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Cuando San Sebastián se convierte en Hollywood

San Sebastián de Hollywood
San Sebastián de Hollywood

Proponemos un recorrido por tierras donostiarras a través de sus lugares más importantes durante el mes de septiembre: los cines.

“Y eso que ves entre la bruma, esas casitas que se empiezan a vislumbrar con el mar de fondo, eso es San Sebastián”. “¿Eso?”, pregunté. Poco o nada veía a través de las nubladas ventanas del autobús que se preparaba para entrar de lleno en una niebla que aterraría al mismísimo Stephen King. Enfilé la salida de la estación arrastrando mi pesada maleta y asomándome con cautela mientras me abrochaba la capucha lo vi al fin, con letras proyectadas sobre el último gran edificio hasta el que llegaba mi vista: 

DONOSTIA ZINEMALDIA. FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN.

Que mi primera toma de contacto con la ciudad fuera a través del Kuursal, el edificio que terminaría frecuentando más, no me pareció nada casual. Al contrario, era toda una declaración de intenciones sobre lo que se iban a concentrar mis ojos durante los 11 días que estuviera allí, el cine. Si en ese momento alguien me hubiera preguntado eso de ‘business or pleasure’ que se hace en los aeropuertos, la verdad es que no hubiese sabido qué contestar. San Sebastián ya no era San Sebastián, sino Donosti. Y la lluvia ya me era casi imperceptible, pues desde ese momento estaba en una nube.

Me presento. Soy David, David Pardillos. Así es, no toques lo que
sea que estés usando para leerme. Soy yo, en vivo y ahora también
en estéreo. Esta playlist que te comparto no es toda la música que
escuché en aquellos maravillosos diez días, como tampoco estas
páginas reflejan la totalidad de mi estancia. Es solo un resumen de
experiencias, una lista que condensa algunos de los sentimientos y
emociones que viví a través de los temas que desfilaron por mis
oídos mientras paseaba por San Sebastián. Puedes escucharlos aquí
mientras lees las líneas que siguen debajo. Espero que lo disfrutes.

Primera parada: El Kursaal

Casi como si emergiera del río Urumea que divide San Sebastián cual Coloso de Rodas, el Kursaal es el primer y más importante edificio de todos, la capital del país del cine en el que se convierte la ciudad con el festival. Si para muchos el cine es una religión (o incluso más que eso), no es casualidad que la mayoría de proyecciones, presentaciones y ruedas de prensa sean albergadas en un complejo cuyo nombre es, traducido al castellano, “sala de curas”. Diseñado por el prestigioso arquitecto Rafael Moneo e inaugurado en 1999, el Kursaal representa como ningún otro cine la modernización de Donostia, su apertura a un nuevo siglo y todo lo que trae consigo: globalización, digitalización y, sobre todo, la posibilidad de competir internacionalmente con otros enclaves del cine como el Palais de Cannes o el Palazzo de Venecia

Aunque parezca mentira, lo mejor del Kursaal no está en sus plantas de dentro, sino en su imponente diseño exterior y, por encima de todo, su localización. Porque el gigante que se ve desde lejos te recibe de la forma más cordial una vez has cruzado su puente, con una interminable alfombra roja que hace que te preguntes si de verdad estás en San Sebastián o en Los Ángeles. Entre los muchos carteles que poblaban esta avenida de la fama, hubo uno que me hizo especialmente gracia. Junto a las grandes letras del patrocinador, el canal de pago TCM, se podía ver sobreimpresionado el impoluto camino de baldosas amarillas con la ciudad Esmeralda al fondo. No dejaría de mirarlo cada vez que pasara por allí. 

