Luces que no deben apagarse

Cuentan, los que han tenido la suerte de viajar por esas lejanas latitudes, que en ciudades como San Petersburgo, durante las fechas próximas al solsticio de verano, el día parece no querer descansar y osa arrebatarle terreno a la noche. El cielo se cubre de una luminosidad extraña y, bajo su particular halo, se dan encuentro solitarios soñadores, ávidos de cariño, y dulces muchachas que esperan al amor prometido.

Ni mapas, ni maletas. Para descubrir la magia de este inusual fenómeno no hay que hacer largos trayectos. Basta con acercarse al número 3 de la calle San Cosme y San Damián, en Lavapiés, y atravesar la puerta del Teatro de Cámara Chéjov.

Aquí, desde marzo del 2011, cobran vida los personajes de Noches Blancas del ruso F. Dostoievski. Una gran novela para un histórico centro de producción teatral y de formación artística cuya luz vital actualmente parpadea a causa de la crisis y unas insuficientes subvenciones.

“Ha sido mágico volver” afirma Alicia Cabrera esbozando una sonrisa. Desde el pasado diciembre la actriz da la réplica, bajo la piel de la joven Nastenka, a Carlos Herencia, el «soñador» en la obra. Ella, al igual que su compañero de reparto, ha sido alumna del centro y su rostro deja intuir la alegría melancólica que supone regresar al lugar en el que vivió su enfrentamiento iniciático con la cuarta pared.

Tanto Carlos como Alicia califican de lujo la oportunidad de trabajar con un texto de Dostoievski sin olvidar la dificultad que conlleva llevarlo a escena.  Pero nada hay que temer si detrás de la dirección se encuentra el conocimiento de un maestro como Ángel Gutiérrez. Director del Teatro de Cámara Chéjov y catedrático emérito de interpretación en la RESAD, Gutiérrez porta a sus espaldas toda una vida digna de una obra de teatro. De origen asturiano, formó parte de esos niños que arrastrados por las injusticias de la Guerra Civil fueron acogidos en Rusia. Fue allí donde absorbió todo lo que sabe del arte teatral bajo las enseñanzas de los discípulos directos de Stanislavski. En 1975 volvió a Madrid donde poco después fundó su particular templo a Chéjov, ese mismo que ahora ve cercano su cierre.

“Estamos en la cuerda floja”, sentencia Carlos. Pero, la esperanza no se pierde. Una cuenta de apoyo abierta para recibir donaciones benéficas y los cursos intensivos de formación, impartidos por el propio Gutiérrez, se erigen como posibles salvavidas.  Por lo pronto, y hasta que el panorama mejore, el fin de semana que viene la representación de Noche Blancas bajará el telón. Los espectadores se despedirán de los encuentros entre Nastenka y el soñador, bajo la tímida luz de una farola, y de unos intérpretes que han sabido manejarse con destreza y buen hacer ante la amalgama de sentimientos que encierra el texto del autor ruso.

Cada vez que finaliza la función Alicia y Carlos se suben a unos columpios desde los que reciben la ovación del público bajo una lluvia de pompas de jabón. Una idea de Ángel Gutiérrez que encierra una moraleja: A pesar de todo lo que pueda pasar hay que volar, no hay que hundirse. Esperemos que sea así y que este teatro pueda mantener por muchos años su vuelo creativo.

 

 

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