Soy de pura madre es el título de un libro con un éxito proliferante en nuestro país, y también en Venezuela, el lugar de origen de su autora, Ana María Simón. Pero, además, es el nombre que ella misma ha querido otorgar a su nuevo espectáculo en el Pequeño Teatro Gran Vía, que se estrenó el pasado 15 de enero y estará en cartel hasta marzo.
Actriz, locutora y productora, Ana María Simón se sube a las tablas para dejar constancia de la maravillosa (¡y espeluznante!) experiencia que puede llegar a ser la maternidad. Habla de nueve intensos meses en los que todo tipo de tragedias inundan la vida de una mujer, sin que el resto de los mortales sean plenamente conscientes de su sufrimiento (salvo otras madres, a quiénes la actriz se dirige varias veces durante el speech, buscando su aprobación). Pies hinchados, hambre a todas horas, pérdidas de orina… por no hablar de los repentinos cambios de humor, que al momento te hacen sentir la mujer más afortunada del planeta y, un segundo después, desearías no haber tomado la decisión de plantar la semillita.
Un contenido que, en ocasiones, se hace repetitivo, quizá por la sensación de haber escuchado ese mismo monólogo y algunas de sus reflexiones antes. Una madre primeriza que pasa por las distintas fases de un embarazo: desde el momento en que opta por tener un hijo hasta el día en que el saco amniótico dice basta y no le queda más remedio que desplazarse al hospital más cercano.
Sin embargo, la riqueza de un espectáculo de este tipo, con una sola persona frente al micrófono, se basa en la forma en que es capaz de transmitir esos sentimientos. Sensaciones que pueden ser conocidas o que, por el contrario, no se hayan experimentado antes pero que llegan de la misma manera. El “cómo” están contadas precede al resto de elementos. Y en eso, Ana María Simón es experta. Cuenta su propia historia con nombres, gestos y voces de otros personajes, canciones e, inesperadamente, una pequeña intrusa que la escucha desde el patio de butacas, su pequeña hija Micaela, que no ha querido perderse el estreno en la capital española.
Ambas venezolanas, madre e hija, comparten los primeros segundos de la intervención a través de una serie de vídeos donde participa una comunidad amplia de artistas de su país, entre los que se encuentran Carlos Baute o Boris Izaguirre.
Vídeos de escasos minutos que enlazan con lo que posteriormente Ana María va a contar y que logran introducir al espectador en el contexto de una representación donde la actriz utiliza recursos y vocabulario propios de Venezuela, un elemento que enriquece a quienes escuchan. Expresiones como “vamos a tomar una rumba, ¿te anotas?”, “chévere”, que quiere decir algo similar a “guay”, “tardamos burda de tiempo”, que significa “tardamos mucho” … y otras palabras que consiguen que te preguntes si estás en Madrid o en un pub de Caracas con unos amigos.
La cercanía, el humor, y también el toque de crítica social que compone el coloquio de la artista, reconforta. Nos traslada la idea de que nada es tan bonito, ni tampoco tan horrible, que hay que saber encontrar el punto medio y, sobre todo, no tener miedo a expresar las dificultades con las que te estás encontrando. Es normal atravesar fases, no todo es un camino de rosas y la gente de nuestro alrededor debe saberlo. Esa es una de las razones que han impulsado a Ana María a escribir su primer libro y, ahora, a convertirlo en un espectáculo para todos los públicos.