‘La última bandera’: un viaje de conciencia

Steve Carrell, en 'La última bandera'.
Steve Carrell, en 'La última bandera'.
Steve Carrell, en 'La última bandera'.
Steve Carrell, en ‘La última bandera’.

La guerra es un catálogo de errores, dijo Winston Churchill. Pero, si el ex primer ministro del Reino Unido desde su lecho de muerte me lo permite, concretaré un poco: más que un catálogo de errores, la guerra es una lista (casi) incalculable de muertes innecesarias. La Segunda Guerra Mundial, en la que participó el político inglés, no fue la primera ni será la última batalla. Lamentablemente, así avanza la sociedad en la que vivimos, como un barco a la deriva arrastrado por una corriente que nos conduce a las equivocaciones del pasado.

Doc, que luchó por Estados Unidos en Vietnam, se acaba de enterar de que su hijo ha fallecido en la guerra de Iraq. Entonces, decide reunir a sus dos antiguos camaradas, Mueller y Sal, para enterrar a su hijo, Larry Jr. El primero, convertido ahora en sacerdote, y el segundo, propietario de un bar de mala muerte.

La última bandera, que ha retrasado su estreno en España del 16 de febrero al 2 de marzo, es una secuela espiritual de El último deber (1973), de Hal Ashby. Sin embargo, en la película dirigida por Richard Linklater, y protagonizada por el trío Steve Carrell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne, la guerra o mejor dicho la muerte del hijo de Doc no es más que un punto de partida, una excusa, para que los tres personajes emprendan un viaje de reflexión.

Laurence Fishburne, Steve Carrell y Bryan Cranston, en 'La última bandera'.
Laurence Fishburne, Steve Carrell y Bryan Cranston, en ‘La última bandera’.

Siempre me ha gustado decir que nadie en el cine retrata mejor la vida como Linklater. Lo demostró con la trilogía del Antes (Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer), Boyhood y su anterior largometraje Todos queremos algo. Con La última bandera, a pesar de no ser su obra más memorable y no estar al mismo nivel cinematográfico de las citadas con anterioridad, lo corrobora, porque en esencia es una última reunión entre viejos amigos cargada de conversaciones existenciales acerca del dolor o el sentimiento de culpabilidad.

Cranston y Fishburne son la conciencia de Carrell. El primero representa lo que conocemos como diablo, mientras que el segundo personifica al ángel que lo quiere llevar por el buen camino. El yin y el yang. Al final, todos acaban por contagiarse los unos a los otros. El film se sostiene por situaciones divertidas a cargo de Sal, un viejo canalla interpretado por Cranston, que es, sin ir más lejos, el alma de una película interesante de ver.

Cuando visualicé La última bandera, a finales del mes de enero, un pensamiento rondó mi cabeza por un tiempo. Es este: solo cambiamos ante una desgracia que nos perturba. Da igual las veces que nos adviertan, da lo mismo que conozcamos la teoría, solo a través de la experiencia personal y el sufrimiento, como es en este caso la pérdida de un familiar, aprendemos a dar valor y a relativizar los diferentes aspectos que componen nuestra vida.

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