Díaz Yanes combina dirección segura y contexto histórico con un buen trabajo de sus actores, aunque se queda a medio camino en cuanto a la exploración emocional de su protagonista
Tras el éxito de La Infiltrada, que se alzó con el Goya a Mejor Película, vuelve a despertar interés la temática de las infiltraciones policiales en la lucha contra ETA. Un fantasma en la batalla, estrenada el pasado 17 de octubre en Netflix tras un breve paso por cines, marca el regreso de Agustín Díaz Yanes a la dirección ocho años después de Oro. El cineasta ofrece una mirada intensa y personal sobre un conflicto que sigue fascinando al cine español, combinando tensión narrativa con un cuidado retrato histórico.
Al igual que en la cinta de Arantxa Etxebarría, la película narra la historia de una agente enviada a Donostia para infiltrarse en los movimientos abertzales y llegar directamente a las células de ETA. La acción se sitúa a mediados de los años 90, cuando los episodios más sangrientos de la banda ya habían pasado, pero su actividad seguía siendo intensa, comenzando a atacar de manera más directa a figuras políticas. Uno de los grandes aciertos del film es cómo mezcla secuencias reales con metraje de ficción, contextualizando de forma eficaz la situación histórica y mostrando cómo los crímenes de ETA dejaron una huella profunda en la sociedad española.
La dirección de Díaz Yanes resulta efectiva y directa, con un tono que en ocasiones recuerda a un documental, pero sin que el ritmo se vuelva pesado ni didáctico. Su experiencia como narrador se nota en la construcción de la tensión y en la manera en que alterna la acción con los momentos más íntimos de la protagonista, aunque en algunos tramos la película se siente contenida por la rigidez de la premisa.
Las comparaciones son odiosas
La protagonista, interpretada por la vitoriana Susana Abaitua (Loco por ella, Valle de sombras), quien no es la primera vez que participa en una obra sobre ETA tras salir en la magnífica serie Patria, es una guardia civil que, a pesar de estar prometida, lleva años solicitando el traslado al País Vasco y que, gracias a su carácter solitario y al fallecimiento de sus padres, cumple perfectamente con los requisitos del ministerio para una infiltración. Esta perfección, sin embargo, se convierte en uno de los principales problemas de la película: no por la actuación, que es convincente y se ajusta al tono del film, sino por el escaso conflicto interno de la protagonista. Apenas duda de lo que hace y siempre busca dar más por la causa, lo que reduce la complejidad emocional del relato.
La ausencia de este conflicto habría pasado más desapercibida si no fuera porque era uno de los puntos fuertes de La Infiltrada, y, precisamente, se convierte en la mayor losa que arrastra la cinta de Díaz Yanes. Es injusto compararlas, pero resulta inevitable, dado que ambas comparten premisas prácticamente idénticas. Su relato es sólido y técnicamente correcto, pero nunca alcanza la intensidad psicológica que sí lograba su referente.
En definitiva, Un fantasma en la batalla es un regreso sólido de Díaz Yanes, que combina dirección segura y contexto histórico con un buen trabajo de sus actores, aunque se queda a medio camino en cuanto a la exploración emocional de su protagonista. Una película que interesa por su temática y su realización, pero que no termina de desbordar.
