Son el sonido de una era, la desmaterialización en notas, efectos, y átomos de música de museo, de una realidad en la que vivimos varios millones de personas de mi generación. Radiohead, sin duda, es el grupo más importante de los últimos 15 años, por esa extraña capacidad de reinventar todo aquello que tocan, por haber abierto caminos de experimentación jamás vistos hasta ahora, y por hacerlo con esa increíble naturalidad, por haber inspirado a cientos de bandas de todo el mundo y, sobre todo, porque nunca, nunca defraudan. El pasado lunes anunciaban por sorpresa el inminente lanzamiento de su octavo trabajo de estudio, The King Of Limbs que pudo adquirirse ya el viernes (con un día de adelanto) directamente desde su página web. El quinteto de Oxfordshire ya colgó su anterior trabajo, In Rainbows (2007), para la libre descarga, previo pago, o no, de un donativo de cuantía indefinida. No obstante, este hecho no les impidió liderar las listas de venta ordinaria durante varias semanas. En esta ocasión, sin embargo, el precio sí es fijo. Duro no, durísimo golpe a toda pieza intermediaria prescindible entre ellos y su público.
The King Of Limbs es muy bueno en sí, vale. Pero hay una cosa que no suelen tener los grandísimos discos, y que este sí lo tiene: resulta tan claro en su discurso que aporta una nueva visión sobre el resto de su trabajo anterior. De pronto, sin otro motivo aparente, tengo la necesidad de re-escuchar In Rainbows, que en su día no me convenció al 100%, y ahora le veo todo el sentido. Posados los pies del arcoiris, podemos ya observar el precioso desarrollo de su arco, en todo su esplendor. Toda la evolución desde el Kid A (2000) se nos aparece, como una visión ultraterrenal, entre la inmensa luminosidad de esta octava maravilla.
Pero Radiohead se nos va, han trascendido; levitan, se elevan, y su música ya no está posada en la tierra, sino construída en el aire. Apenas se intuyen, levemente, las sutiles conexiones que, como raíces finas y electricas, unen su electrónica al rock que les amamantó durante sus comienzos. Es la metonimia máxima. El rock sin el rock. O tal vez no se vayan ellos, sino nosotros mismos: nuestra vida, nuestro tiempo. Radiohead es la banda sonora de esos cambios que no se esperan, que no se advierten hasta que se han cumplido. Es el sonido íntimo de nuestra propia nostalgia, un bramido interior que ellos universalizan. Escuchando The King Of Limbs, y siendo consciente de lo que ellos han dejado atrás, entiendes lo que tú has dejado atrás.
Es un disco deslumbrante, sorprendente, como siempre, con una luz palpable, delicada y precisa, con un tono contundente pero amable, y una voz, la de Thom Yorke, que lejos de aceptar unos límites normales, planea de manera majestuosa sobre cualquier tipo de terreno. Por momentos, como en ‘Morning Mr. Magpie’ o en ‘Little By Little’, se aprecia claramente el rock deformado, el abobinable y experimental trabajo de bajo, guitarra y batería que, milagrosamente, ha derivado en la creación, no de un monstruo, sino en la de un ser superior.
Pero el concepto de rock electrónico se les queda corto. ‘Feral’, por ejemplo, carece que cualquier tipo de elemento de rock, en ‘Bloom’ el bajo tan solo marca, y levemente, una mínima estructura, y, en general, la percusión está tan afinada que cuesta distinguir cuando es real y cuando no. Pero el eco y la dulce ambientación de ‘Lotus Flower’, ‘Codex y ‘Give Up The Ghost’ (casi acúsitca), nos remiten tan directamente a los clásicos de Radiohead, que nuestra mente puede recorrer, planeando a lomos de la voz, las finas y robotizadas raíces de su sonido, desangeladas, pero con alguna esporádica corriente de flujo sanguíneo, todavía un poco humano. Y ‘Separator’, como colofón de un disco partido en dos, tiene el bajo sutil que marca la estructura, el eco del Radiohead atemporal, el rock deformado, pero la batería (aunque igualmente afinadísima) más creíble de todo el Cd.
Radiohead, ahora más que nunca, se ha transformado en Marvin, aquel angustiado robot de la saga de Douglas Adams al que dedicaron ‘Paranoid Android’: una máquina con sentimientos humanos; electrónica con vestigios de rock. El sello personal que nunca perderán, y que también tenía el proyecto en solitario de Thom Yorke, The Eraser, es esa capacidad de crear momentos y sonidos instantámeos, que se dilaten en sí mismos. Canciones que son cuadros, cuyos bordes se deforman y entremezclan, ante el vertido voluntario de gotas de electrónica. The King Of Limbs es un disco entre dos propuestas, pero con un abanico tan rico de sonidos, que Radiohead demuestra en él, una vez más, que son capaces de abarcar, con las dos manos, todo el universo (musical) conocido.
También disponible en En Clave de Luna
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