Pablo Larraín captura en Spencer una Lady Di ahogada en exageradas costumbres de la realeza que ya no soporta
Humana y ordinaria serían los dos adjetivos que podrían configurar la interpretación de Kristen Stewart de la princesa inglesa, sin perder su icónica elegancia. En Spencer podemos ver de una manera más cercana y honesta la travesía de Diana durante las navidades con la familia real.
La actriz americana, famosa por su aparición en la saga de Crepúsculo, encarna el papel de la popular princesa de Gales en las navidades de 1991. El palacio de Sandringham es el lugar donde Diana pasará tres días en los que tendrá que enfrentarse con tradiciones exageradas de la Casa Real, encontrarse ahogada en la indiferencia del resto de la familia Windsor, sincerarse acerca de su matrimonio con el príncipe Charles y, entre protestas y resiliencia, reencontrar su verdadera identidad escondida entre desórdenes alimenticios y un cansancio acumulado.
El director Pablo Larraín (Santiago de Chile, 1976) parece atraído por las grandes mujeres del siglo XX. Ya en Jackie, protagonizada por Natalie Portman, mostró a Jacqueline Kennedy el año 2016. Películas como No y Neruda forman parte del la filmografía del chileno, quien también tiene larga trayectoria produciendo y escribiendo películas.
Spencer es Stewart y Stewart es Spencer
Bajo un rubio casi quemado vemos como Kristen Stewart se apropia de Diana. Interpreta con minucioso cuidado su papel de casi accidental elegancia e ingenua torpeza característico de la princesa para hacer una actuación verdaderamente impresionante y detallista.
Exhausta, irreverente, retadora e incluso, malcriada y grosera. Esa es la Lady Di que vemos en esta cinta. No aparta a esa idealista y protectora madre de los futuros herederos de la Corona británica, pero no puede más con las inverosímiles tradiciones y exigencias que le imponen casi a propósito para llevarla a sus límites. El halo de melancolía en la mirada de Stewart retrata con honores a la princesa de Gales en los últimos años de su matrimonio con el heredero al trono.
Sin embargo, eso no le impide incitar reiteradamente a sus hijos en el film a expresar, sin protocolo alguno, sus deseos más puros y personales. Pero esta no es una Diana maternal. Es una interpretación egoísta, desde el dolor y desestabilización que siente la princesa.
Diana en algún momento de la película tiene la intención de regalar a su servicio el presente que le ha hecho su marido, porque no quiere tener algo que también le ha regalado el príncipe a su amante. En otra escena, amenaza al servicio con que la dejen en paz para vestirse, cansada del control sobre ella, porque va a masturbarse. Es una perspectiva refrescante de una Diana deteriorada. Stewart logra retratar casi con naturalidad los atracones de comida, desesperanza, elocuencia y gracia característica de la fallecida princesa. Es una irreverente que está dispuesta a hacer lo posible para llevar la Corona británica a su límite.
Pasado, presente y futuro
Estos tres tiempos permanecen constantemente en el diálogo de la película, escrito por Steven Knight, creador y guionista principal de la serie Peaky Blinders. Esta Diana se presenta como una pesimista del futuro. Son constantes las quejas de su parte a la Corona por normalizar el control de tener todo preestablecido de antemano: los vestidos para cada día y ocasión, que van en juego con regalos (como el collar) que aún no recibe, la entrega de los presentes de navidad antes que llegue la fecha o la insistencia de mantener formalidades dentro del cerrado círculo al que aún pertenece. Toda su vida está planificada, no hay espacio para el futuro. Al menos no allí.
Mediante apariciones surrealistas como la de Ana Bolena, la cercanía del castillo de su antiguo hogar y una chaqueta de su padre, la cinta juega con el papel de las memorias de la infancia de Diana. Por su parte, el destino parece indicarle que tendrá que sucumbir ante el romance extramarital de su marido, algo a lo que no está dispuesta y con lo que batallará cada vez que una nueva situación se le presente.
William y Harry: Los cómplices de Diana frente a los Windsor
Los jóvenes príncipes, interpretados por Jack Nielen (William) y Freddy Spry (Harry), aunque tienen poca presencia en el film son una pieza clave en él. Como una voz de la consciencia, los hijos de una agobiada Diana son una especie de bocanada de aire en esos tres días en los que sientes que la vida de la princesa se derrumba. Son el único motivo por el cual la protagonista se mantiene en la celebración y por la cual está allí.
