Flamenco y country, la pureza como necesidad

Blaze Foley Country
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“Ya he salido de prisión / por fin tengo un amigo / no bebe ni roba ni engaña / su nombre es codeína, es lo más bonito que ví / juntos vamos a esperar a morir”, aullaba Townes Van Zandt, insigne figura del country más fuera de la ley, en su canción Waitin’ Around to Die de 1969. Algunos años más tarde, Antonio Núñez El Chocolate, cantaor jondo, entonaba de aquella forma “No quitarme la botella que me quiero emborrachá / dejarme aquí la botella / voy a beber de verdad / y a ver si no pienso en ella / y yo la consigo olvidar”. 

Puede parecer complicado colocar a estos dos artistas en el mismo plano y, sin embargo, ambos comparten un universo particular más allá de aspectos formales. Desde Fort Worth, Texas, el vaquero canta y toca la guitarra con la misma urgencia que el gitano de Jerez de la Frontera. Desde ambos emanan sentimientos de lealtad y de tentación, de gozo y desesperanza, de vida y de muerte, en definitiva, sentimientos y emociones puras. Tanto uno como otro conocen las dos caras de la moneda, no ignoran lo que es tener éxito pero también conocen de sobra la miseria, han padecido el estar tras barrotes y el impulso de ahogarse en excesos.

Al flamenco y al country los unen la misma fuente de pureza y destello, y ambos sufren actualmente del abandono de ese principio íntegro. Esta pureza no debe entenderse únicamente como ortodoxia y canon; nadie puede dudar de que Manuel Molina y John Prine rezumaban pureza y, sin embargo, los dos desarmaron los límites de sus correspondientes géneros. 

Desde hace décadas, tanto el flamenco como el country se encuentran despojados de referentes puros entre el público más joven. La muerte de Justin Townes Earle este mismo verano, cantautor country y folk e hijo del mítico Steve Earle, a los 38 años nos hace recordar esto. Los viejos se hacen cada vez más viejos y nadie les presta atención y los jóvenes, cuando aparecen, nos dejan pronto. A finales de los noventa muere Townes Van Zandt a los 52 años, tras años de abusos con el alcohol y las drogas. Camarón de la Isla fallece el dos de julio de 1992 tras un cáncer de pulmón a los cuarenta y uno y el verano anterior moría a causa de una sobredosis Ray Heredia, el Prince español. El primero se marchaba tras una carrera estelar y el segundo dejaba tras de sí un futuro brillante y prometedor como estrella. 

Emmylou Harris en una de sus actuaciones

Es tras esta década de los noventa cuando flamenco y country se abocan al vacío como géneros para desintegrarse en una nada de fusiones tan nocivas como intrascendentes. Aun así, todavía quedaría tiempo para que dos veteranos de ambos géneros nos regalaran sendos álbumes que, caracterizados por un fuerte componente atmosférico, marcarían un antes y un después. Desde Nueva Orleans, Emmylou Harris lanzaba en 1995 Wrecking Ball, con la colaboración de pesos pesados como Neil Young, Lucinda Williams y Steve Earle. De corte intimista y ambiental, Wrecking Ball consiguió excelentes críticas que llevaron a Emmylou Harris a hacerse con el Grammy por Mejor Grabación Folk al año siguiente y convertirse en una referente del country alternativo. 

En 1996 desde Granada, Enrique Morente lanzaba junto a Lagartija Nick su Omega, tras ser rechazado por las discográficas de Sony y Universal. Omega hizo añicos toda convención que se tenía de la fusión flamenca, fue un salto al vacío, una unión perfecta entre Lorca y Leonard Cohen con psicofonías del rock más eléctrico y el flamenco más litúrgico.  El disco vendería 50.000 copias y, si bien tratado con mimo por la crítica nacional, aún espera a ser descubierto. 


