Es muy raro encontrar un lugar con tanta historia como el Libertad 8. Aunque estemos en Madrid “donde hay mas bares que en toda Noruega” como decía Sabina, al entrar en Libertad sientes que se ha parado el tiempo. Es un lugar marrón, lleno de objetos y decoración anárquica, huele a madera, humo y cerveza. Nada más entrar te das cuenta que el bar continúa hasta el fondo, allá en la otra sala es donde está el pequeño escenario que a tantos y tantos ha dado voz y a tantos otros los ha llevado a la fama.
El escenario lleva en ese rincón más de 30 años, ya que el Libertad 8 antes se llamó La Vaquería y este supuso, junto a sus integrantes, los inicios de lo que se ha llamado la movida madrileña. Durante la época franquista fue sacudido con una bomba por parte de los Guerrilleros de Cristo Rey, un grupo terrorista de extrema derecha. El escenario lo hicieron los siguientes dueños a la explosión, unos hippies, que escuchaban rock psicodélico y hacían cabaret.
Muy lejos de ser Chueca el sitio que es hoy, el barrio era de los peores de Madrid. Según dicen los que vivieron aquella época, en el barrio no había nada más que putas, yonquis y ladrones. Pero la Calle de la Libertad siempre tuvo un fuerte carisma antidictatorial. En la misma calle se encontraba la sede del PCE que estaba ubicada enfrente, así como la de CNT en un piso próximo. Un hervidero antifascista que reunía a tantos artistas y pensadores de la época, en lo que fue tras el atentado, una tienda de vinos y en 1978, una vez muerto Franco, lo que hoy es el Bar Libertad 8.
Punto de referencia en España y Sudamérica de cantautores desde fines de los 80´s y donde, por casualidad, he acabado trabajando desde hace más de un mes. Hace unos días llegó un señor italiano preguntando “¿pero es que ya no ponen música clásica?” y miré a mi encargado con una interrogación en la frente. En aquellos años del rock psicodélico, la SGAE prohibió que se escuchara esta música en el Libertad sin una licencia, por lo que comenzaron a pinchar música clásica, lo que no hizo que los clientes habituales cambiaran de local.
La música no era más que un acompañamiento a un estilo de vida y convirtió al bar en el único en todo Madrid que hasta altas horas de la madrugada solo podía oírse este tipo de música, lo que lo hizo aun más famoso. Aquella pregunta me hizo darme cuenta de que el Libertad escondía tantas historias interesantes que empecé a preguntar a todos. Descubriendo día a día que, por casualidad, estaba en un lugar muy importante, del que no sabía apenas nada y en el que solamente había estado una sola vez a finales de los 90´s cuando era adolescente y al que regresé en medio de esta crisis absurda en busca de empleo.
Tras más de 60 curriculums recibí una llamada de Julián, el encargado del Libertad, y me dieron la oportunidad. ¿Cómo es posible trabajar en un lugar de estas características y estudiar un máster en una universidad privada católica? Es posible, y en ambos sitios me siento una intrusa, un poco farsante, no conozco a ningún cantautor, no tengo nada que ver con la Iglesia y, sin embargo, Madrid se me abre al paso rápidamente abrazándome con estas temperaturas tan bajas y sus luces navideñas.
Las mesas en Libertad no tienen número, sino nombres. Cada nombre le vino por alguna historia, entre todas mi favorita es La abandonada la primera que encuentras junto a un espejo al entrar. La abandonada permanece errática soportando el frío que entra de la calle noche tras noche, la recogemos solo cuando nos acordamos o podemos. Recuerda en cierto modo al cuadro de Degas, si hubiera una bebedora de absenta en Libertad (que tal vez la haya) se sentaría en La abandonada.
Y es en medio del descontrol de la noche cuando sacan alguna guitarra pasadas las tres, cuando ya bebo vino para soportar lo complicado de trabajar en la noche. Ahí es cuando siento esa magia que guarda el Libertad. Solo entonces olvido que trabajo para poder vivir y estudiar lo que deseo, que llegué a Madrid tras siete mudanzas en un año, tres ciudades y un corazón destrozado, que mi madre tiene una pierna rota a 600km, que aun no sé que será de mí tras estos meses.
Solo me siento en medio de una sinergia extraña, y miro la cara de los borrachos y veo en ellos un Velázquez mientras sonrío e imagino como fue, qué tipo de pasiones se levantaron en la mesa que llamamos “negra” o en “bici”, cómo quedó la sala tras estallar aquella bomba en el baño, cómo sería toda aquella animación con Bach o Mozart de fondo.
No sé cuánto tiempo mas me quedaré aquí pero esto no es una historia de un personaje, sino de personajes, el Libertad es como La Colmena de Cela, tantas y tantas vidas que van creando la historia de un lugar ahora rodeado de boutiques y locales de moda, en el que no importa de dónde vengas ni qué pienses. Libertad 8 es más que un bar, es una torre de babel anclada a dos pasos de Gran Vía.