Cines Trueba: El barrio que vive oculto

No muy lejos del lujo y oropel, cruzando el Paseo de Colón por la Iparragirre Kalea, se llega a la antítesis del Kursaal, los cines Trueba. Pasar del Kursaal a los Trueba es lo más cercano a que te fiche el Real Madrid y te ceda al Rayo Vallecano. Sigues geográficamente en el mismo sitio, pero el ambiente es radicalmente distinto: la presión en el aire se reduce, tus pisadas se vuelven más lentas, no notas las aprensivas miradas de la gente y tus compañeros de sala son modestos trabajadores ―cuando no ancianos― que han hecho un pequeño descanso. Casualidades de la vida, veo allí La última primavera, una película sobre una familia de la Cañada Real tan humilde como entrañable, que intenta afrontar un cambio generacional y que no deja de ser una preciosa metáfora de estos cines frente a la popularidad del Kursaal. 

Sumido en esa apacibilidad que proporcionan las butacas del Trueba y aprovechando un pequeño alto al fuego entre la lluvia y las proyecciones, salgo al Puente de Catalina y recorro toda la Avenida de la Libertad hasta llegar al sitio con más asientos, mejor iluminación y efectos que ni el 5D soñaría con conseguir: la playa de la Concha. Daba igual que hubiera llovido un rato antes, o que el agua estuviera más fría que algunas de las películas visionadas ―la mayoría de ellas, para sorpresa de nadie, del este de Europa―, uno ha veraneado en Santander desde pequeño y sabe lo que es el agua del Cantábrico. Nunca un agua tan fría sentó tan bien, pues con ella no solo me refresqué, también sentí como si me despojara toda la tensión imprimida por aquellas películas de autor. No he estado en el Jordán, pero el agua de Donosti poco o nada tiene que envidiarle.

Teatro Principal: Lo principal es saber conservarse

Aseado y con las energías renovadas gracias a las milagrosas aguas del Cantábrico, no hay que andar mucho para llegar al siguiente pase en el Teatro Principal. De hecho, se puede llegar hasta él sin perder de vista el mar, cruzando el parque Alderdi Eder ―tan exótico en su flora como cuadriculado en su diseño ortogonal que haría las delicias de Wes Anderson― y parando, si se dispone de tiempo, para tomar algo rápido en las dos cafeterías detrás del Ayuntamiento, Ijentea y Oiartzun. Si no es precisamente la hora del tentempié o simplemente eres más de salado que de dulce, la calle perpendicular al Principal, Enbeltran kalea, posee uno de los bares con los mejores (y más baratos) bocadillos de tortilla ―tienen de más cosas pero uno es conservador en lo gastronómico― que jamás he probado, Juantxo Taberna

Al Teatro Principal no te dejarán entrar con nada de eso, pues si por algo se caracteriza este cine ―que durante el resto del año acoge todo tipo de espectáculos, especialmente teatro y danza― es por su seriedad y solemnidad. El Principal no es ya la madre, sino la amona (abuela) del resto de cines. Un teatro que fue fundado en 1843 y solo sufrió una gran renovación en 1930, desde entonces todo sigue prácticamente igual. No en vano le han encontrado cierta utilidad proyectando en él algunos de los films más elegantes y sobrios de todo el festival, siendo un lugar más destinado a los pases de prensa que de público en un afán por mantener ese carácter ciertamente elitista. De parte de un afortunado que lo ha podido ver por dentro, no deja de ser un teatro normal y corriente, siendo su mayor atractivo la fachada con las columnas jónicas en la puerta. Casualidad o no, tiene su gracia que la única parte de este teatro accesible a todos sea precisamente la que remite a los inventores de la democracia.

Cines Príncipe: Tres vías con un mismo destino

Los cines Príncipe son todo lo contrario al Principal, pues la mayoría de pases de público se realizan en él. Para llegar a estos multisala existen dos opciones; callejear hasta la plaza Bretxa atravesando un sinfín de locales en los que ponerte bien de pintxos, u optar por una vía rectilínea menos juguetona pero igualmente estimulante. Como soy muy dado a perderme y el Maps puede ser traicionero, recomiendo subir la Calle Mayor desde el Principal hasta llegar a la imponente Basílica de Nuestra Señora del Coro, y desde ahí tomar la Abutzuaren 31 Kalea (Calle 31 de agosto, que indirectamente remite a la homónima película del director noruego Joachim Trier) hasta llegar a la Plaza de Zuloaga. Los que escojan esta segunda vía, quizá deberían hacer un alto al pasar por dos de los sitios de los que mejor recuerdo guardo, uno al lado del otro. La tarta de queso de la Viña y las camisetas de Bowie y los Beach Boys en Donosti Rock bien lo merecen.

