ARRIETTY Y EL MUNDO DE LOS DIMINUTOS: LO PEQUEÑO SE HACE GRANDE

Póster de Arrietty

Hayao Miyazaki tiene un don. Hace tiempo decía que no hace películas, hace magia. Con cada trabajo nuevo demuestra una y otra vez que su magia se hace más poderosa. Lo ha vuelto a conseguir, se ha superado de nuevo. Esta vez le ha cedido la silla de director al debutante Hiromasa Yonebayashi, curtido animador de la casa, mientras él se queda humildemente al frente del guión, sobre la novela de Mary Norton, Los incursores.

Ambientada en el año 2010 en el vecindario de Koganei (la localidad de Tokio donde se encuentra el Studio Ghibli), la película narra las peripecias de unos seres diminutos que miden unos diez centímetros. Arrietty Clock tiene 14 años y vive con sus padres debajo de la casa de unos humanos a los que suelen tomar “prestados” pequeños objetos necesarios para su subsistencia. Sin embargo, su pacífica vida se acabará el día que un chico recién llegado a la casa sobre la que habitan descubre su existencia.

Si el Studio Ghibli dice que va a hacer una película a partir de una historia original, seguro que es maravillosa. Si el Studio Ghibli dice que va a hacer una a partir de una novela, seguro que consigue mejorar el libro en el que se basa. Si el Studio Ghibli dice que a hacer un remake, seguro que le da mil vueltas al original. Mi vecino Totoro, El castillo ambulante y la presente Arrietty y el mundo de los diminutos son, respectivamente, claros ejemplos.

La habitación de Arrietty

El irreductible estudio de animación tradicional ha traspasado a través de su óptica el manuscrito de Norton, creando una obra grandiosa que habla su propio idioma sin necesidad de apoyarse en otras adaptaciones previas o libros originales. Yonebayashi dirige una cinta sencilla, pero muy entrañable y elaborada con mucho (muchísimo) mimo, tocada con esa varita mágica de Ghibli, consiguiendo que sea simplemente sublime. Una película con corazón.

Arrietty Clock

Lo que nos cuentan es lo de menos. La historia, algo así como una analogía a Romeo y Julieta abocada al fracaso, centrada en los miedos y las esperanzas de unos seres a punto de extinguirse, se presenta casi una excusa para mostrar virguerías marca Ghibli llevadas al extremo. Las verdaderas protagonistas de esta historia son las acuarelas. Una atención brutal al detalle es lo realmente importante de esta cinta. Así, cada plano de la casa de Arrietty se convierte en una delicia visual a la altura de cualquier obra de arte. Cada fotograma está plagado de pequeños detalles y gestos, a veces prácticamente inapreciables a simple vista, tan maravillosamente conseguidos que quitan el aliento. Los sellos en la pared, las gotas de la tetera, las hojas de laurel… Los movimientos de lente llevan un paso más allá los asombrosos detalles que vemos plano tras plano. Y entonces entran en juego los efectos sonoros, terminando de crear ese entorno perfecto para ambientar ese mundo en miniatura, en el que el director consigue introducir al propio espectador. Como si nosotros también midiéramos diez centímetros, somos capaces de oír lo que Arrietty oye, de sentir los saltamontes a nuestro lado a todo volumen o de escuchar el sonido de un alfiler al atravesar la ropa.

La familia Clock

Conviene tener en cuenta, eso sí, que el ritmo de la primera mitad del film es bastante lento, cediendo todo el peso a la factura de la historia, más que a la historia en sí. La mayoría de los niños se aburrirán bastante en el cine (como dejan patente más de uno), así que quizá convenga elegir otra película para ellos antes de decantarse por esta por “ser de dibujos”. Las obras del Studio Ghibli se pueden deleitar a cualquier edad, pero tal vez a los más pequeños les cueste hacer frente a la densidad de esta en concreto.

Mimo y detalle

Sorprendentemente, Joe Hisaishi, compositor habitual de Ghibli, le ha cedido la batuta a la debutante en bandas sonoras Cécile Corbel, cantante y arpista franco-belga. Con estas referencias no es de extrañar que, además de las partituras orientales, abunden los ecos celtas a lo largo de toda la película. Corbel, en la línea de Hisaishi, firma una banda sonora soberbia con tonos bucólicos equiparable a la elegancia y sensibilidad del resto de la película.

Como no podía ser de otra manera, el broche Ghibli se manifiesta en varias escenas. La exaltación de la vida y de la naturaleza se desnuda en la conversación que mantienen Arrietty y Shô acerca de la desaparición de las especies y la degradación del medio ambiente lleva la marca de la casa, así como del propio Miyazaki. Y ese gato poniendo ojitos ante las caricias lo hemos visto ya en alguna ocasión…

Arrietty, Shô y el gato

Arrietty y el mundo de los diminutos desborda sensibilidad y ternura. Es una de esas cintas que hay que ver al menos una vez en la vida, y verla como se merece: con tranquilidad, con calma y con ganas de dejarse llevar por la maravilla técnica y por la magia de Ghibli. Al fin y al cabo, no todos los días se tiene la oportunidad de ver una película con corazón. Y de fondo, un mensaje. Un canto a la esperanza con cierto tono de tristeza. La última maravilla del Studio Ghibli.

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Año: 2010.
Duración: 94 minutos.
País: Japón.
Género: Animación, aventura, fantasía.
Directores: Hiromasa Yonebayashi.
Intérpretes (voces): Mirai Shida, Ryûnosuke Kamiki, Shinobu Ohtake, Keiko Takeshita, Tatsuya Fujiwara, Tomokazu Miura, Kirin Kiki.

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