Octavio Paz, cien años de libertad

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¿Palabras? Sí, de aire,
y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios,
un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece.
También la luz en sí misma se pierde.

El 31 de marzo de 1914 nacía en Ciudad de México Octavio Paz, en plena efervescencia de la Revolución. Meses después, las tropas de Pancho Villa y Emiliano Zapata partieron de Aguascalientes para tomar la capital. Su padre, escribano y abogado del Caudillo del Sur no pasaba mucho tiempo en casa, por lo que Octavio fue criado por su abuelo, el escritor liberal y jacobino Ireneo Paz, y su madre Josefina Lozano, de pensamiento tradicional y católico. De sus antepasados, Octavio heredó dos ideas fundamentales, la idea de democracia de su abuelo, de ideología afrancesada y la idea de igualdad social que defendió su padre durante la Revolución Mexicana. Posteriormente, él mismo entendería que estos conceptos no significan nada sin el de libertad.

Octavio Paz joven

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.

 

Con estos antecedentes familiares, Octavio estaba predestinado para el culto a la Revolución. Paz siguió esa genealogía romántica confiando en el poder revolucionario de la poesía para revelar al mundo y para cambiarlo. Entre todas las armas de que disponía para hacer la Revolución, eligió la palabra.

Entre el hacer y el ver,
acción o contemplación,
escogí el acto de palabras:
hacerlas, habitarlas,
dar ojos al lenguaje.
La poesía no es la verdad:
es la resurrección de las presencias,
la historia
transfigurada en la verdad del tiempo no fechado.
La poesía,
como la historia, se hace;
la poesía,
como la verdad, se ve.

 

Hay escritores que nos dejan una obra única, una obra impar, y otros escritores que a esta obra le agregan un enorme repertorio de temas pasiones e intereses que amplían la discusion cultural.

 

El laberinto de la soledad

Paz podría haber sido únicamente poeta, de hecho, él simpre se consideró poeta por encima de todo, pero su ambición intelectual no se detuvo en los versos. Aunque fue celebrado desde muy joven por su poesía filosófica, tras escribir El laberinto de la soledad, la obra y la fama de Paz cobraron mayor impulso. Desde su publicación en 1950, sigue siendo, para muchos, el espejo donde el mexicano contempla, con horror y fascinación, los rasgos de su identidad: su extraña pasión por la muerte y por la fiesta, el subsuelo indígena latente y pendiente, el arraigo de su vieja cultura española y católica, sus miedos más recónditos a ser eternamente vencidos o conquistados, el desencuentro con el liberalismo occidental de corte francés y estadounidense, la vocación nacionalista y revolucionaria

Octavio se sumergió en su México natal. Lloró sus tragedias, gozó de sus bailes y luchó por su cambio. Pero aparte de sus raíces mexicanas, el poeta tuvo otras dos profundas influencias en su vida. En primer lugar, su educación de carácter europeo y su profundo contacto con el surrealismo, (conoció a André Bretón en París a finales de los cuarenta durante su etapa de diplomático) del que llegó a afirmar «es el ultimo gran movimiento espiritual y cultural de Occidente, al ofrecer una unión de arte, poesía, moral y una visión propia del mundo».

Todavía le quedaba Oriente para cerrar su triángulo vital y literario. El impacto de la literatura japonesa, en especial de la poesía haiku, y la espiritualidad del pueblo indio (fue embajador en Nueva Delhi seis años) le acompañarán el resto de su vida. Estas experiencias liberaron sus formidables energías creativas, no sólo en su poesía sino en libros de teoría literaria (El arco y la lira, La otra voz) o ambiciosos tratados sobre el ocaso de las vanguardias (Los hijos del limo).

A este prestigio radicado en su obra se sumó su gallarda renuncia al puesto de embajador en la India tras la masacre de Tlatelolco que puso un sangriento fin al movimiento estudiantil de 1968 y dejó, según algunos testigos, unos 500 cadáveres en el centro de Ciudad de México. Paz creyó ver en la rebelión estudiantil en Europa, Estados Unidos y México el advenimiento de la Revolución que había esperado desde su juventud.

Pero todo quedó de nuevo en nada. De pronto, para sorpresa de las nuevas generaciones de México y América Latina, Octavio Paz, el poeta revolucionario, el hombre de izquierdas, dio el viraje definitivo que los disidentes de izquierda occidentales habían dado resueltamente a partir de los años treinta. Criticó con denuedo los fundamentos ideológicos de la Revolución rusa (y por ende de la china y la cubana) e hizo el recuento de su saldo histórico (mentiras, miserias y crímenes).

Octavio Paz

La política no es una religión ,en consecuencia, no puede salvar a los hombres, tampoco es una filosofía y, en consecuencia, tampoco puede darle sabiduría a los hombres. La política es el arte de convivir y no el arte de cambiar al hombre. Yo no creo que la política pueda ofrecer una solución a los problemas fundamentales de la condición humana… hay que esperar, en cambio, de la crítica y del pluralismo.

Desde su nueva condición democrática, Paz dejó una de las mejores estampas críticas del sistema político mexicano en su libro El ogro filantrópico. Este libro es la recopilación de una idea, suelta en muchísimos textos: el Estado es un ogro que te quiere, pero te engulle, te anula. En él plasmó un sistema de dádivas y favores, que al mismo tiempo era un sistema de control. Habló del patrimonialismo como una incrustación de los lazos privados en la arena pública. Retrató a una clase burocrática muy poderosa e inteligente que, a pesar de haber hecho cosas positivas, impedía avanzar al país.

Su denuncia sistemática a las dictaduras militares y a los guerrilleros de América Latina le valió la repulsa y el descrédito. En aquellos años, la izquierda latinoamericana no toleraba la más mínima crítica a Cuba ni la más mínima duda sobre el balance «globalmente positivo» del socialismo real. Frente a esa posición cultural hegemónica, Paz tuvo el valor de introducir y auspiciar a la opinión disidente. El resultado era previsible: fue acusado de «reaccionario», y vituperado en aulas, revistas académicas y periódicos. Pero nunca cejó en su combatividad, quizá porque era una forma de expiación por su anterior militancia. No fue casual que el primer Premio Nobel después de la caída del Muro de Berlín haya sido para él: un poeta de la libertad.

Octavio Paz anciano

Cuando se iba acercando el final de su vida, ya en los noventa, nos volvió a alertar: «la primacía del Estado taponará la esperanza de la libertad del individuo». Su malestar incluía los comunismos; cada vez se hizo más individual su situación de poeta, el poeta en su rincón, mirando asombrado que tampoco el arte podía con el tiempo. Este es, quizá, su manifiesto político más importante sobre su concepto de la libertad:

«La prueba de la libertad no es filosófica sino existencial: hay libertad cada vez que hay un hombre libre, cada vez que un hombre se atreve a decir No al poder. No nacemos libres: la libertad es una conquista, y más: una invención».

Hoy estoy vivo y sin nostalgia
la noche fluye
la ciudad fluye
yo escribo sobre la página que fluye
transcurro con las palabras que transcurren
Conmigo no empezó el mundo
no ha de acabar conmigo
Soy
un latido en el río de latidos

Andrés Seoane

Gallego y periodista de nacimiento y vocación. Podría hablar sobre mí y sobre lo que me gusta, pero es mejor que leas mis textos. Ellos se expresan mejor que yo.

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