De hecho, son la única razón por la cual actúa de manera sobreprotectora frente a la familia real y por la cuál sigue enfrentándose y relacionándose de cierta manera con ellos. William y Harry cierran el largometraje con una Diana más esperanzada por la vida que podrá construir con y para ellos.
Maggie (la estilista interpretada por Sally Hawkins) y Sean Harris como Darren McGrady, el jefe de cocina, son personajes clave para entender la resiliencia de la princesa y su modo de relacionarse con el servicio. Estos tratan de protegerla, pero no pueden poner en riesgo un movimiento en falso que les arrebate su trabajo y castigue a Lady Di. La aparición y desaparición de la estilista da un giro más dramático y profundo al final de la historia, casi como una liberación programada entre ella y la princesa. Son la consciencia más adulta de la princesa.
Por su parte, la familia real tiene un papel pasivo que pasa desapercibido, de no ser por la poca intervención que tiene el príncipe Charles (interpretado por Charles Farthing). Es entendible que la monarquía está indirectamente implicada en la historia y sentimientos que Diana desarrolla durante la historia y no hace falta un review para entender el contexto de la situación, pero resulta hasta como un anticlimax ver a una reina Isabel tan pasiva y resguardada en el mayor Gregory (Timothy Spall), quien al final parece hasta ser cómplice de la princesa.
Esto hace que la película, claramente centrada en Diana, haga que se caiga el resto de los elementos y floten alrededor de ella sin más, tal como la brevísima aparición de Camilla Parker-Bowles (Emma Darwall-Smith). Como si se tiene el efecto, pero no la causa del dolor de la princesa.
Parece prudente la sutileza con la que la familia real hace su puesta en escena, pero pierde demasiado poder para el conflicto interno de Diana (causado por los Windsor mismos), que es bien interpretado durante todo el film por Stewart, aunque pudo haber generado aún mayor intensidad en la secuencia.
Encuadres al estilo de Claire Mathon
Ambientada en el año 1991, vemos en Spencer a una Diana corriendo por los vastos terrenos de su antigua residencia con una agilidad envidiable, considerando sus zapatos de tacón, hasta el espantapájaros que aún conserva la chaqueta de su padre. Todo esto visto con un ángulo particular y continuo hasta llegar la figura. Es el primer reencuentro que tiene con esa identidad suya tan presente pero tan silenciada por los comportamientos esperados siendo parte de la monarquía británica.
En otra escena podemos ver a Stewart enojada caminando del castillo hacia los jardines del mismo con un paisaje casi milimetrado entre el cuerpo de agua que va acompañando a Diana con un reflejo casi perfecto de la princesa de Gales, junto a un constante patrón de árboles. Este encuadre no solo da la sensación de poder de los grandes recintos pertenecientes a la Corona, sino que habla de esa sensación de tener todos los elementos preestablecido que se comentaba en párrafos anteriores.
La profunda presencia de verdes, azules y amarillos y amplios y luminosos planos, replica el estilo del brillante trabajo de Claire Mathon en Portrait of a Lady on Fire. El uso de la vasta naturaleza para crear cuidadas escenas llenas de colores y sombras prudentes en el largometraje vuelve a tomar protagonismo.
Siempre una Spencer
Diana Frances Spencer nació en una familia con privilegios y buena posición socioeconómica. Eventualmente perteneció a la nobleza luego de que su padre se convirtiera en el Conde Spencer en 1975 y por tanto ella obtuviera su título de Lady. Aunque no tuvo una infancia particularmente sencilla debido al divorcio de sus padres, su amor y destreza por las artes, icónico espíritu y particular enfoque con el que ejecutaba cualquier acto se mantuvo durante su vida antes y después de formar parte de la familia real.
Esta película es un viaje para recuperar la identidad de Diana Spencer, su genuina identidad. Más allá de que todo el contenido del largometraje no es completamente verídico, aglutina ese encuentro de evolución interna de Diana, la vuelta a sus orígenes y, particularmente, a su verdadero apellido, Spencer, con el que sí se identifica. Una princesa que vuelve a su juventud y literalmente deja colgado su atuendo de responsabilidades frente a los ojos de la prensa y el mundo.
Kristen Stewart no da espacio a las críticas de quienes menos la admiran, con una interpretación que no hace más que relacionarla con el próximo Óscar a mejor actriz.