Si visitan a menudo las librerías de su ciudad habrán notado algo raro en las novedades de los últimos dos años. ¿No se han fijado? Les invito a que lo hagan. Junto con autores como Mario Vargas Llosa, María Dueñas, Julia Navarro, Ken Follet o Svetlana Alexiévich (por mencionar unos cuantos), se pueden ver nombres tan estrafalarios como elRubius, Willyrex, AuronPlay, Vegetta777 y aLexBY11.
“¿Quiénes son estos seres con estos nombres tan raros y de dónde han salido?”, se preguntarán muchos de ustedes. Resulta que, bajo estos pseudónimos, se esconden los youtubers, jóvenes que suben a la plataforma YouTube vídeos de distinta índole: desde uno en el que cuenta su vida, hasta otro en el que trollea a su compañero de piso, pasando por otro en el que hace una broma telefónica a la peluquería de su barrio o hace retos que, al parecer, son divertidos (no se sabe muy bien para quién). Pero no nos podemos olvidar del clásico: muestra su progreso en un juego en el ordenador mientras se graban comentándolo en un pequeño cuadrado que aparece normalmente en la parte superior de la pantalla.
Aunque haya gente a la que le resulte extraño, a otros dos millones de personas, o incluso más, no solo les resultan entretenidos sino que esperan como agua de mayo que estos jóvenes suban un nuevo vídeo a su canal de YouTube cada semana. Estos nuevos fenómenos de Internet siguen teniendo un éxito arrollador que supera con creces su comprensión por parte de padres y educadores. ¿Qué tienen estos vídeos que no tienen los programas de televisión? La respuesta es que están totalmente enfocados a los jóvenes, con un contenido muy especializado (videojuegos, maquillaje, libros, etc.) y con un lenguaje que, en muchas ocasiones, solo ellos comparten y comprenden. En Estados Unidos están cogiendo tanta fama, que tres de los youtubers norteamericanos con más suscriptores entrevistaron al mismísimo presidente Obama sobre temas como educación, sanidad y ciberseguridad. Allí YouTube es un trabajo serio y, aquí en España, lo están intentando. Muchos de ellos se dedican única y exclusivamente a subir vídeos, llenando de contenido sus respectivos canales que, al fin y al cabo, es lo que les da de comer. Su categoría de influencers hace que, además, saquen sus propias líneas de ropa, juegos para móviles o tabletas y libros.
Las editoriales han decido echarle mano a este fenómeno y aprovecharse de él ahora que estamos en época de vacas flacas. Según el Barómetro del Centro de Investigación Sociológica (CIS) de enero del año pasado, un 35% de los españoles “no lee nunca o casi nunca”. Además, en España se publican al año más de 1.500 títulos y, de ese 65% de españoles que sí leen, solo compran libros ocho veces al año, por lo tanto, las cuentas no salen. Ni se lee, ni se compra. Solo hay un sector dentro de la industria editorial que ha conseguido despegar un poco, el infantil y juvenil.
El “conejillo de indias” fue El libro troll, del youtuber elRubius, un joven español de origen noruego con más de 17 millones de suscriptores, cuyos vídeos se han visto más de 800 millones de veces (como si juntamos a toda la población de Estados Unidos, Brasil, Rusia y México). Este “libro” se convirtió en solo unas semanas en un éxito: 15 ediciones y más de 100.000 ejemplares vendidos no son moco de pavo. Ya me dirán ustedes cuántas novelas de hoy en día logran llegar o acercarse a semejantes cifras.
Las editoriales se frotan las manos: si los vídeos los ven más de 1 millón de personas, tan solo con que uno de cada diez compre el libro, son 100.000 futuros lectores. Este es el mismo número de ejemplares vendidos que a autores, como los mencionados antes, les ha costado años de trabajo y esfuerzo ganarse.
A los jóvenes de hoy en día parece que les importa poco el contenido de la obra o su calidad, sino más bien quién la escribe. Yo me pregunto, ¿son realmente necesarios estos libros de los famosos en el mundo YouTube? ¿Tienen estas obras algo que aportar al ya extenso universo literario? ¿Por qué saltan de nuestras pantallas del ordenador a las hojas de los libros? Desde luego, sí son necesarios para las editoriales que ven cómo libros por los que han apostado, comprando sus derechos de publicación por cifras astronómicas, no consiguen en nuestro país vender ni 5.000 ejemplares.
Podría decirse en su defensa que está generando nuevos lectores, que está acercando la lectura a aquellos jóvenes, de entre 12 y 25 años, que antes no tocaban un libro ni para ponerlo de tope en la puerta de su habitación. Sin embargo, lo que están haciendo es inculcar a los niños que cualquiera puede hacerse famoso solo con ponerse delante de una cámara haciendo tonterías. Pero no podemos olvidarnos de que son un beneficio para las editoriales que se lucran con esta moda que atesora a millones de jóvenes que prefieren invertir cuatro horas al día frente a la pantalla del ordenador que haciendo otros menesteres, quizá, más culturales.
Queremos que los jóvenes lean, sí, ¿pero a qué precio?
