PRÓXIMA PARADA: EL GRECO

 
–          Buenos días, querría un billete para Toledo.
–          El próximo es ya para las 10.20h. -momento de desconcierto.
 
–          ¿No había uno que salía dentro de 20 minutos?-         
–         Va lleno. El próximo es ya para las 10.20h –repite mecánicamente la señorita desde detrás del mostrador.
 
–          Y… ¿no hay posibilidad de que…?
–          No.
–          ¿Y si voy y espero a que…?
–          No.
–          ¿Pero no es posible que a última hora alguien…?
–          No.

La responsable de tal saturación es la mujer canadiense que, cuando me suba al tren de las 10.20h, se sentará a mi lado. Ella y los casi 10 millones más de acérrimos lectores de Lonely Planet que cada año viajan a Madrid  y que tienen apuntada a la que en su día fuera capital de España como visita obligada.

La canadiense busca desesperada, en un diminuto mapa, la plaza de Santa Ana. “Me han dicho que allí hay un hotel que tiene las mejores vistas de Madrid”, me comenta, recorriendo con el índice las callejuelas del Barrio de las Letras. Se refiere al hotel ME Madrid by Meliá, más famoso ahora por los cócteles que se sirven en su azotea chill-out, que por haber alojado hace años a Joselito, a Manolete o a Hemingway.  Seguramente, cuando vaya, aproveche para visitar el Caixa Fórum o el Reina Sofía, ver un espectáculo en el Häagen-Dazs, tomarse una leche merengada en La Suiza y saludar, de pasada, a García Lorca y a Calderón de la Barca. La escuela donde está estudiando español le deja tiempo de sobras para ello. Pero hoy se conforma con pasar el día en la ciudad Imperial. “Desde que era joven, más joven aún –remarcan sus patas de gallo y sus canas –, he querido ir a Toledo.” Ella y los centenares de pasajeros más que viajan en este tren. Pero, ¿qué será lo que les atraiga de esta capital provincial?

La Colada y La Tizona de mazapán.Quizá vayan a comprar cuchillos… Allí, los tienen de todos los tamaños y tipos: fileteros, jamoneros, de pan y de trinchar. Cebolleros, pateros, cataquesos, para cortar tomates y para partir huesos. O quizá quieran hacerse con la espada de Águila Roja, con la que blandió Brad Pitt en Troya o con una reproducción de La Colada y La Tizona de El Cid Campeador, ya sean las horneadas en acero toledano o las forjadas por los obradores de mazapán en pasta de almendras, miel, azúcar y yema de huevo.

Aunque la figura tradicional del auténtico mazapán sea la anguila, rellena de cabello de ángel y decorada con frutas escarchadas y glasa real. Probablemente, fueron los Reyes Católicos quienes, al decretar la expulsión definitiva de los sefardíes, la popularizaron: por su similitud con la serpiente, la anguila es un alimento prohibido dentro del Judaísmo y, dándole esta forma al mazapán, los mandatarios pretendían descubrir quién era cristiano viejo –los que se relamían con este dulce típicamente navideño – y quién un judío falsamente converso –aquellos que, alegando ser más de salado, lo rechazaban.

Puede que mi acompañante francófona se pase por la pastelería Santo Tomé –maestro artesano desde 1856 –antes de volver. Pero no ha batallado por conseguir su billete de tren sólo para comprar un surtido de delicias de mazapán. Ni espadas, ni cuchillos, ni damasquinados, ni cochinillos. Tampoco para visitar el Alcázar ni la catedral. Ni el monasterio de San Juan de los Reyes, ni la mezquita de El Salvador, ni la sinagoga de Santa María la Blanca, ni cualquiera de los interculturales templos que acogen las murallas de esta ciudad, Patrimonio de la Humanidad. La única iglesia que mi compañera de vagón ha venido expresamente a ver es la de Santo Tomé: “Hice un trabajo sobre El Greco cuando estudiaba filología española en la Universidad de Montreal –rememora mientras señala, distraída, un campo de amapolas a la altura de Mocejón –. Y, desde entonces, siempre he querido contemplar su obra maestra en persona.”

El entierro del Señor de Orgaz, de El GrecoSe refiere a El entierro del señor de Orgaz, porque si hubiera querido ver cualquier otra de las obras de El Greco, no hubiera hecho falta viajar tan lejos: más cerca de casa le quedaba Filadelfia, Boston o Nueva York, que es donde los turistas americanos se llevaron, al precio de postales, algunos originales del pintor. No fue hasta principios del siglo XX cuando en España se empezaron a apreciar los lienzos del cretense. Es entonces cuando el Marqués de la Vega Inclán intentaría reunirlos en su palacete, dando lugar a lo que durante muchos años se dio por llamar Casa-Museo del Greco. Un inocente intento por confundir a mi señora de Montreal e inflar el negocio entorno al entierro de Orgaz. Porque donde en realidad se instaló el artista cuando, en 1576, llegó a la ciudad, fue en una casa mucho más moderna, a unos 200 metros de la del mecenas, y de la que, víctima de las llamas, hoy no queda absolutamente nada.

Pero las bienintencionadas autoridades han aprovechado las obras de restauración de la Casa-Museo, que después de un lustro ha desmontado ya los andamios, para aclarar el pequeño embrollo. De forma que la mansión recibirá, de ahora en adelante, el no menos ilustre tratamiento de Museo del Greco.

En cualquier caso, la portada italiana del Vanity Fair, que, en plena sesión fotográfica está impidiendo apearse del tren a un matrimonio inglés, seguirá viajando a Toledo para acudir a un entierro y ver la casa que hicimos habitar al Greco. Un pintor que los turistas extranjeros supieron valorar antes que nosotros y que ahora, los fines de semana, saturan la línea Madrid-Toledo.

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