Y DIOS CREÓ A SANTIAGO CALATRAVA

Cheese! Claro. Difícil contener el flash y la mandíbula intacta ante semejante espejismo arquitectónico. Repetida la foto, esta vez de perfil, asalta la inevitable duda ¿Estará aquí enterrado Akenaton III? ¿Alguna a secuencia aún inédita de reyes aztecas? No es para tanto, pero casi. Se trata de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de la ciudad de Valencia. Es decir, de la culminación más hiperbólica, presuntuosa y cívicamente hortera del (ex)nuevo riquismo urbano español.

…Y como en l’ amour, ese simple “ex”, prefijo cruel, apuñala, enfurece, se acompaña de culpas y reproches lastimeros, baldíos, habitualmente arrepentidos. Nunca retroactivos…

Pero que sigan las fotos. El conjunto se compone de 350.000 metrísimos cuadrados repartidos entre seis edificios apabullantes, colosos sin Rodas ni rodeos. A los ojos mortales, guiris o autóctonos, el espectáculo global resulta límpido, diáfano, casi glorioso. Como un amasijo de vertebras que se arroja, en grácil sincronía, hacía el firmamento, hacía el bolsillo contribuyente, hacía la más amplia y necia posteridad.

Eso sí: su belleza está fuera de toda duda. Ya apolíneos en su individualidad, el conjunto multiplica el efecto con exagerada armonía. Lo cual debería sumar aún más méritos a los honorarios de, quién sinó, Santiago Calatrava. Cuya aureola arquitectónica y mesiánica, capaz de multiplicar panes y presupuestos, se compagina alegremente con las funciones de aparejador metropolitano. Logrando la difícil tarea de combinar edificios entre sí, siempre y cuando sean todos suyos.ciudad artes ciencias

Pero si guarda la cámara, y echa un vistazo al panfleto, comprenderá, entre optimista y satisfecho, que cada uno responde a una necesidad lógica y determinada. No obstante, a excepción del Palacio de la ópera Reina Sofía, y del Oceanográfico, nos tropezamos con más apariencias que realidades. Porque el periplo sique en:

El Hemisfèric: un cine tridimensional al que únicamente acuden, en rigurosa fila de a uno, grupos de escolares pletóricos por saltarse un día de clase.

El Umbracle: oficialmente (y de día), parking y mirador ajardinado. En el que, de madrugada, y en menos de lo que se tarda en decir snob, puede pedir una copa en la barra de su discoteca interior.

El museo de las Ciencias Principe Felipe: insulto al lóbulo temporal izquierdo que rige la lógica de los que pagan la entrada. Entre cuyas paupérrimas vitrinas sólo encontrarán el eco de sus propias quejas, devuelto de salas inmensas, vacías, decididamente innecesarias.

El Ágora: inaudita mole concebida como espacio multifuncional, utilizada cuatro o cinco veces al año, bisiestos al margen.

Visto lo visto, mejor cicuta que paella. No importa. Ahí sigue y seguirá plantada la ciudad de las Artes y Las Ciencias, manchando su blanco nuclear con el raspado del tiempo. Como una megalómana apología de la apariencia, del ripio sin fondo, del pedestal sin estatua. De la España que hemos sido y consentido, cateta sin hipotenusa, con sus pelotazos por la escuadra y cartabones inmobiliarios. Como un ladrillazo a la mesura, al sentido común, al lóbulo temporal izquierdo y al derecho. A la Valencia del PP y al PSOE de tantos sitios. Un precioso y vano despilfarro, que ya sólo queda bien en las fotos.

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