‘Escoria’ de calidad

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Escoria, la tercera novela de Irvine Welsh -el enfant terrible de la literatura británica y estandarte de la Generación X literaria junto a Easton Ellis y Chuck Palahniuk– presenta a un personaje tan patéticamente humano que roza lo surrealista. No existe vicio que el sargento Robertson desconozca. Drogas, alcohol y mujeres se funden de manera obsesiva y enfermiza en una historia asfixiante de cruda y sucia realidad. La novela, protagonizada por uno de los personajes más maravillosamente repugnantes surgidos del cráneo afeitado de Welsh, es un alegato implacable contra la bondad del ser humano donde, como si de una película de Scorsese se tratase, no hay buenos ni malos, sólo vidas con sombras desproporcionadas para los pocos rayos de luz que reciben.

Este aprendiz de sátrapa, taimado y fulero llamado Bruce, basa su existencia en una simple premisa: en el mundo sólo pueden ocurrir un número limitado de cosas malas al mismo tiempo y todas aquellas que les estén sucediendo a otros no le pueden estar sucediendo mientras tanto a él. Con un parásito intestinal que actúa de Pepito Grillo -incitándole con su voz interior a satisfacer sus necesidades más inmediatas- y una mente retorcida, perversa y sexualmente desviada –siendo amables-, Bruce consigue hacer infelices y desgraciados a todos aquellos que le rodean. Un personaje redondo, con la mezquindad como forma de vida llevada hasta sus últimas consecuencias, que, por su crueldad, sólo consigue empatizar con el lector gracias a su sufrimiento –patrimonio de la humanidad- y tormentoso pasado.

 Escoria es, hasta la fecha, una de las más inquietantes, profundas y nauseabundas novelas de Welsh en la que el lector deambula –al servicio de la ley- por las calles de Edimburgo entre la niebla en busca de prostitutas, mujeres fáciles, tabernas en las que emborracharse, drogas y comida rápida.

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