaban. La banda de Sheffield ha crecido, y parece que, como los protagonistas de Grease, tienen la cabeza en otra parte.