El cine bélico se fundamenta en una cuestión básica: trabajar bien la tensión dramática. En saber captar ese estado perpetuo de nerviosismo, esa sensación desasosegante de que, en cualquier momento, todo puede venirse abajo. Todo puede terminar. Entender esa cuestión, la de la incapacidad de dormir por la noche, la de sentir que necesitas proteger las cosas que la guerra podría arrancarte de raíz, te lleva a crear un producto veraz, honesto, que transpira. El cineasta belga Philippe van Leeuw lo ha hecho. La ha comprendido. Y de ese proceso de comprensión ha concebido Alma mater, una cinta poderosa que, desde el intimismo, retrata con exactitud las entrañas del conflicto sirio. De cualquier conflicto bélico.
La premisa de la película es sencilla: se nos presenta a una madre de familia que vive encerrada en su piso, rodeado de francotiradores y ubicado en una zona de fuego cruzado, junto a sus tres hijos, su suegro, su empleada del hogar, el novio de su hija y sus dos vecinos, que acaban de tener un bebé. Diez personas enclaustradas en escasos metros cuadrados y sin apenas recursos. Sin comida y sin agua. La cinta arranca al amanecer de un día que bien podría haber sido cualquier otro, porque en una guerra el calendario es una cosa inútil. Mientras realiza sus tareas, Delhani (Juliette Navis, que interpreta a la empleada del hogar de la casa) observa por la ventana cómo un francotirador abate a Samir (Moustapha Al Kar), el padre del bebé. Asumiendo su muerte, se decide a contárselo a Oum Yazan (Hiam Abbass), la matriarca familiar.
A partir de ahí, se desencadena una atmósfera de tensión, de expresividad silenciosa, de secretos que pretenden apartar el dolor de la realidad de ese pequeño cosmos que Oum Yazan pretende crear en su hogar. De ese lugar en el que, al menos, la guerra está a una pared de distancia. Toda la película se desarrolla a lo largo del mismo día y dentro de ese pequeño apartamento al que todos se aferran, como si fuese lo último que queda de la vida que dejan atrás. Y es por eso que Oum Yazan se sube a las mesas y las abraza, las mismas mesas que alguna vez sirvieron para cenar en familia, en paz. En paz.
La tensión dramática del film transcurre fundamentalmente entre el personaje de Hiam Abbass y el de Diamand Bou Abboud (quien ya despuntó este año con su papel en El insulto), la madre del bebé, quien sueña con escapar esa misma noche sin saber que su marido yace en la calle con un disparo en su espalda. Ambas interpretan a sus personajes con una fiereza desoladora, encarnando a dos mujeres valientes, decididas a defender lo que es suyo a cualquier precio, hecho que queda al descubierto en la escena central del film, una escena para el recuerdo y de una brutalidad ensordecedora.
La cámara es lo que retrata
Van Leeuw demuestra, en su segundo largometraje (el primero fue Le jour où Dieu est parti en voyage, de 2009), su gran habilidad tras las cámaras, en parte gracias a sus tres décadas de experiencia como director de fotografía de directores del renombre de Bruno Dumont o Laurent Achard. La transparencia dramática de Alma mater se consigue a través de un retrato visceral de sus personajes, y también de la consecución de una atmósfera que asfixia. De la transformación de ese pequeño piso que guarda hermosos recuerdos del pasado (los personajes se dedican a hojear álbumes de fotos de tiempos mejores) en una suerte de cárcel indefensa, alejada de las bombas por apenas dos tablas de madera que bloquean la puerta.
Alma mater es una película pequeña, que nada hacia sí misma, y que, pese a su corta extensión, no escatima tiempo en detenerse para explorar las emociones de sus personajes. Van Leeuw trabaja, de hecho, como un francotirador: establece su objetivo, que no podría estar más claro, y dispara con precisión milimétrica. Desde el primer fotograma hasta el último, asistimos a un film poderoso, con un discurso marcado y relevante, y una habilidad extraordinaria para capturar al espectador, para enviarlo al interior de esas paredes en las que está atrapado el miedo, sí, pero también los restos de amor de un país arrasado por el odio.
El gran triunfo de la segunda película del director belga radica en su capacidad para coger una cuestión tan ambiciosa como el dolor de la guerra y retratarlo desde una perspectiva intimista: habla de él desde el dolor de dos madres. Alma mater es una cinta inteligentemente concebida y eficazmente ejecutada, y fotografiada con un realismo seco que, sin embargo, no tiene miedo a dejarse invadir por cierto deje poético. Philippe van Leeuw ha dirigido una película oportuna: los bombardeos sobre Siria que esta misma mañana han perpetrado los Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña le otorgan una nueva dimensión. La del retrato fiero de una sociedad capturada en medio de los disparos que, pese a todo, no se niega a sí misma la capacidad de amar.