Ni siquiera el auge de la rumba en décadas previas había conseguido apartar al flamenco de su pureza intrínseca y de la fusión bien llevada gracias a artistas como Lole y Manuel, Camarón con su Leyenda del Tiempo en los años setenta, entre otros. Incluso cantaores jóvenes que acababan abrazando la rumba y el flamenco más light poseían ese arte y duende hoy extinto, como era el caso de Duquende y el recientemente desaparecido Parrita. En el country, los años ochenta nos dejaban álbumes inmensos de una nueva generación como el Guitar Town de Steve Earle en el año 1986 y el álbum homónimo de Lucinda Williams en 1988 y carreras fulgurantes como la del bohemio Blaze Foley, autor de canciones como If I Could Only Fly, versionado en dueto por los colosos Merle Haggard y Willie Nelson. Foley fue asesinado por el hijo de un amigo veterano de guerra, tras haberle acusado de robarle la pensión a su padre de forma continuada.

Tras las muertes de grandes promesas y estrellas consolidadas y pequeños grandes destellos de artistas tanto jóvenes como veteranos, ¿qué nos traería el nuevo milenio?

En el año 2006 Taylor Swift lanza su primer disco homónimo y se embarca en una carrera dentro del country pop que durará seis años y cuatro álbumes. Swift, la artista más joven jamás firmada por la editora musical Sony/ATV, dará carpetazo al country pop en el año 2012 para pasarse definitivamente al pop con su álbum 1989, nueve veces disco de platino en Estados Unidos. La carrera de Taylor Swift comienza como la de tantos otros niños prodigio, bajo la tutela de unos padres obcecados con hacer que sus hijos alcancen el éxito, y es aprovechado por los directivos de DreamWorks Records, sello fundado por Steven Spielberg y David Geffen entre otros, para lanzarla a un nicho de mercado aún inexplorado: chicas adolescentes que escuchan country. Atrás quedaron los tiempos en los que artistas de country se labraban su carrera sin golpes de efecto, con las carencias y desaciertos propios de un ser humano. No nos engañemos, el artista como producto de marketing existía desde mucho atrás, pero duele más verlos aparecer en géneros donde el corazón manda. 

Nadie se acuerda ya de esa suerte de country pop de la Taylor Swift adolescente, de la misma forma que nadie rememora el flamenquito que inundó las tiendas de discos y radios españolas ya entrado el nuevo milenio. El cantaor Pedro El Granaíno comentaba en una de sus entrevistas que “hay una palabra que ha hecho mucho daño al flamenco, el flamenquito, en España existe flamenquito en cada rincón de cada ciudad, mientras el flamenco existe en muy pocos sitios”. Así es, y más peligroso resulta cuando observamos que el flamenquito sigue en plena vigencia, pero ahora en formato cool y de tendencia.

Fotograma de Palabra de Agujetas de Juan Cepero

En el año 2017 Rosalía lanza Los Ángeles, un álbum del llamado new flamenco, descafeinado, con poca alma y sin pellizco. La carrera en esto del flamenco le duró a Rosalía bastante menos que a Taylor Swift en el country, pues tres años después de su primer disco parece que está más interesada en hacer canciones con raperos como Travis Scott o reguetoneros como Daddy Yankee o J Balvin. Así pues, Taylor Swift y Rosalía, máximas exponentes en su momento del nuevo country y nuevo flamenco, tienen en común el haber usado estos géneros como trampolín para la fama al ser géneros con un nicho de mercado distintivo. Sin embargo, el vaquero se muere vaquero y el gitano se muere gitano.

De esta forma y de un tiempo a esta parte ambos géneros musicales han sufrido la desaparición, si no bastardización, de sus vertientes y fusiones más puras. Los grandes nombres ya no son relevantes (las últimas dos canciones de Bob Dylan, lanzadas hace cuatro meses, apenas suman un millón de reproducciones en YouTube) pero a pesar de todo unos pocos locos toman empeño en que el tiempo no haga olvidar. En 2018 aparecía el documental Palabra de Agujetas de Juan Cepero sobre el cantaor Antonio Agujetas de la saga flamenca del mismo nombre y Ethan Hawke dirigía Blaze, biopic sobre el arkansino Blaze Foley. Además son constantes las reediciones en vinilo de artistas de ambos géneros de décadas pasadas, aun sin importar la relevancia que tuvieran en su momento.

Así, flamenco y country, separados por mar y tierra, comparten la desgracia de ser géneros en olvido debido a la propia naturaleza de cada uno. Ambos nacen desde lo más profundo y requieren, para ser de verdad, de esa pureza de la que hemos hablado: pureza de corazón

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