El teatro del famoso dramaturgo ruso Antón Chéjov ha vuelto a la capital española, esta vez gracias a la Compañía de Teatro La Guindalera y a su director, Juan Pastor, que estrenó el pasado 20 de enero el buque insignia de Chéjov Tres Hermanas en la sala verde de los Teatros del Canal.
La obra, que se puedrá disfrutar hasta el próximo 7 de febrero, nos cuenta la historia de los hermanos Prózorov (Olga, Masha, Irina y Andrei) que buscan prosperar, tener una vida mejor pero que por diferentes motivos, sus sueños se ven truncados. En esta puesta en escena de La Guindalera nos encontramos ante unas hermanas tremendamente histriónicas, histéricas, llevando hasta la caricatura a los personajes ideados por Chéjov.
Chillidos (y muchos), aspavientos y bailecitos para tratar de acercar al público la historia de estas tres señoritas huérfanas que buscan la felicidad, felicidad que ansían encontrar en Moscú. Ciudad donde nacieron y que hace años tuvieron que cambiar por una pequeña población de provincias, donde lo más interesante que pasa es que llega una guarnición de militares.
Esa sobreactuación tal vez hace demasiado cómica y exagerada la trama, lo que provoca que el tema de la historia, de gran profundidad, se vea relegado y convertido en algo totalmente trivial. Los primeros minutos del primer acto parecen más una escena de una comedia barata, que de un melodrama.
Y es que Tres Hermanas nos habla de la lucha por avanzar, por mejorar, por vivir. De la esperanza de que la sociedad sea cada día mejor. El personaje que mejor ejemplifica esa confianza y optimismo es Vershinin, amante de Masha (la hermana mediana) que a lo largo de las dos horas y cuarto de función va explicando cómo ve la sociedad del futuro. Una sociedad utópica en la que la cultura será una herramienta indispensable, y a la que todo el mundo tendrá acceso.
A lo largo de la velada lo más destacable son las interpretaciones masculinas. De entre todos, Raúl Fernández brilla en el papel de Andrei, el cuarto hermano Prózorov. Un hombre de contradicciones y complejos que sueña con ser profesor de la Universidad de Moscú. Además, es muy destacable el papel de José Bustos como el barón tontorrón Von Tusenbach.
María Pastor, interpretando a Masha, es la hermana que más se acerca al texto de Chéjov. Una mujer resentida, decepcionada con la vida, una joven para la que el sarcasmo y el humor mordaz son sus herramientas perfectas para protegerse.
Algo muy interesante de esta producción es que son los propios personajes los que, de vez en cuando, leen en un atril el texto de Chéjov a modo de narrador. Además, ellos mismos son también los encargados de cambiar la escenografía después de cada acto.
Por lo que respecta a la escenografía, se ha de decir que, siguiendo la línea de la mayoría de producciones actuales, encontramos básicamente sobre el escenario muebles, pero que sitúan perfectamente la narración. Una pega que se podría poner es que las líneas de cinta de carrocero, que marcan las diferentes posiciones del mobiliario, son demasiado evidentes y dan un aspecto desaliñado.
De igual manera, el vestuario está bastante bien elaborado, destacando los trajes militares y la ropa de las dos hermanas pequeñas. Aunque, como sucede con las líneas en el suelo, también se percibe cierta dejadez, ya que las faldas de las protagonistas estaban totalmente arrugadas desde el minuto uno de la función.
Sí es verdad que algo muy interesante de esta obra es ver la evolución de los personajes. Desde esa alegría desmedida, e incluso casi fuera de lugar (un entusiasmo que no es tan exagerado y evidente en la obra de Chéjov), a una melancolía y pesar fruto del desencanto, la desilusión y la desidia en la que se basan sus vidas. Y es que esta producción si tiene algo bueno es el final, esa escena en la que las tres hermanas se resignan y aceptan vivir la vida que les ha tocado, pero eso sí, sin olvidar que ante todo deben ser felices y disfrutar de lo que hacen.