¿Te imaginas caminar por un pueblo medieval y descubrir que todo lo ha hecho un sólo hombre?
Un túnel hacia el pasado
Sólo queda la añoranza de los niños gritando apiñados en los pueblos. El silencio se impone en las plazas de las aldeas, sólo se llenan por el rugido del motor de los que buscan salir de la urbe y refugiarse en el campo al acabar la jornada de trabajo. El vocerío de los que jugaban a los bolos, que acallaban el silencio con sus risas, las señoras saliendo de misa, engalanadas con blusas y mandiles, comentando los últimos y más jugosos chismes del pueblo, los chiquillos que se pasaban horas y horas jugando al fútbol, saltando tapias y haciendo el canelo. El olor a leña, la llamada de las campanas de los domingos, los recuerdos desdibujados de la infancia se hacen más vívidos entre las paredes de adobe de esta escultura. Un túnel hacia el pasado, leed atentamente.
La escultura más grande del mundo la consideran algunos, con más de veinticinco mil metros cuadrados de extensión. El Territorio ArTlanza está en Quintanilla del Agua (Burgos), que más que una escultura, es un acto de amor dedicado a la España rural de antaño. En la zona meridional de la provincia, un lugar de pueblos exquisitos, que te roban el corazón, preguntadle, si no, a Clint Eastwood que todavía se acuerda de sus andanzas por estas tierras y del pueblo de Covarrubias. Nos encontramos una basta peculiaridad arquitectónica construida por un solo hombre, Félix Yáñez.
“Gracias” a la crisis surgió el Territorio Artlanza.
Félix se dedicó a la albañilería con su padre desde muy joven, pero estudió el oficio de ceramista de mano de su mentor Fidel Izquierdo, al que iba a ver todas las noches para verle trabajar. Aprendió a hacer figuras de cerámica, se le dio tan bien que trabajó durante treinta años, entre ferias y mercados. Todo cambió en 2008, con el advenimiento de la crisis, «lo primero que sale de la cesta de la compra es la artesanía, que se dejó de vender» nos cuenta el escultor. “Gracias” a la crisis surgió el Territorio Artlanza.
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Tierras llanas y pardas te acogen en la carretera hasta allí. Esas llanuras tienen un no sé qué, que te engatusan. Un encanto dispar de tierra y matorrales, una belleza seca, de la que si escarbas un poco encuentras un fruto dulce de territorios inéditos. El Territorio ArTlanza espera con los brazos abiertos, como su autor, que lleva desde 2008 construyendo, él sólo, este lugar. Relata que comienza siendo un capricho, «no es fruto de una idea concebida para la extensión que tiene ahora, era un hobbie ideado para el disfrute de su familia y amigos».
El germen de todo fue esa pequeña placita medieval que se encuentra al comienzo del recorrido, fue un antojo dijo Félix. “Pasar ratos bonitos con los amigos y la familia”, un acto desinteresado que más adelante se acabaría convirtiendo en algo más. Doscientos metros cuadrados se convertirían en más de veinte mil metros cuadrados. Ya os dije que Félix era hijo de albañil y ceramista antes de emprender este proyecto, oficios que le convirtieron en artista y un gran emprendedor sin saberlo. La ayuda que ha recibido a lo largo de estos años ha sido de su familia, su suegro, con más de noventa años, todavía le sigue echando una mano.
Un pueblo dentro de otro pueblo, piedra a piedra. Lo fue creando a mano con materiales reutilizados que encontró a lo largo de la comarca. “Al principio los vecinos me miraban extrañados”, sin embargo, ahora solo hay admiración por él y su obra. A lo largo de los años ha ido improvisando en la recreación, no había nada planeado, las ideas iban surgiendo, dependiendo de los materiales o simplemente lo que se le ocurría en el momento. Él buscaba los recursos, los cargaba, los transportaba y con ellos construía esta maravilla.
El territorio Artlanza se divide en tres grandes zonas
El pueblo ha llegado a su máxima extensión. El río marca el final de una etapa. Cuenta que estos dos últimos años se está centrando en una zona para los niños, donde ha construido diferentes esculturas de cuentos y dibujos animados, casas en miniaturas… El territorio Artlanza se divide en tres grandes zonas: el taller de cerámica de Félix, el propio pueblo y la nueva zona enfocada para los niños.
Los momentos más emotivos se manifiestan con la gente mayor, el pueblo los lleva a su infancia, a la época donde no les dolía nada, nos dice Félix. Momentos en los que le insuflan ánimo y afecto. En el fuero interno de Félix se alegra por hacer rememorar aquellos tiempos cuando había vida en el campo. A los niños se les oía, todavía existían las tradiciones, las fiestas y cánticos, la matanza: esta época de añoranza ha desaparecido a un ritmo acelerado, ya no hay niños, ni tradiciones. El pueblo se está convirtiendo en un valor añadido para recordar, cuanto más se olvide ese pasado, mayor valor adquiere esta escultura.
El recorrido al pasado comienza en la plaza típica castellana del principio. El tiempo se para, te encuentras en otra época. Tómatelo con calma, piérdete entre sus encrucijadas y sus estrechas calles, admira sus paredes de adobe y sus maderas de tejo. Ve sólo, así se disfruta más. Museos etnográficos, dos corrales de comedias, cantinas, sastrerías, escuelas, incluso algún que otro poblador que fija su mira mirada inmarcesible al turista. Escudriñar cada letrero, cada veta de madera, es una tarea obligada para descubrir la melancolía oculta.
Esta obra nos recuerda quiénes éramos
La viva imagen de la Castilla de no hace mucho perdura en esta obra de arte, la Castilla generosa, como decía Machado, no la miserable. Tiempos más simples, pero más duros, los cimientos de lo que somos ahora. Esta obra nos recuerda quiénes éramos, como vivían los de antes, sin idealizaciones y sin menosprecios. En esta escultura perduran los tañidos de las campanas del domingo, las viejas enlutadas con rosario en mano, los trillos que producían el cisma, los carros de heno, los bolos castellanos y, sobre todo, el griterío de los niños por sus calles empedradas.