`De la Puríssima´ forma de interpretar el cuplé

¿Quién dijo que el cuplé había muerto? No hagan caso a las habladurías y juzguen por sí mismos, no sin antes ser conscientes de que como todo género que se precie, ha evolucionado. Teatro Lara, diez de la noche. El patio de butacas aplaude encendido ‘La violetera’. No caballero, no es Sara Montiel, sino Julia de Castro, la que ataviada de mantilla y con desinhibido empaque, pisa el centro del escenario un 29 de noviembre de 2011.  

Una estampa parecida se repetía cien años antes en el Teatro Arnau de Barcelona, cuando debutaba la cupletista que llevaría la canción española a lo largo y ancho del mundo: Raquel Meller. Composiciones como El relicario’ se popularizaron en su voz haciendo del popular cuplé un patrimonio colectivo de la madre patria.  A partir del “nacimiento” artístico de La Meller -olvidada en los vinilos de antaño-, la banda De la Puríssima construyó un espectáculo-homenaje, adaptando a los tiempos cuplés y chotis con ritmos jazz o foxtrot.

A los que conozcan la puesta en escena del grupo, decirles que Julia fue… recatada. Al fin y al cabo tocaban en directo para todo el mundo a través de la web del Instituto Cervantes. Para los que no tengan el gusto, que aquello fue un show o una perfomance o un cabaret o todo al mismo tiempo. ¿Acaso gran parte del cuplé no es escaparate de temas tabú o de naturaleza ligera? Nada que envidiar al Moulin Rouge y sucedáneos.

La señorita De Castro es de las que muere en la plaza si el nudo dramático lo exige. Tendió un capote a los toreros (“un hombre que se enfrenta a una bestia merece todo el respeto”) mientras empezaba a lucir corsé; más tarde sus enaguas serían el blanco colateral de un lanzamiento de cuchillos y hasta el de ‘La pulga’ protagonista de una pícara letrilla. Requirió a un caballero al susurro de ‘Tápame, tápame’ y no tuvo inconveniente en regalar miradas furtivas y gestos lujuriosos con  insistencia admirable. ¡No pongan el grito en el cielo! Julia interpretaba un personaje,  espectáculo y reivindicación sin tapujo: El de la feminidad voluptuosa, el de la mujer despojada de complejos y el de aquellas artistas que si bien mostraban encantos visibles, no andaban faltas de otras dotes artísticas.

Supo crear polémica, aunque haya incitado fuego donde no pretendía. La cupletista Olga María Ramos ha adjetivado de “infame” el espectáculo y de “pésima” la interpretación. Se respeta que a los puristas les deje que desear la invención libre de un recital a Raquel Meller. Quizás desconozcan que no cabe engaño cuando el público entiende qué clase de espectáculo consume.

Algo bien diferente de que los dos primeros temas tuvieran un sonido desagradablemente alto con una voz de frías piruetas. Ese tropiezo no evitó que Julia de Castro emocionase en su contención, en los matices vocales que se abrieron musitadamente hasta la intimidad napolitana de ‘Criminalmente bella’. Y qué decir de los músicos, con el contrabajista y compositor Miguel Rodrigáñez a la cabeza. Exquisitos. 

Un fascinante final para la velada, que como aquellas galas de principios del siglo pasado, concluyó con claveles. En el palco, unos apuestos mozos vestidos de chaqué despojaban su ojal en humilde reverencia hacia la diva.

 

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