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Todas las vidas del Canciller

Interior Aldi Canciller (2020) / María Cantó.
Interior Aldi Canciller (2020) / María Cantó.

Cine, discoteca y supermercado. Recuperamos la historia de uno de los lugares más míticos del este de Madrid

Como ocurre con los accidentes, cuando se habla de las salas de cine hay que contabilizar los muertos y los supervivientes. En julio de 2020, la cadena alemana de supermercados abrió el Aldi Canciller. Tal y como figura en su página web, el establecimiento «tiene dos plantas y una entrada de cine, literalmente, ya que en los años 60 el espacio era una sala de proyección y en los 80 se convirtió en un icono musical al habilitar una zona para conciertos». Con su apertura se contabilizan ya cuatro cines en Madrid que han sido comprados por esta empresa: los cines Roxy, en el distrito de Chamberí, los Lido, en Tetuán, y los Victoria, en Guindalera.

Pero antes de que las empresas de alimentación se los rifasen, allá por finales de los setenta y principios de los ochenta, cuenta el periodista Iñaki Domínguez en Macarras Interseculares (2020) que los cines eran focos de la vida cultural de los jóvenes. El cine Galaxia, el Aragón, el Mundial, el Ventas, y el Canciller. Solo la cara de quienes pasaron infinitas tardes en sus butacas se iluminan al recordarlos. Como la de Rosa (57 años), vecina de La Elipa, que cuenta cómo ir al cine era de los pocos entretenimientos posibles en la época. «En la televisión solo había dos canales, así que la única forma de ver algo distinto era yendo al cine. Me acuerdo de ir con mis amigas y que mis hermanos subieran al gallinero para escupirnos». Era un sitio donde se iba a ligar, a beber, fumar y ya de paso, ver alguna película. Uno de los motivos, resalta Domínguez en su libro, es que era ahí donde la juventud tenía acceso a todo lo que había estado prohibido hasta ese momento.

Fotografía del cine Canciller / Macarras Interseculares (Iñaki Domínguez, 2020, Editorial Melusina).
Fotografía del cine Canciller / Macarras Interseculares (Iñaki Domínguez, 2020, Editorial Melusina).

El Canciller, situado en la calle Virgen de la Alegría 14, en el distrito de Ciudad Lineal, abrió sus puertas en 1964, y si eras del barrio era improbable que no te hubieras sentado en alguna de sus 1.290 butacas. Cada tarde un segurata vestido de «pingüino» se peleaba con todos los gamberros que iban a ver los estrenos de ese momento, como El Coloso en Llamas. A diferencia de otros cines de barrio, en el Canciller se ponían estrenos y no había las míticas sesiones continuas en la que los géneros y las épocas poco importaban. «El Canci era el cine pijo del barrio», comenta Fernando (57), vecino de «la Conce», para el que las diferencias entre los cines del vecindario también reflejaban el poder adquisitivo de la zona. En ese tiempo, la cultura tampoco estaba exenta de política. «Los cines de Madrid murieron al hacerlo el alcalde Tierno Galván», apostilla Rosa.

Desaparición progresiva de las salas de cine

Tras un cierre provisional en 1987, se convirtió en un multicines de cinco mini-salas en 1989. Finalmente, en el verano de 2007 apagó sus proyectores definitivamente y el distrito, tras cerrar en 2005 la sala Aragón, se quedó sin cines. La asociación vecinal Salvemos el Cine Canciller, liderada por Chus Melchor, buscaba la posibilidad de rehabilitar el espacio para usos culturales. Con ese fin, en 2014 asistió a una reunión con representantes políticos del PSOE y UPyD, así como la Asociación MCYP (Madrid, Ciudadanía y Patrimonio). La difícil situación en la que estaban ya las salas en ese momento, agravada por el IVA, la piratería, las políticas anticulturales y la necesidad de ajustar los precios de las entradas fueron algunos de los temas tratados en la reunión. Sin embargo, al ser una propiedad privada, todo intento fue en balde. Seis años después, y tras tres meses de confinamiento, los vecinos del Barrio de la Concepción salieron a la calle a tiempo para ver cómo un gran rótulo azul había sustituido al verde y la esperanza de volver a disfrutar de un cine en el barrio se evaporó.

Según la encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España, el número de personas que han ido al cine en el último año (2021-2022) es de un 27,7%. Durante la pandemia no se recogieron datos, pero su presencia es esencial para comprender la caída en picado de las cifras respecto al año 2018-2019, donde hubo un 57,8% de personas que acudieron al cine. Lo que demuestra que se dejó de ir al cine durante la pandemia y todavía no se ha vuelto. Quizá por comodidad, precio o mayor oferta de plataformas. Lo que está claro, es que el cine no muere (y menos en uno de los años más brillantes para el cine español), pero las salas sí. Ya en 1995, la periodista Nieves Torreblanca se lamentaba en El País sobre el cierre de salas en la capital: «Donde hubo un cine ahora hay un garaje, o una discoteca, o un edificio de nueva construcción. En el mejor de los casos, donde hubo un cine ahora hay un teatro, como el Monumental, o varios multicines, como los Ideal». Ahora, en el peor de los casos, donde hubo un cine hay un supermercado.

