Drogas, desamor y mucha venganza: el adictivo cóctel de Euphoria

Barbie Ferreira y Alexa Demie como Kat y Maddy

La ficción creada por Sam Levinson y protagonizada por Zendaya finaliza la temporada 2 convertida en la segunda serie más vista de HBO desde 2004

Segundas partes nunca fueron buenas, o, al menos, es lo que siempre se ha dicho. Pero nació Euphoria. El pasado 28 de febrero, la aclamada serie de HBO Max que vio la luz hace ya tres años, en esa era precovid, puso fin a su más que esperada segunda temporada. Y lo hacía dejando el listón a un nivel estratosférico. Si con la primera entrega pudimos descubrir una serie coral rompedora y diferente, en esta segunda ronda hemos encontrado una serie de todo menos coral, pero aún más —si cabe— rompedora, diferente y, sobre todo, turbadora hasta decir basta. Pero única en su especie.

Sam Levinson —37, drogadicto a los 16, sobrio desde hace 10 y padre absoluto de la serie— quiso ir más allá con una primera temporada onírica, atrevida y que se convirtió en el caldo de cultivo ideal para aquellos que rechazaban la trama en torno a las drogas, pues aseguraban que de este modo se romantizaría su consumo. Nada más lejos de la realidad. Levinson, mejor que cualquier otro, supo aunar la belleza, el irrealismo y la tragedia para confeccionar una historia que generase, no rechazo o deseo de emulación, sino comprensión y empatía hacia los personajes. Así lo hace saber a lo largo de sus ocho capítulos una brillante Zendaya en la piel de la joven y trastornada Rue, una adolescente que acaba de experimentar la muerte de su padre y solo encuentra consuelo en los opiáceos. Es decir, un periplo similar al de Sam Levinson en 2001, pero suprimiendo el visionado de cualquier película protagonizada por Jared Leto.

Cassie en la segunda temporada de ‘Euphoria’. HBO.

De todo lo que cualquier mortal puede llegar a vivir durante su adolescencia, Levinson hace una auténtica bomba de relojería capaz de explosionar en cualquier momento. Una pareja tóxica formada por Maddy (Alexa Demie), la femme fatale del instituto, y Nate, el típico guaperas del equipo; la inseparable de ella, Cassie; Lexie, una hermana que es la antítesis de todo lo que encarna Cassie; Fezco, el camello de confianza y mejor amigo de Rue, la total protagonista; Jules, el primer amor de esta última, y un largo y normativo etcétera de cualquier instituto estadounidense —o de Las Encinas—. Pero todo ello elevado a la enésima potencia gracias al tratamiento y el cuidado de sus personajes, de la estética y la gama cromática barroca y de ensueño que rodea toda la trama, y del vestuario y maquillaje que apoyan a cada instante la potente narrativa de la serie.

Uno de los fotogramas de la discusión entre Maddy, interpretada por Alexa Demie, y Cassie, por Sydney Sweeney. HBO.

En aquel precoz y lejano 2019, los personajes trataban de encontrarse a sí mismos, superar complejos y crear lazos. A pesar de que muchos de ellos —por no decir todos— tenían que lidiar con traumas que se le quedaban demasiado grandes, pudimos ver su evidente evolución a través de las relaciones que, entre ellos, iban trazando. Cada uno era diferente al resto y aportaba algo con lo que el espectador se podía sentir identificado. En esta segunda temporada, sin embargo, aquellos personajes ya se han encontrado, pero ahora tienen que enfrentarse a sí mismos y al resto. En estos nuevos capítulos vemos cómo determinados nombres han acabado pisando a otros que han quedado relegados a una esquina. Jules, Kat o Nate son algunos de los que, en lugar de ganar minutos de pantalla, han acabado a la sombra de una única protagonista: Rue, cuyo recorrido, tristemente, no toma caminos demasiado esperanzadores para la tercera temporada, que ya ha sido anunciada para 2024.

Esta nueva, que acaba de emitir su último episodio, esconde un trasfondo mucho más intimista, donde vemos a los demonios de muchos de los personajes salir a la luz. No obstante, y pese a la falta de profundidad en algunos de ellos, es innegable que otro de los ingredientes clave que han hecho de Euphoria la segunda serie más vista de HBO Max desde 2004 es el gran trabajo actoral. Así lo corrobora el Emmy que ganó Zendaya en 2020 por su notable interpretación en el papel de Rue. Y, de hecho, así continúa: haciendo méritos para obtener el segundo.

Escena entre Fez y Lexi viendo ‘Stand by me’. HBO.

Y es que, aunque la trama haya perdido potencia y, en ocasiones, el caos generado haya cruzado límites no demasiado definidos, con esta nueva dosis de Euphoria han sabido adentrarse en dilemas muy personales y delicados, retorciendo la psique y haciéndonos esclavos de la pantalla cada madrugada de domingo desde hace mes y medio. A esto han colaborado las interpretaciones de Maude Apatow (Lexi), Jacob Elordi (Nate), Eric Dane (Cal) y, sobre todo, Sydney SweeneyThe White Lotus, Todo es una mierda— como la inestable Cassie. Todos ellos mostrando una visible transformación y regalando escenas —y capítulos enteros— que quedarán grabados para los restos, y que nada tienen que envidiar a esa Boda Roja que antaño nos dio Juego de Tronos.

Objetivo similar han logrado el resto de aspectos técnicos de la serie. La luz, los movimientos de cámara, la imagen y fotografía a lo largo de las dos temporadas, el frenético guion y el ritmo tenso de sus capítulos. Detalles que funcionan como envoltorio de una serie de la que, una vez dentro, es imposible desprenderse. Detalles como la potente banda sonora que, según explica Jen Malone, supervisora musical, en una entrevista, avanza en la línea del resto de producción al no buscar realismo, sino esa esencia vintage que acompaña a la actualidad en toda la temporada. Desde Stand By Me, de Ben E. King, pasando por Call Me Irresponsible, de Bobby Darin, hasta llegar, incluso, a Como La Flor, de Selena Quintanilla.

Todos estos elementos hacen de la ficción de Levinson —a veces más real de lo que nos gustaría— todo un universo lleno de personalidad. Euphoria es, simplemente, incomparable. Tanto en fondo como en forma. Y es algo que se ha podido comprobar en esta segunda temporada repleta de tonalidades pastel, luces de neón, sombras al más puro estilo Caravaggio, un tableaux vivant con el que abría el capítulo 4, varias escenas irreverentes y un último postre que fue, sin duda, la obra de teatro de Lexi Howard. Algo que supuso el alcance de una catarsis final perfecta. Y es que parece que Euphoria es a la televisión lo que la piña a la pizza o la cebolla a la tortilla. No sabes que lo necesitas hasta que lo pruebas. Aunque hay algo indiscutible cuando te sumerges en el primer capítulo: o la amas o la odias. Aquí no hay lugar para Suiza.

Raquel Pablo Alcalá

Graduada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Siempre entre páginas y acordes, y sin perder el sur como norte.

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