Cuando Alan Moore (1953, Northampton, Inglaterra) publica Watchmen en el año 1986, se produce un antes y un después en la imagen del cómic y de los superhéroes. Por aquel entonces, la imagen que predominaba en el imaginario colectivo sobre los protagonistas de los cómics rozaba la perfección. Personajes como Batman o Superman eran vistos como los estandartes de lo bueno, de los principios que hay que seguir, e incluso de lo patriótico. De alguna manera, evidenciaban las diferencias entre los superhéroes y los ‘simples’ humanos, los lectores. Por su parte, cuando nos metíamos en las páginas de los cómics de la Marvel o DC de la época, el color o los bocadillos llenos de onomatopeyas predominaban sobre la búsqueda de los autores por dotar a las historias de cierta complejidad. Pero cuando los textos de Alan Moore y los dibujos llenos de desgarro y crudeza humana de Dave Gibbons (1949, Londres, Inglaterra) irrumpieron con Watchmen, la visión de los superhéroes cambió por completo y no hubo vuelta atrás.
Los bocadillos llenos de color se sustituyeron por reflexiones complejas, los impecables protagonistas se convirtieron en seres llenos de dudas y remordimientos, y los héroes dejaron de ser tan buenos y los villanos tan malos; la moralidad de los personajes comienzó a estar entredicho a imagen del lector. Una visión compleja que influyó posteriormente en el trato de superhéroes emblemáticos como Batman o Superman. Todo este realismo llega a su máxima expresión con Batman visto por un psiquiatra (2006), un ensayo del doctor Jesús Ramos Brieva (1950, Cáceres, España)
Durante 230 páginas, este psiquiatra juega con el ‘que pasaría sí’ y relata todo el diagnóstico clínico que saldría como resultado de invitar a Batman a su diván. Ramos Brieva parte de una premisa básica para llevar a cabo esta idea: el disfraz de Batman no es solo un traje, sino la máscara con la que Bruce Wayne intenta ocultar y no hacer frente a sus traumas. Una máscara que el autor ha decidido destruir para poner sobre la mesa todo trastorno psicológico, oculto en los miles de cómics que el hombre murciélago acumula relatando su historia desde aquella primera aparición en 1939, en Detective Comics. Todo ello acompañado de un lenguaje clínico, en ocasiones complejo si no estás familiarizado con él, pero comprensible con los ejemplos tan visuales que propone.
Para llevarlo a cabo, Brieva indagó en toda la documentación existente sobre la vida de Batman a través de los distintos guionistas que ha tenido a lo largo de estos años, hasta lograr crear una biografía coherente y, a través de ella, el lector irá descubriendo aspectos psicológicos presentes y cruciales para entender el comportamiento, tanto de Wayne como de su alter ego. Por ejemplo, identificar que lo que el joven Bruce sufrió al ver morir a sus padres de manos de aquel atracador fue un trastorno por estrés postraumático. Ante la ausencia de terapia donde tratarlo, Bruce Wayne afrontó haciéndose la promesa de acabar con la delincuencia en el mundo y que, en palabras del propio Brieva, «es una meta desproporcionada, en cuya imposible conquista quema su existencia». Una existencia marcada por las pérdidas, como la muerte del segundo Robin, Jason Todd, al que consideraba como un hijo a manos de El Jocker. Lo que deja a Bruce Wayne la marca imborrable de perder a sus padres y a su ‘hijo’. Una situación que dejará en Batman un sentimiento de supervivencia ligado al de culpabilidad: ¿Por qué ellos y yo no?
Con Batman visto por un psiquiatra, Jesús Ramos Brieva va un paso más allá en la idea que planteó Alan Moore en Watchmen sobre los superhéroes. Nos muestra a Batman como un ser inacabado y fallido, convirtiendo la experiencia de leer este libro en la oportunidad de ver al icónico caballero oscuro de una forma diferente de la que se tiene en el imaginario colectivo y entenderlo como «un ser mucho más humano, con sus luces y sus sombras, con sus ideales y sus contradicciones».