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Las neurosis sexuales de nuestros padres

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Las neurosis sexuales de nuestros padres

Dora sufre una extraña enfermedad mental que le ha obligado a vivir medicada durante toda su infancia. Acaba de cumplir dieciocho años y su madre ha decidido que es buen momento para que deje las pastillas. El doctor está de acuerdo. Su padre, en cambio, no sabe no contesta.

Este es el punto de partida de Las neurosis sexuales de nuestros padres, un texto de Lukas Bärfuss representado en el Teatro Galileo bajo la dirección de Aitana Galán.

El personaje de Dora es el pilar que sostiene este montaje. No debe ser fácil comenzar la vida adulta de golpe, sin la protección de las construcciones sociales que uno aprende siendo niño. De ahí, que empatices con ella, con la débil, la víctima. Luego descubres que aquí no hay víctimas y verdugos, que nada es tan simple. Dora también puede destrozar a quienes la rodean y estos, a su vez, pueden ser crueles enemigos de sí mismos.

Dora, en palabras de Carolina Lapausa, quien la interpreta en este montaje, “quiere comerse la vida a mordiscos”. Su falta de prejuicios, la libertad con la que se enfrenta a las relaciones sexuales, despiertan los tabúes de su entorno cercano, generando desconcierto e incomodidad. El comportamiento de Dora, sin embargo, no deja de ser una repetición de conductas observadas. Lo que en ella es extraño, anormal, también habita en los demás, quienes tratan de apaciguarlo u ocultarlo. La represión, con el tiempo, se revela como un enemigo salvaje y despiadado capaz de arrasar con todo.

Desde luego, Las neurosis sexuales de nuestros padres no es un montaje que produzca indiferencia. No sabes muy bien si posicionarte en el bien o el mal, en lo sano o lo enfermo. De hecho, cuestionas qué es lo bueno y lo malo, lo sano y lo enfermo. Y, entre cuestión y cuestión, hay emociones que te invaden sin saber muy bien el porqué. Puede ser por culpa de una frase lapidaria del inteligente texto, por una mirada o un grito de Dora, por una carcajada propia que después de emitirla se te congela.

El espacio escénico se dibuja intencionadamente sencillo, una mesa y cuatro sillas, despojando al texto y las interpretaciones de cualquier artificio. La puesta en escena ágil te mantiene alerta desde el primer momento, pero hacia el final de la obra, el montaje decae. Sobre todo, porque la actuación de Fernando Romo, quien interpreta al médico, es cada vez menos convincente. Aunque la intervención final de los padres, carcomidos por la culpa y alabando de alguna manera la ley darwiniana del más fuerte, presenta uno de los diálogos más interesantes de la obra, el clímax ha sido tan potente que tiñe de anodina la resolución del conflicto. Parece, por un momento, que vas a desear que el final hubiese llegado antes. Pero no, de repente, la última escena se convierte en la guinda final de este agridulce pastel. Te percatas del posible y estremecedor final de Dora y te invade el miedo, la lástima. Empatizas con ella todavía más si cabe, te entran ganas de llevártela a casa y cantarle algo así como una nana para que al fin, al menos por un rato, sea contigo la niña que no la dejaron ser.

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ÚLTIMAS FUNCIONES:

JUEVES 19, VIERNES 20, SÁBADO 21 A LAS 20:00 HORAS

DOMINGO 22, A LAS 19:00 HORAS

GALILEO TEATRO (C/Galileo, 39- Madrid)

 

Víctor Barahona

Diplomado en arte dramático, licenciado en comunicación audiovisual, máster en periodismo cultural... o un loco soñador.

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