MARTES DE MICROPOESÍA OSADA Y EN CIERNES

Sucede que es extraordinariamente difícil ser un poeta joven. Si uno es un poco listo, le  atacará de súbito una angustia terrible y malhumorada, una certeza tan insoportable como la de la muerte al entender, con meridiana claridad, como un mal sueño, que ya está todo escrito. Y, además, muy bien escrito. Manuel Panizo ha sentido esta inquietud incómoda, y como él mismo relató el martes en su segundo recital, en lugar de amedrentarse, se decidió a crear una poética sorprendente que “no contara niñerías” ni contuviese manidos tintes filosóficos. Difícil propuesta. Máxime cuando el camino que ha elegido Panizo es el de expresarse con micropoemas de apenas dos versos: “Dejo caer arena sobre nieve. / Esa ceniza”.

Sin duda, uno de los rasgos definitorios, y en mi opinión más meritorios, de la poesía, es la eficacia, ese saber contar lo máximo con el mínimo número de palabras atrapando al lector en el proceso. Pocos han logrado llevar a cabo con éxito este propósito. Llevando la menudez al extremo están los grandes escritores de habla hispana que han adoptado el haiku como forma de expresión. “La muerte invade / de vez en cuando el sueño / y hace sus cálculos”, escribía, por ejemplo, Mario Benedetti.  Menos tradicional es la ya mencionada micropoesía, esa literatura a píldoras cargada de humor, reflexión e ingenio que irrumpió con fuerza durante los últimos años: “Yo exagero / para disimularte / pequeñez mía”, se sonríe la poetisa Ajo en sus recitales.

Atendiendo al panorama previo, y, sobre todo, teniendo en cuenta aquello de que lo breve ha de ser doblemente bueno, se infiere que para dar a luz una composición de estas características hay que ser verdaderamente osado. Panizo lo es, pero, quizá por su inmadurez literaria, no llega a ser eficaz en sus propuestas, pues ante sus poemas se tiene continuamente la sensación de que falta algo. Quizá sea por lo fragmentario de los temas que utiliza, que se limitan a recoger instantáneas de impresiones fugaces y personalísimas (“Arrojo el rostro” es uno de sus poemas). Los versos, no obstante, funcionan muy bien como imágenes, pero quizá fuese más conveniente que formasen parte de un todo mayor, pues no son capaces por sí mismos de sostener una creación completa.

El autor, cuyo recital resultó ameno por la combinación de lectura y charla informal, explicó que su poesía responde a la necesidad de “sacar a la luz conflictos interiores que el lenguaje no sirve para expresar”. Y precisamente por la cualidad interior y espiritual a la que alude, resulta paradójico el uso continuo que hace de la anatomía como base de sus metáforas.“Sacio los huesos. / Me vacío”, reza, por ejemplo, una de ellas, mientras que otra formula: “Hundes la cabeza en agua / y al levantarte / aprietan tu cráneo hacia dentro. / Respiras”. El segundo y reiterativo grupo semántico que utiliza el poeta para expresar esa “incomodidad con la cotidianidad” a la que alude está claramente formado por el suelo en su sentido más físico: la arena, el asfalto y las rocas invaden los poemas de este proyecto literario que espera hacerse libro de mayor, Cloc.

Pese a su evidente inmadurez poética (Panizo tiene 23 años), puede que sea este un poeta que dé que hablar con el tiempo. Hay que reconocerle en cualquier caso la afanosa voluntad de innovación y asombro, la frescura, e incluso algunas estrofas brillantes y prometedoras, como “Rompo la bilis / con hielo (me arrugo / en algo que no seas tú / y me enfrasco). La condensación / del vaso / amontona insectos / sobre la mesa del bebedor”.

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