El Canci, templo del heavy metal

Pero antes de vender salchichas, el cine Canciller también fue uno de esos tantos cines de los 60 y 70 que albergaron en sus plantas bajas discotecas, como el cine Consulado o el Argentina, y se convirtió en una de las salas de «rock duro» más míticas de Madrid. Por lo que, en algún momento la voz de Bruce Dickinson, vocalista por aquel entonces de Iron Maiden, y la del actor de spaghetti western Terrence Hill se llegaron a entremezclar. En los años 80 no había muchos locales donde escuchar heavy pero sí muchos fanáticos, ya que aunque el pop de la Movida madrileña haya trascendido más, esta también fue la época del esplendor del heavy metal.

Cada jueves y domingo jóvenes metaleros ataviados con muñequeras de pinchos y ropa de cuero se bajaban en la parada de metro de El Carmen para entrar en el templo: El Canci. Manuel (55 años) no pertenecía a ninguna tribu, pero, convencido por un amigo, formó parte más de una vez de ese maremagnum de heavys rockers que se reunían religiosamente en esta sala. «Haciendo la mili, gente que no había estado nunca en Madrid me preguntaba por la sala Canciller». Las colas que daban la vuelta a la manzana eran la prueba irrefutable de su éxito. Aunque la estética, el olor a orina y las reyertas que se producían en los alrededores convertían, a los ojos de los vecinos, en sospechosos habituales a todos los jóvenes que entraban. Al bajar las escaleras, una gran pantalla embelesaba con vídeos exclusivos made in USA de grupos como los Scorpions o Rage Against The Machine, mientras que unos humildes futbolines creaban una acogedora atmósfera que recordaba que el Canciller era un bar de barrio como otro cualquiera.

Fotograma del vídeo promocional de la exposición "Madrid Metal. Una historia ilustrada de los 80" (2021). Ilustración de Felipe Almendros.
Fotograma del vídeo promocional de la exposición «Madrid Metal. Una historia ilustrada de los 80» (2021). Ilustración de Felipe Almendros.

Aunque sus recuerdos están empañados, hay algo que treinta años después Manuel sigue recordando: el movimiento sincronizado de cientos de melenas que se retorcían en la pista al son de las guitarras aéreas que portaban sus asistentes. Este efecto visual era tan hipnotizante que «a veces ni distinguías si era chico o chica porque todos llevaban el pelo largo». Se respiraba el humo de los cigarros y el cannabis, pero también un sentimiento de comunidad y buenrollismo que sorprendió a Manuel y a todos los que cruzaron las puertas del Canci con escepticismo. Con Antonio Rodríguez como gerente, la sala se mantuvo en activo, con algún cierre repentino, hasta 1994 cuando definitivamente tuvo que ser clausurada por incumplir las normas de seguridad contra incendios y algún que otro malentendido con el Ayuntamiento. Después se abrió el Canciller 2 en San Blas, en el mismo sitio donde estuvo la discoteca Argentina, pero no duró demasiado.

Trágica normalidad

En un principio, con la intención de mantener el espíritu de lo que fue, el rótulo de la sala Canciller se colocó dentro del Aldi, al lado de la sección de charcutería. La alegría de poder comprobar que todavía quedaba algún superviviente de la catástrofe duró poco, porque meses después el cartel fue retirado. Como suele ocurrir, hay dos versiones de la historia. Según fuentes del supermercado, el rótulo se quitó para evitar que todos los nostálgicos del barrio se presentasen a hacerse fotos. La otra, es que la cadena no podía mantener el cartel por motivos de derechos de imagen.

Sin embargo, en la planta de arriba del supermercado, no abierta al público, todavía permanecen cogiendo polvo documentos y licencias que pertenecían al cine. Por su parte, la entrada de la antigua discoteca, en la calle Alcalde López Casero 15, es ahora donde el supermercado mantiene el depósito de agua para incendios. Allí, todavía queda algún recuerdo. En la pared, un cartel descolorido en el que se pueden leer los precios de la discoteca. Caballero, 700 pesetas; señorita, 600. Un Whisky Doble V, 800 pesetas; un Ballantine’s, 900. Y en las famosas escaleras, que en su momento daban paso a la pista, el cartel original verde y amarillo con las letras del Canciller tumbado, despojado de vida. Su retirada borró toda señal de que alguna vez hubiese existido otra cosa que no fuese una tienda. Y es que, como ocurre con los accidentes, pasados unos años, los restos de que ahí pudo ocurrir una tragedia se disipan y la normalidad recupera su curso.

María Cantó

Periodista especializada en cultura. Escribo sobre todo lo que me ilusiona.

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