Mariano Ozores: el director que no pudo ser autor

Cuando le preguntaron a Alfred Hitchcock, que cómo se sentía ante el ninguneo de la Academia de cine, dijo: “ya tengo pisapapeles”.  Que ni los Oscar ni los Goya son representativos del mejor cine de un país, es algo asumido. Que son un perfecto escaparate de los fastos (y carencias) de una determinada industria, también. Los premios honoríficos a veces se dan por peloteo, otras como antesala del responso fúnebre y, en ocasiones, como desagravio. Este es el caso de Mariano Ozores (Madrid, 1926).

9812_220x318Hijo y nieto, de actores, comenzó su carrera en la compañía teatral de sus padres: los OzoresPuchol. Los años pasados en la compañía familiar equivalieron a varios máster como director de arte, adaptador, apuntador, director de teatro e iluminador.

Debutó tras las cámaras a la edad de Cristo, 33 años, con Las dos y media y veneno (1959), una obra de humor negro con unos originales títulos de crédito. Era el pistoletazo de salida de una carrera de 96 películas que le hacen ser el director que más títulos distintos ha tenido en la lista de las películas más taquilleras.

Un trayectoria masacrada por la crítica y adorada por el público. Durante años le negaron el título de ‘autor’, aunque su cine es perfectamente reconocible. Primer motivo para que alguien sea calificado de autor. Sus films, salvo excepciones, no son prodigios de la cinematografía, pero ha sido un magnífico artesano. Sobre todo en el género de la comedia, que ha practicado en sus diversos tonos desde la negra al vodevil (donde más destacó) o la alta comedia de estilo americano.

 

Objetivo_BI_KI_NI-158456828-largeSu idilio con la taquilla comenzó con Chica para todo (1963), a mayor gloria de la pareja Gracita MoralesJosé Luís López Vázquez, y se prolongaría hasta Pelotazo Nacional (1993), una sátira sobre el mundo de los yuppies. Por el medio, tres décadas en las que, a través de un humor costumbrista, trazó tal vez sin pretenderlo, los cambios sociales y políticos de España.

Con sus películas se puede repasar en clave de astracanada nuestra Historia reciente: el boom del turismo en A 40 grados a la sombra (1966), el baby boom en Crónica de nueve meses (1968), el problema de la vivienda en Venta por pisos (1972), el feminismo en Susana (1969), el fenómeno de la prostitución en La descarriada (1972), la legalización del juego en Los bingueros (1978), la llegada de la democracia en El apolítico (1977), la energía nuclear en Los energéticos (1979), las autonomías en Los autonómicos (1982), la Ley de Divorcio en El primer divorcio (1981), la llegada de la izquierda al poder en ¡Qué vienen los socialistas! (1982), el pluriempleo en El currante (1983), la Seguridad Social en Agítese antes de usarla (1983), el fenómeno de la prensa del corazón en Disparate Nacional (1990) o la corrupción política en Jet Marbella Set (1991).

Director incansable, sabía diluirse como creador cuando la cinta debía ser una vehículo a cargo de estrellas del humor como Paco Martínez Soria, Alfredo Landa o Lina Morgan o del musical como Peret, Carmen Sevilla o Concha Velasco. A sus ordenes ha trabajado todo el cine español de cinco décadas de Andrés Pajares a Rafaela Aparicio pasando por Fernando Fernán Gómez o Fernando Rey.

Siempre buscó la rentabilidad de sus films. En sus imprescindibles memorias, Querido público (2002), cuenta su sistema de rodaje: “cinco hojas de guión eran un día de rodaje. Procuraba hacer siempre secuencias que no pelicula_001excedieran ese número de hojas para no tener que cortar el rodaje en un set y marcharme a otro, con la consiguiente perdida de tiempo y dinero”. En el libro asumía casi como una condena inevitable que la crítica lo masacrara: “Yo quería parecerme a Billy Wilder. Nunca pude hacer El apartamento y traté de hacer lo más parecido a Con faldas y a lo loco”.

No dudó en practicar el auto-remake y en llenar, con la llegada de la democracia, sus películas de sátiras políticas y mujeres desnudas. Todo un rara avis visto desde la perspectiva de la España de 2016. La de lo políticamente correcto y el horario protegido. “La crítica nunca ha entendido que en mis películas el tema casi siempre ha sido cómo el poder, sea del carácter que sea, se aprovecha de la gente modesta”, confesaba en su biografía.

La noche de la 30ª edición de los Goya, Ozores alzó el premio ante un auditorio donde se sentaba gente que en su mayoría no ha tenido tanto favor del público y que ha vivido de las subvenciones durante años. El Goya pretende ser el yodo para la herida del menosprecio. El premio del público siempre lo tuvo. Lo mejor del Goya es que no le hacía ninguna falta.

David González Álvarez

Nací en León el mismo año que Sarah Ferguson se convirtió en duquesa de York y me gradué en Historia cuando Juan Carlos I abdicaba. Mis profesores me profetizaron un nefasto futuro lo que me convenció de que el periodismo era la salida perfecta. He trabajado en la Cadena COPE y Punto Radio y publicado artículos en revistas underground con seudónimos no reproducibles. Publiqué en 2010 el libro Esa bella mentira donde descubrí que la disección puede ser un género literaria perfecto. Escribo con la tele encendida, descubrí el intimismo el mismo día que aprendí a manejar una olla exprés y para mi futuro solo espero no acabar como un Kennedy.

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