Existe una tercera vía, solo para los más atrevidos y que dispongan de mayor tiempo. Una vía secreta (sí, has leído bien, ni el Maps ha llegado hasta ella) y que requiere ciertas dotes de senderismo. Consiste en cruzar el pasadizo situado a la izquierda de la Basílica y subir hasta llegar a la puerta del Monte Urgull. Es una subida constante en lo físico pero también en lo emocional, porque es desde donde realmente puedes ver la ciudad entera y respirar el aroma del campo que pensabas que solo existe ya en las películas. Como Alicia persiguiendo al conejo hasta la madriguera, escucha el tic-tac de la ciudad, él te llevará hasta unas escaleras que conducen directamente hasta la plaza de San Telmo. Volverás a la realidad, pero justo ahí tienes los cines Príncipe para sacarte de nuevo de ella, aunque sea durante unas horas.

Teatro Victoria Eugenia: Revolución desde dentro

Todos los caminos llevan a Roma, y en San Sebastián Roma es el Teatro Victoria Eugenia. No solo por su fácil acceso desde cualquiera de los otros enclaves mencionados, sino también por su posición jerárquica dentro del festival. Situado en el lado contrario del puente del Kursaal, el Victoria Eugenia se encuentra en medio del paseo de República Argentina y justo al lado del María Cristina, el hotel donde se alojan las estrellas. No es casual la anterior referencia latina, porque este teatro es el mayor paradigma de edificio neorrenacentista español, y en el interior, en su esplendorosa bóveda, están pintados unos frescos que bien podrían remitir a los de los antiguos romanos.

El Victoria Eugenia también encarna como ninguna otra sala la transición del clasicismo del Principal a la modernización del Kursaal, evidenciado en las notables reformas que ha sufrido en la última década y que lo han ido llevando desde el mayor barroquismo a un pragmatismo y diseño funcional que muchos han acusado de aséptico. No obstante, sigue siendo más de 70 años después el mejor escenario posible para estrenar desde la última película de Hitchcock a la del dúo danés conformado por Thomas Vinterberg y Mads Mikkelsen, dos centuriones que nos pusieron a todos en pie con Druk (Otra ronda) e hicieron desfilar por la sala con un orden y ritmo con el que jamás habrían soñado las tropas de la antigua legión.

Bonus track: Ya es complicado ver cinco películas en un día, por lo que te será imposible recorrer todos los cines en una sola jornada. No obstante, hay otras dos opciones tan dispares como gratificantes para ver otra parte de San Sebastián

Antiguos Berri

Durante los días que dura a mediados de septiembre, San Sebastián parece toda ocupada por el festival. ¿Toda? ¡No! Una pequeña zona al suroeste de la ciudad y poblada de unos irreductibles cines aún resiste. Son los Antiguo Berri, y que el nombre no os engañe como la poción de Panoramix, no son tan antiguos. De hecho, disponen de algunas de las salas más modernas en cuanto a equipamiento técnico, solo que sus pases del festival son mucho más reducidos y destinados mayoritariamente a la gente que no vive en el centro de Donosti.

Tabakalera

Atravesando el Paseo de Francia y dejando atrás el puente del Kursaal y el de Santa Catalina, un
edificio blanco y beige emerge de un foso. Tiene una apariencia de fábrica y con razón, pues lo que ahora es un centro cultural antes era una tabacalera. Por dentro se pueden intuir esos espacios, pero todo rastro industrial ha sido sustituido por el museístico. No en vano Tabakalera alberga las películas de la sección Zabaltegi, las que quizá son menos accesibles al público general y cuyo lugar parece más destinado a ser contemplado que entendido.

David Pardillos Rodríguez

Redactor especializado en cine y series. Puedes leerme en eCartelera, Revista Mutaciones y en Cultura Joven. También puedes escucharme en mi podcast de cine, El DeLorean.

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