Pues no, Kristian Matsson no es tan alto. De hecho, el único parecido que le encontré con el legendario Paul Bunyan, el gigantesco leñador que habita en el folclore de la orilla oeste de los Grandes Lagos, fue esa camisa roja de cuadros, remangada por encima de los hombros, que tan de moda está entre la gente moderna. Embutido entre unos tejanos ajustados y unos botines marrones en constante movimiento, The Tallest Man On The Earth se estrenó anoche en Madrid, en el Teatro Lara, ante unos 400 espectadores: un entorno acogedor y hermoso donde brilló con especial inspiración la increíble voz de este chico sueco de 27 años que ha revitalizado ese folk que en su día abandonó el gran Dylan.
El sonido de este pequeño teatro resulta impecable para actuaciones de este tipo: un hombre sencillo, solo en el escenario, acompañado por dos o tres pares de guitarras nomás, exhibiendo, con soberbia y total seguridad, la joya de una voz potente pero delicada, una voz que planea y aletea sobre el viento, pero que nace de la humedad de la tierra. Una voz que resulta tan familiar como evocadora de lugares lejanos, lugares que ya fueron interpretados en su día por Woody Guthrie o Pete Seeger. En algo menos de hora y media, The Tallest Man On The Earth demostró por qué hay ya quien habla del renacimiento de folk como uno de los fenómenos musicales más interesantes de principios de siglo. Se trata simplemente de una reinterpretación del entorno local tradicional: los artistas no imitan lo que hacían los grandes de hace 50 años, si no que actualizan la observación de un medio transformado, el mensaje y las formas, respetando, eso sí la esencia estética tradicional.
Kristian Matsson se movió con absoluta comodidad, en un escenario decorado con telas negras, un piano y una silla de madera, y ante un teatro íntimo abarrotado de extranjeros: los suecos se saludaron entre ellos, en la penumbra. El gigante, novato en nuestra capital, probablemente ni se sorprendió por el hecho inusual de encontrar un público que entendiera su constante y divertido parloteo. Al interpretar ‘King of Spain’, de hecho, los pocos madrileños que allí estábamos, nos sentimos un poco intrusos en una banda sonora de road-trip de alguno de los guiris que, tímidamente, coreaban topónimos y elementos varios de la lengua castellana. Matsson confesó al acabar el tema, un poco avergonzado, que nuca pensó al componerla que llegaría a tocarla en España. Esperemos que el éxito de su carrera vuelva a traerle a nuestro país, porque siempre será bien recibido.
The Tallest Man On The Earth no es un hombre muy alto, pero ayer demostró carácter y personalidad propia, huyendo más que nunca de comparaciones que, si bien pueden resultar halagadoras, terminan siempre por ser odiosas. Con menos sencillez y pudor del que esperaba, el sueco repasó su, hasta ahora, corta producción musical, en un setlist donde no podían faltar ‘Burden of tomorrow’, ‘You’re going back’ o ‘The dreamer’, las más aclamadas junto a ‘King of Spain’. No paró de moverse, de sentarse y levantarse, de cabalgar con la imaginación por los parajes que dibujada con su guitarra y su voz afilada. Demostró tanta naturalidad como dominio de su estilo: un acústico de cuya evolución no debemos perder detalle en el futuro. Porque si algo tiene este chico de Dalarna es tiempo por delante, tiempo para desarrollar y refinar su propio sonido, que demuestra hoy grandes influencias, talento y vocación, pero cuyo rasurado clasicismo exigirá aún más entrega y personalidad.
La noche nos dio la posibilidad de escuchar también a Idiot wind, una atractiva compatriota de Matsson que, acompañada de un piano que acariciaba con dedos de algodón, deleitó al público con media hora de voz, pausada y sensual, que a todos nos hizo pensar en Cat Power. Un regalo extra para los pocos que elegimos, en lugar de los 50 euros de Kings of Leon, los 20 de The Tallest Man On The Earth.