TOLSTOI. LA MUERTE DE IVAN ILICH

Al principio está la muerte; y la vida se explica en once entregas. La de Ivan Ilich es la muerte de todos, es el estudio milimétrico de una vida, basada en la justificación, y de una muerte, anunciada sí, pero también fría y cruel, incapaz de negociar respuestas, de dar consuelo. Leon Tolstoi, como Unamuno, dan vida, a finales del XIX, a una muerte en boca de todos. Una muerte que ya no reconforta a la emancipada mentalidad europea, que no significa otra vida, que es tan solo un muro, insalvable y empapado de recuerdos estampados. De vidas acabadas. Con La muerte de Ivan Ilich Tolstoi consigue enfrentarnos a todos con el pánico mundano de la propia defunción, desmontándola a través de la sucinta biografía de un funcionario judicial. El funeral en el primer capítulo, la vida en once entregas.

Solo alguien muy sabio, muy despierto o muy leído, puede no ser tan idiota por vivir en el mundo de la Historia, en el mito de la Historia. Todavía tan joven; en seguida se propuso como bastón de apoyo del cansado ánimo de la vieja Europa. La sociedad industrial desplegó en el continente un aire de crisis sobre la identidad espiritual individual, hasta el punto de provocar una auténtica ruptura con el aquel universal yo que, hasta ahora, se había visto salvaguardado y herméticamente defendido por el dogma. Pero la Historia salió al rescate, nació con intereses ocultos: las naciones la crearon para fabricar sus países, como se crea la argamasa antes de levantar un edificio. Lo que no sabían es que Clío iba a ser, desde entonces, nuestra única referencia, el único suelo sobre el que caminar. Y Europa cayó en el mismo error. La vida por la justificación, la vida caminada hacia atrás, la vida en base a los recuerdos. La vida desde la muerte. La frase más triste, y con la que todos comulgamos: vive un buen presente, para tener en el futuro un bonito pasado. ¡Estúpidos animales! ¡El presente es lo único que existe! Vívelo por lo que es, compón odas al instante, al segundo invencible.

El pobre Ivan Ilich es la liebre que rompe el hilo en pos del final, nuestro testigo avanzadilla, el narrador de la muerte del yo. Pero no por la celebración de la vida, que sabemos ya extinta, sino por la nueva descripción moral de la muerte. Su funeral, al principio, da paso a un relato cerrado. Cualquiera esperaría un relato sobre la justificación de la vida de Ivan Ilich; pero no, la biografía se titula como se titula: La muerte de Ivan Ilich. Tolstoi describe su vida, ralentizando el ritmo a medida que avanza, y se explaya, semana a semana, día a día, en la enfermedad y muerte del protagonista. Ilich ha basado su existencia en la corrección, en la adoración de los moldes, pero ante la muerte comprende su error, aprende a idolatrar el caos. Deduce, en la más triste soledad, que nada merece justificación, que la sólida realidad irracional de la muerte impide, por más que lo intentemos, que la vida tenga algún sentido. Que la vida tan solo se compone de instantes, y que pasado y futuro no son más que proyecciones enfermas, dañinas e irreales. Pero es tarde para él. La muerte de Ivan Ilich nos advierte de nuestro error. Tolstoi, quizá sin saberlo, nos mostró la puerta de escape del mito de la Historia.

La sensación, al leer esta breve novela, es que lo que dice no puede caber en tan pocas palabras. Es la condensación de un miedo natural, innato; en primer plano, en una calculada analepsis. Es la sombría reconstrucción del camino irremediable; y Tolstoi es preciso, le bastan pocos trazos. El sentimiento que más rápido nos invade es el de la tristeza, el de la debilidad: sentimos el peso innegociable de la mortalidad. Pero también sentimos una profunda compasión, por Ivan Ilich, y por toda la raza humana. Pecamos de lo que descubre el personaje: que no nos importa que el hombre vaya a morir, sino que lo vayamos a hacer nosotros. Ivan, Leon, Pablo. Todos. Y lo más triste, lo más sobrecogedor de la novela, es que Ilich, no solo muere solo, sino que vive solo; en compañía, pero solo. Con el silencio por respuesta, como Antonius Block.

No cometamos el error de vivir en función de lo que nos depare el futuro, porque entonces sólo nos quedará esperar la muerte.

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