MAESTRO FAULKNER

mientras agonizoMientras agonizo de William Faulkner es una de esas novelas a las que el protocolo literario obliga a tratar de usted, con el sombrero en la mano, y reverencia incluida a pié de página. Y no es para menos, porque nos encontramos ante un soberbio ejemplo de arquitectura narrativa, bien sudado de lirismo y paisajes sureños. Pero a quien podría extrañar. Al fin y al cabo, nos encontramos frente al escritor que, premios escandinavos al margen, fue capaz de fundar y devastar a golpe de pluma la impronunciable región de Yoknapatawpha, a la que nunca hizo falta estar archivada en un GPS para terminar siendo tan real y tan mítica como Macondo, Comala o Santa María también lo fueron. Como la vida misma también lo es.

No en vano, los mismos Garcia Marquez, Rulfo y Onetti mostraron siempre una endeudada admiración por la obra de este hijo de Mississippi. De ese sur de Estados Unidos donde nunca dejó de apuntar la brújula de Faulkner. Un teritorio de perdedores que crecieron alternando rencor y desesperanza entre barrizales de algodón y camisas de domingo frente al altar. En este caso nos presenta a la familia Bundren, unos campesinos pobres, cuyo único paliativo social es haber nacido blancos en una tierra que apenas les proporciona comida para llevarse a la boca. Así, con realismo y crudeza, el autor fija su atención en el primitivismo del ambiente, mostrando hasta que punto el atraso económico y social ha podido degradar las mentes y creencias de las personas.

La trama de la historia gira en torno (más que a través) del viaje que la familia emprende para enterrar a la madre, con el ataúd a cuestas dejando tras de sí un rastro de premonitoria podredumbre. Esta odisea familiar es conducida por Faulkner por el sendero de la más árida tragicomedia, en la que, sin embargo, es imposible no vislumbrar cierto tono de admiración. Porque cada obstáculo y zancadilla del destino es sobrellevada por todos con una dignidad quijotesca, casi alucinada, que nos permite acercarnos a los diferentes matices de su desolación personal

Y para lograrlo se vale de la meritoria (pero para qué negarlo, en ocasiones, exasperante) técnica del flujo de conciencia interior, patentada por James Joyce en la colosal vorágine expresiva que fue su Ulyses. Mientras agonizo es indudablemente una novela rocosa, áspera y lapidaria. Y muy difícil de leer. Exige un grado de atención y paciencia ya en situación de desahucio en las librerías actuales. De hecho, no pasarán muchas páginas hasta que el lector claudique a la necesidad de releer párrafos previos para no perder el hilo enmarañado de la historia.

Pero como sucede con las grandes novelas, el esfuerzo está sobradamente justificado. Casi tanto como el haber aprendido a leer en la infancia. Porque bastará llegar al dialogo final del libro para comprender que todo era un sarcasmo sureño del maestro Faulkner, una vuelta de tuerca más en la intrincada miseria de la naturaleza humana. Una lección de cómo se escribe un libro. De la A a la Z.

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