Dame kilo y medio de caviar ruso

portada del mercado

Raquel es una modista de pelo largo recogido en una coleta baja, y gafas que cuelgan de su cuello. En su puesto del mercado de Barceló, tiene colgadas unas blusas victorianas, un toque de distinción entre dobladillos y remiendos. Si se pone a recordar su historia recorre toda una vida: la que lleva trabajando en el mercado. Ha visto cómo cerraban su antiguo puesto, y la trasladaban a uno nuevo en los “pentágonos”; construcciones modulares con techos de uralita. “Es un desastre” –  dice – “En verano te mueres de calor y en invierno te mueres de frío”. Sin embargo, los comerciantes de Tribunal se saben afortunados. Se han escapado de la corriente actual, que con la restauración impone también una reconversión a tiendas exclusivas y para gourmets.

 

El primer ejemplo fue el Mercado de San Miguel. A dos pasos de la Plaza Mayor, su situación es perfecta para atraer turistas que, gustosos, pagan precios excesivos por una croqueta (así, en singular) o por un vaso de zumo.

El Mercado de San Antón, por otro lado, va más dirigido a las gentes chic que toman Gin-Tonics en Chueca. Una tapa de cocina japonesa y un vino riojano apoyados en la barra; y una copa en la terraza para finalizar una noche con clase.vista del mercado de san anton

El siguiente en la lista puede ser el Mercado de la Cebada, cuyos comerciantes luchan por mantener sus puestos y su clientela, que prefiere comprar verduras frescas aunque no pueda pagar con tarjeta.

Pero cada vez son menos. Con el ritmo de vida actual es difícil no sucumbir al supermercado que abre 15 horas 7 días a la semana. Los empresarios buscan nuevas fórmulas que salven el edificio y los puestos de trabajo. Los mercados no sirven ya sólo como un lugar de abastecimiento. Quizás Raquel decida algún día hacerse un moño italiano, y transformar su puesto en una boutique vintage.

 

 

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