Una barandilla ornamental de color blanco parece espiar el ir y venir de las olas a través de dos círculos concéntricos, adornados con ramas de laurel y una flor. Un hombre se agacha y la fotografía. Su compañera se recuesta sobre ella para contemplar el mar Cantábrico, aprisionado entre dos montes y una pequeña isla. Un aluvión de turistas recorre la bahía en el tren txu-txu, buscando la instantánea perfecta con sus móviles de última generación. Hasta que algún paseante o ciclista se cuela en la foto… Y así, días tras día, la famosa baranda del paseo de La Concha sigue siendo testigo privilegiado del florecer de Donostia. Por algo se dice eso de “eres más donostiarra que la barandilla de La Concha”…
Donostia, Donosti, San Sebastián, Donostia-San-Sebastián, Sanse, La Bella Easo, Hirutxulo… Todas y cada una de esas acepciones conforman una misma ciudad que destaca más allá de su cara bonita. La capital guipuzcoana no llega a los 200.000 habitantes y, sin embargo, ocupa la decimoctava posición entre los 52 lugares a los que viajar en 2016, según el New York Times. Fundada en 1180 por Sancho el Sabio, fue en el siglo XIX cuando vivió su Belle Époque particular, con la construcción de la Catedral del Buen Pastor, el Palacio de Miramar, el Teatro Victoria Eugenia, el Hotel María Cristina, etc.
Actualmente, la ciudad aún conserva ese aire afrancesado de anchas avenidas y elementos arquitectónicos decorativos en las fachadas. Donostia habla euskera y “erdera” (castellano), es de playa y montaña, cinéfila y melómana, lluviosa y de paladar refinado, y este 2016 se estrena como Capital Europea de la Cultura. A pesar de su proyección internacional, basta con perderse por la parte vieja o visitar el mercado de San Martín para redescubrir otra pequeña ciudad. “Donosti es un pueblo, nos conocemos todos”, dicen sus habitantes. Pero, ¿qué hace de este lugar a orillas del Cantábrico un destino tan irresistible?
El orgullo ñoñostiarra
Todo ñoñostiarra (apodo que hace referencia al pijerío donostiarra) y giputxi (guipuzcoano) que se precie, se enorgullece de su ciudad, de la Tamborrada, la gastronomía y la Real Sociedad. Y si no, que se lo pregunten a Mikel Erentxun, al compositor Alberto Iglesias, a Álex Ubago… La Oreja de Van Gogh dedicó la canción 20 de enero a la Tamborrada, Iñaki Gabilondo es fiel seguidor de la Real y el productor Elías Querejeta jugó en el equipo. Hablar del último fichaje y combinarlo con comentarios sobre un restaurante, el Festival de Cine o la Quincena Musical es de lo más habitual.
Los donostiarras se enamoran de su ciudad cada día, como cualquier visitante ocasional. Solo hay que acercarse al paseo de La Concha por la tarde para observarlos, desperdigados entre los turistas, boquiabiertos mientras buscan ese rayo verde en el horizonte. La pasión que siente un ñoñostiarra por su ciudad es tal, que incluso contagia a los que la visitan. Y si no, que se lo pregunten a Bruce Springsteen o Woody Allen…
“El cantábrico tiene las mejores playas”
Hirutxulo (“tres agujeros” en euskera). Así llamaban los pescadores a la ciudad, ya que desde el mar se apreciaban tres entradas: la formada entre el Monte Igueldo y la isla de Santa Clara, otra entre Santa Clara y el Monte Urgull, y la situada entre Urgull y el Monte Ulía. Esos tres «agujeros» escondían tres playas: Ondarreta, La Concha y Zurriola. La Concha es, sin duda, la playa urbana más famosa de España, custodiada a su alrededor por el Palacio de Miramar, el balneario de La Perla y el actual Ayuntamiento. La Zurriola, por su parte, hace las delicias de los surfistas. Y no solo por el oleaje, sino también al acoger campeonatos mundiales y eventos como el Surfilm Festibal.
Para los que prefieran el monte, Igueldo, Urgull y Ulía ofrecen espectaculares vistas a la bahía y, si el clima es favorable, se intuye la costa de Iparralde. Igueldo alberga además un parque de atracciones al que se accede en funicular y que cuenta con ponis, salas de espejos, travesías en barca y una montaña rusa.
Pintxo-potes y “helaus”
Donostia es una de las ciudades del mundo con mayor número de estrellas Michelín por metro cuadrado. Del total de siete restaurantes con tres estrellas Michelín (la máxima calificación) que hay en el país, tres están en esta ciudad. Destacan los célebres restaurantes de Andoni Luis Aduriz, Pedro Subijana, Juan Mari Arzak y Martín Berasategui.
Sin embargo, más allá de la cocina moderna, el pescado fresco y el chuletón, es imposible conocer la cultura culinaria vasca sin ir de pintxos por lo viejo. La calle 31 de Agosto, pegada al Monte Urgull, podría competir en variedad y calidad con las mejores barras de muchas grandes capitales. ¿El pintxo más típico? La gilda donostiarra, que combina anchoa, aceituna y guindilla. Y luego está el pintxo-pote, una iniciativa semanal que ofrece un pintxo y un pote (bebida) a precios asequibles. El pintxo-pote de los jueves con la cuadrilla en el barrio de Gros es ya todo un acontecimiento.
Pero la capital guipuzcoana también es golosa, y la pastelería Otaegui, en la plaza del Buen Pastor, lleva endulzando la vida de los donostiarras desde 1886. Que si milhojas, que si canutillos, que si pantxineta y pastel vasco… Y después están los helados. En Semana Grande, la tradición manda tomarse un “helau” mientras se ven los fuegos artificiales desde la bahía. Todo muy salvaje.
De Lauren Bacall a Meryl Streep
La ciudad vasca cuida y apoya la cultura, además de fomentarla. Este año, la Tabakalera, una antigua fábrica de tabaco, ha abandonado sus malos hábitos para convertirse en factoría de Arte Contemporáneo e hito de la Capital Europea de la Cultura 2016. En julio, los amantes del teatro podrán disfrutar de Sueño de una noche de verano, en el 400 aniversario de la muerte de Shakespeare. Un mes más tarde, Clem Snide y The New Raemon visitarán la ciudad en el marco del Music Box Festibala. Además, septiembre acogerá talleres y charlas con estudiantes de cine de todo el mundo, entre otras muchas actividades.
Tampoco faltan las citas ineludibles, sobre todo en verano. En julio se celebra el Jazzaldia, todo un clásico desde su primera edición en 1966. Altxerri y Etxekalte son dos locales imprescindibles para los forofos del jazz. La Quincena Musical, el festival de música clásica más antiguo de España y uno de los más veteranos de Europa, se prolonga durante todo el mes de agosto. Y en septiembre, el Kursaal de Rafael Moneo sacude la alfombra con motivo del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Por allí han pasado Gregory Peck, Lauren Bacall, Michael Caine, Robert Duvall, Catherine Deneuve, Robert De Niro, Al Pacino, Meryl Streep o Anthony Hopkins, entre muchos otros.
Dicen que la Bella Easo provoca el llamado síndrome de Stendhal, esa rara y romántica enfermedad que ataca a los visitantes de Florencia y Venecia al ser expuestos a tanta belleza. No sabemos si será este síndrome, su gente, las tabernas, el txakoli, el «euskañol», los verdes y azules que tiñen su paisaje, su personalidad salvaje y sofisticada, o esa pose de pija cultureta. Pero todo aquel que viaja a Donostia, termina sintiéndose, aunque sea por unos días, más ñoñostiarra que la barandilla de La Concha.
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