EL PUBLICISTA PUBLICADO

13.99 euros

Con el libro 13.99 euros, el francés Frederic Beigbeder ha pretendido hacer una parodia satírica sobre mundo de la publicidad, desde una perspectiva indisimuladamente autobiográfica. Para ello se saca de la manga a Octave, un exitoso redactor publicitario con notable capacidad verborreica para segregar eslogans, acostumbrado a dejar tras de sí regueros de filias, fobias y sustancias estupefacientes alineadas en rayas. No faltaba más. Él es el prototipo de triunfador wasp de los 90: joven, esbelto, brillante, y por endísimo ende, asiduo merecedor de apretones de mano en salas VIP de todo el planeta. Pero no todo puede ser perfecto, y al unísono siente un vacío creciente existencial, acuciado por la contradicción vital en la que vive sumido: él vende al planeta un modo de vida-imagen-actitud, que a nivel personal sólo le han conducido a la más honda frustración en la cumbre del éxito. ¿Les suena?

Porque no, la trama no es original. Pero es verdad que, al principio, el libro consigue atrapar el interés del lector abriendo de par en par las alcantarillas del mundillo publicitario. Beigbeder es ingenioso y sobradamente consciente de serlo. No obstante, se le termina notando el plumero, porque, como buen publicista que es, escribe con los conceptos de ‘producto’ y ‘público’ bien metiditos en la cabeza. Lo que, válgame Dios, no tendría por qué tener nada de malo, a no ser que uno tenga la ocurrencia de presentar su libro a los medios como el Quijote del 2000, tal y como hizo Beigbeder en España.

Y es que se le nota demasiado a gusto en su papel de mesías que lucha contra los imperios publicitarios a lomos de un best seller. Hasta el punto de que, por algún motivo, pareciera que el lector debiera estarle eternamente agradecimiento por haber descubierto amenazas tan innovadoras contra el ser humano, como la sociedad de consumo, la manipulación de los medios, la publicidad idiotizante y un largo etcétera de tópicos encerrados en códigos de barras.

Pero dejando de lado la carga pretenciosa con la que el autor se presenta al planeta, está claro que el libro no busca otra función que la de entretener, sin invocar a reflexiones más profundas ni airadas. No obstante, por aquí también cojea el asunto. Porque lo peor que se le puede echar en cara al autor es que su crítica del homo slogan termine cayendo en la trampa del estereotipo, es decir, en la provocación fácil y manida, con un infatigable promedio de 47 rayas de coca por capítulo. Y haciendo acopio de situaciones chirriantes que ponen a prueba el sentido común del lector. Así, Beigbeder dilapida las expectativas creadas en la primera parte del libro, precipitando la historia a un final grotesco que ni siquiera tiene la excusa de ser original.

Pero eso sí: nadie puede negarle a Beigbeder una notable agilidad mental y dominio del lenguaje. Sabe jugar con las palabras y presentarlas de un modo brillante y efectista, como el buen publicista que es y que nunca ha dejado de ser. Es verdad que tiene golpes de humor que levantan más de una sonrisa y alguna carcajada. Pero entre aforismo y aforismo, la trama se desinfla hasta sumergirse en la vulgaridad más espongiforme. Por eso, aunque el autor haya desplegado todo su ingenio en 13,99 euros, el suficiente como para haber logrado un libro entretenido, sin mayor logro ni pretensión, al final persiste la sensación de que hace falta algo, algo más, para ganarse el rango de obra literaria.

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