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Ceesepe mueve Madrid

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Portada de Manual práctico de pintura #3

Una escalera serpenteante y de color verde conduce al refugio de Ceesepe, un estudio ubicado en la calle Mayor, a escasos metros de la puerta del Sol, el meollo indiscutible de un Madrid que parece haberse olvidado ya de La Movida que lo convirtió en leyenda.

A pocos coetáneos de un servidor les dice algo el nombre de Ceesepe. Tampoco a mí, he de confesarlo, me resultaba familiar este acrónimo, derivado de escribir las iniciales de su nombre y apellidos, Carlos Sánchez Pérez. Quizás seamos una generación hambrienta de futuro, pero con el pasado en el olvido.

Por suerte, todavía algunos amigos del artista, algunos admiradores o algunos nostálgicos, llámalo equis, recuerdan que Ceesepe fue un icono de los ochenta y han decidido colaborar, por medio del crowfunding, en la edición de su nuevo libro, Manual práctico de pintura #3. Con tan solo dieciséis años, este madrileño que, como él mismo dice, ya no ejerce como tal, se convirtió en uno de los exponentes del comic underground. Después, vendría el dibujo, la pintura, los carteles para Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón y La ley del deseo, películas de Pedro Almodóvar. Vendrían los viajes, Barcelona, Ginebra, Ámsterdam, París y Madrid, donde siempre vuelve, o Buenos Aires.

Caja de Ceesepe
Caja de Ceesepe

Serpenteo por estas ideas mientras subo los peldaños del suelo de madera. También recuerdo las “cajas” de Ceesepe, sus últimas creaciones, que se exponen en el Espacio Valverde (C/ Valverde, 30). Cajas que, en palabras del director de la galería, Jacobo Fitz-James Stuart (sí, es el nieto de la Duquesa, pero eso ahora no viene al caso), reflejan “el mismo universo de su anterior obra, pero en 3D”. Esqueletos de juguetes, cascabeles, platillos y payasos se cuelan en ellas. Me resulta paradójico que este vividor nocturno de los ochenta madrileños esculpa ahora obras tan naif.

Ceesepe tarda en abrir la puerta. Aparece un tipo acobardado, de voz aguda y mirada huidiza. Se excusa ante lo que augura un desastre. “No tengo mucha experiencia, no estoy inspirado para contar nada”.  Pero Ceesepe es generoso, aunque diga que “los artistas somos muy egoístas y no pensamos nunca en los demás”. Empieza a hablar de su estancia en Buenos Aires, titubea al recordar un estudio pequeñito de Avenida Libertador, donde escuchaba un “tráfico espantoso”. Imita el sonido de los coches y emula a ET cuando define su estudio como “mi casa”.

Estoy perdido. Ceesepe se me antoja como un niño grande y ya no puedo fijarme más que en los numerosos juguetes que habitan el caótico estudio. Dejo de prestar atención a un sinfín de elementos recurrentes en su obra para centrarme en las figuras de Betty Boop, Popeye, soldaditos de plomo, dinosaurios de plástico, y hasta un Madelman. Imagino que, por la noche, todos ellos cobran vida en el peculiar universo del artista, como si de Toy Story se tratase.

Ceesepe dice que no son juguetes, que son figuras que le ayudan a recuperar su infancia. Infancia que, por otro lado, dice no añorar. “Para írmelos quitando de encima, me inventé esto de las cajas”.

Lleva treinta años acumulando obras sin acabar en este estudio, dividido en “zona de acuarelas, zona de ensuciar, zona de paso, almacén, y pequeño apartamento donde duermo”. “Los cuadros no se acaban nunca, se olvidan”. “Igual un día me caen mal y los sigo pintando.”  Hasta los cartones que pisamos, convertidos en moqueta improvisada, son una obra que Ceesepe no descarta exponer algún día. “Se corta, se pega en una madera o una tela y se sigue pintando”.

Cuando se despide, Ceesepe bromea, amenaza con cobrarme dos euros al salir. Lejos queda el acobardamiento del principio. Es como un niño que, ante un primer encuentro, se esconde detrás de las piernas de su madre, pero luego, pasados unos minutos, se entrega a jugar contigo. “No sé si se puede llamar trabajo a esto”, afirma.

Al aterrizar de nuevo en la calle, alzo la vista para mirar la ventana por la que, hace pocos días, intentaron entrar los bomberos. Jacobo Fitz-James Stuart había quedado con Ceesepe. Este no le abría la puerta y Jacobo se asustó debido a los antecedentes del artista. “Hace años, empezó a arder una viga aquí mientras yo dormía”. Imagino el panorama de la calle Mayor, los bomberos subidos a una escalera, el Samur aparcado en la puerta, el nieto de la Duquesa nervioso, multitud de curiosos amontonados… Mientras, Ceesepe durmiendo plácidamente. Sonrío. Camino hacia la puerta del Sol pensando que, de alguna manera, Carlos Sánchez Pérez, Ceesepe, sigue agitando Madrid.

Víctor Barahona

Diplomado en arte dramático, licenciado en comunicación audiovisual, máster en periodismo cultural... o un loco soñador.

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