Los Premios Goya se caracterizan por dividir a sus directores en dos categorías. El hecho de otorgar a los realizadores noveles un apartado propio en el que poder estrenarse como ganadores del más prestigioso premio del cine patrio abre, en cierta medida, las posibilidades a todos los candidatos. El año pasado, sin ir más lejos, fue Raúl Arévalo quien se alzó triunfante en esta categoría. No deja de ser curioso, al ser su película, Tarde para la ira, la que se llevó el galardón principal. No sabemos qué habría pasado si Arévalo compitiese para ser simplemente el mejor director, que no novel. Qué habría sucedido si Tarde para la ira no fuese su primera cinta tras las cámaras. Quizá le habría levantado el premio a Juan Antonio Bayona por Un monstruo viene a verme. O quizá no.
Lo que está claro es que la Academia de Cine se lavó las manos en este sentido gracias a la presencia de esta categoría. Tanto Bayona como Arévalo se fueron a casa con sendos premios, y todo el mundo contento -menos Pedro Almodóvar, claro-. Este año podría darse una situación similar. Y es que Carla Simón, la directora de Estiu 1993, esa película que fue la elegida para representar a España en los Oscar, también es una directora novel. Eso, por la presente, libera a los candidatos al premio de los veteranos de su presencia en la competición. De la suya y de la de sus compañeros de nominación. Y es que el nivel de los realizadores novatos este año en España ha sido espectacular.
Carla Simón: Estiu 1993
Su película es tan pequeña que te acercas a ella con bravuconería y, cuando estás ya predispuesto para recibir en tus brazos su minúscula pequeñez, te explota en la cara con violencia fría. Estiu 1993 (Verano 1993, traducido) es cine de autor en todos los sentidos de la definición. Cine de autora. Cine de Carla Simón. La película sale de sus entrañas, sale de su vida, de aquel verano del 93 que marcó su crecimiento y que sigue recordando, como uno recuerda la cicatriz que surca su frente desde que se la abrió a los dos años contra la mesilla del teléfono. Son los agujeros de la infancia. Lo que define lo que somos.
Carla Simón solo tenía 7 años en 1993. Si uno hace los cálculos -va, tampoco os pedimos mucho-, se dará cuenta de que ahora apenas supera la treintena. Antes de Estiu 1993 había dirigido tres cortos de ficción (Lovers, Lipstick y Las pequeñas cosas), además de un corto documental (Born Positive). Sin embargo, con ella se revela como una directora imaginativa, con un fantástico dominio de la luz y su poder simbólico, además de una mano extraordinaria para la gestión emocional de su narrativa, incluso al contar una historia que toca hueso propio. Poco hay que decir sobre su trabajo de dirección actoral, especialmente con esas dos niñas que son Laia Artigas y Paula Robles y que tanto brillan en su película. Carla Simón es una directora a seguir por su desnudez, por su valentía y arrojo. Y porque con una ópera prima como esta, quién sabe lo que podrá venir después.
Javier Calvo y Javier Ambrossi: La llamada
Los Javis, que así se conoce popularmente a Javier Calvo y Javier Ambrossi, han sido la gran sensación a nivel social del universo cinematográfico en 2017. Todo gracias a su proyecto, otro viaje indefectiblemente personal, propio, genuino. Todo gracias a La llamada, ese fenómeno que nació en el Teatro Lara hace ya un lustro y que aterrizó en cines el pasado mes de septiembre. Al igual que Carla Simón, Javier Ambrossi supera por poco la treintena, mientras que Javier Calvo (27 años) todavía está lejos de alcanzarla. Pero su irrupción ha sido fulgurante. Prueba de ello es su presencia en el reality show del momento, Operación Triunfo, donde son profesores de interpretación. Además, Netflix también se ha hecho con los derechos para la segunda temporada de Paquita Salas, la serie que originalmente lanzaron en Flooxer.
En La llamada, Calvo y Ambrossi viven su propio despertar. Su nacimiento como realizadores obsesionados con la estética, con el color, con la luminosidad y la pasión. Su forma conjunta de dirigir, además de denotar su extraordinaria cohesión, los muestra como personas sin ningún tipo de represión emocional, personas desatadas, abiertas al maravilloso mundo de la sensación. Su película es divertida, una sincera inyección de ritmo y alegría, un producto que gustará a propios y extraños. Más que una película, es un acontecimiento. El relato del despertar de una generación. De la erupción de dos cineastas de potencial infinito.
Lino Escalera: No sé decir adiós
La diferencia entre la cinta de Lino Escalera y las dos previamente mencionadas quizá se reduzca a una cuestión: su repercusión social. No sé decir adiós no ha llegado al público que ha cubierto Estiu 1993, ni mucho menos a la vastísima audiencia que ha disfrutado La llamada. También El secreto de Marrowbone, la candidata de la que hablaremos a continuación, la ha superado con creces en este apartado. Por lo demás, su debut en la dirección no tiene absolutamente nada que envidiar al de sus competidoras. El madrileño Lino Escalera, de 42 años, irrumpe en el mundo del largometraje con una cinta desgarradora, fría como el metal de un cuchillo antes de atravesar la piel.
Escalera ha hecho una película azul. El empleo de tonalidades frías, como es lógico, no es casualidad. Y es que todo en No sé decir adiós es azul. Todo es arrebatadoramente triste, tan triste como puede llegar a serlo el tomar consciencia de que debes despedirte de una persona para siempre. Su trabajo en la dirección es el de un equilibrista de las emociones, atravesando toda una red de sentimientos crudos y viscerales sin dar siquiera un paso en falso. Además, por qué no decirlo, ha creado al que es el gran personaje del año en el cine español, quizá en competición con el que interpreta Javier Gutiérrez en El autor: la extraordinaria Carla encarnada por Nathalie Poza.
Sergio G. Sánchez: El secreto de Marrowbone
Esta película rompe un poco con todo lo que veníamos contando acerca de sus tres competidoras en la nominación. Para empezar, Sergio G. Sánchez sí es, a diferencia de los demás, un personaje con una cierta trayectoria en el mundo cinematográfico español. Sin ir más lejos, ha sido el guionista de Juan Antonio Bayona tanto en El orfanato como en Lo imposible. Además, también ha firmado los libretos de Fin, de Jorge Torregrossa; y de Palmeras en la nieve, de Fernando González Molina. Por las tres primeras, recibió sendas nominaciones a los Goya. Con El orfanato, lo ganó. Es cierto que todavía no se había estrenado como director de un largometraje, pero a este cineasta ovetense de 44 años le sobran experiencia y prestigio.
Además, la diferencia de presupuesto entre esta cinta, que contó de fondo con la producción de Bayona y la presencia de una productora internacional como Lionsgate, es notable. El secreto de Marrowbone, de hecho, multiplica por ocho el presupuesto de la segunda película más cara de la categoría, La llamada, mientras que la diferencia entre las otras tres es mínima. De este modo, no cabe duda de que su diseño de producción y sus acabados son muy superiores a los de sus competidoras. Pese a ello, lo cierto es que la película se queda un poco atrás en la pelea con ellas, y es que en cuanto a desarrollo narrativo y fluidez en la dirección está un peldaño por detrás. El trabajo de Sergio G. Sánchez, aunque excelente en el aspecto estético, adolece de ciertas carencias a la hora de otorgar arco dramático a sus personajes y de ofrecerle a su narrativa una solidez que no dependa tanto de los giros de guión.