«La Ola» convierte a adolescentes en nazis en el Teatro Valle-Inclán

Escena de La Ola
Escena de La Ola
Escena de La Ola
Escena de La Ola

“¿Cómo no se dio cuenta nadie en Alemania de lo que estaba pasando durante el nazismo?”, pregunta uno de los jóvenes de la clase de La Ola. ¿Por qué los ciudadanos alemanes permitieron que el partido nazi exterminara a millones de judíos y personas que no eran de la raza aria? Con estas ideas arranca la adaptación teatral del experimento que el profesor de historia Ron Jones llevó a cabo en el Cubberley High School, en California, en 1967.

En lugar de dar una serie de clases teóricas sobre estos regímenes represivos, Ron decide que la mejor manera de que sus alumnos aprendan lo que significó realmente el nazismo es que lo vivan desde dentro. Se transforma así en un “Señor Jones” al que se debe tratar de usted y que les inculca el poder de la disciplina, la comunidad y la acción. Lo que empieza como un ejercicio de clase que todos se toman a broma se torna, poco a poco, en algo tan real como peligroso.

Cierto es que un argumento como el que nos ocupa requiere un ritmo lento, pero la densidad de esta Ola de Marc Montserrat Drukker, que se representará en el Teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el 22 de marzo, llega a ser excesiva, tal vez por la dureza de la trama y la angustia que provoca, o porque el espectador conoce ya el final.

La parsimonia argumentativa, no obstante, ayuda al público a ir descubriendo, junto con los propios alumnos, que es muy fácil pasar de ser un observador crítico a un participante activo de un movimiento. La Ola revela que al ser humano le mueve una delirante necesidad de pertenencia, que huye de la exclusión y que, si las consecuencias de sus actos conscientes son nefastas, se exime escudándose ante un poder superior.

Xavi Mira es un líder correcto pero no brillante. Parece encorsetado en unos diálogos exageradamente aprendidos y poco naturales, e incluso proyecta cierta sensación de inseguridad, como si fuera a perderse en cualquier momento.

La actuación general del reparto contribuye a crear ambiente de tensión, si bien su tendencia a gritar desde el principio, cuando se supone que la situación todavía está tranquila, dificulta el esperado clímax de la obra. Es el caso de David Carrillo, el primero en intervenir y que levanta la voz más que ninguno, sea cual sea el motivo o la conversación.

Javier Ballesteros interpreta con verosimilitud el papel de un chico vulnerable que, tras un rechazo inicial hacia La Tercera Ola (el nombre oficial de la formación), se va dejando engatusar poco a poco por la idea de la comunidad y la pertenencia.

Lejos de los gritos y la afectación, Alba Ribas muestra la cara de la alumna inteligente: desde el primer momento sabe lo que está pasando y no tiene miedo de enfrentarse al poder cuando se da cuenta de que éste es opresivo. Su consciencia, interpretada como rebelión, la hace caer bajo el yugo de aquellos que en su momento la aceptaron como parte del grupo.

Completa el reparto Jimmy Castro, un alumno negro ávido de pertenecer a una comunidad en la que se le acepte como igual a pesar de su raza; Helena Lanza, que se pone en la piel de una joven amante de la literatura que discriminará qué lecturas son admisibles y cuáles no; Ignacio Jiménez, de cuya afición a surfear surge el nombre La Tercera Ola, que es la que tiene más fuerza cuando las olas vienen en grupo; y Carolina Herrera, que dará vida, con un elevado volumen de voz, a una chica simplona y fácilmente manipulable.

Con sus más y sus menos, es mejor ver que no ver La Ola. Al salir del teatro, la sensación de intranquilidad y de presión en el pecho no es consecuencia de la lentitud de la obra o de las interpretaciones exageradas. Esa comezón es fruto de que cada verso y escena habla de nosotros, de lo que hemos sido y de lo que somos capaces de ser. La Ola es un reflejo de cómo el ser humano, por su sentimiento de superioridad moral y su vanidad, está abocado a repetir sus tragedias.

Amanda Briones

Periodista. Amante del Rey Lagarto, los zapatos de tacón, el chocolate y el helado.

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