Por mucho que Blade Runner sea una de las películas más conocidas del mundo, incluso recordada por ignorantes de la cultura del séptimo arte, lo cierto es que es un filme que cubrió gastos por un estrecho margen. Casi deficitaria, con una acogida no excesivamente entusiasta. En otras palabras, una película de culto en toda regla que cumple treinta años. Blade Runner está basada ligeramente en una novela corta de Phillip K. Dick, aunque la trama bien podría estar sacada de una de Dashiell Hammett adelantando su contexto un siglo y medio.
Una ciencia ficción no muy lejana con respecto al día de hoy (2019) en la que se sitúa la clásica historia de policía asqueado de su trabajo, reticente a volver a su oficio pero con un talento innato y una pericia involuntaria para su profesión. Una última misión, y te puedes marchar. Cine negro con coches voladores y robots que a lo largo de estas tres décadas de vida ha tenido siete versiones diferentes y un estreno decepcionante, en gran parte por E.T. el extraterrestre, estrenada dos semanas antes.
A pesar de todo, la película fue calando poco a poco en los entusiastas de la ciencia ficción y el cine de acción, convirtiéndose en uno de los títulos más importantes del director Ridley Scott (que había estrenado Alien, el octavo pasajero tres años antes) y del actor protagonista. El del policía Rick Deckard es uno de los tres papeles más reconocidos de Harrison Ford junto con los de Indiana Jones y Han Solo. El desaliñado americano sabe hacer como nadie de tipo desganado pero eficiente, algo tan reiterado en sus películas que hace pensar que el tipo es realmente tal que así.
Treinta años después, Blade Runner sigue estando en la memoria de la gente, pero nadie parece tener la clave exacta de por qué ocurre. Tal vez sea el ambiente decadente en que se sitúa, la combinación de acción, aventuras y futurismo simbolista. Una mezcla incomprendida y atrevida que quizás por eso mismo se ha ganado el respeto del público.
