‘Peter Rabbit’: entrañable hasta las últimas consecuencias

Fotograma de Peter Rabbit.
‘Peter Rabbit’ funciona como lapso de desconexión.

Una virtud loable para una película es que reconozca, de partida, sus propias limitaciones. En cine no hay nada más feo que la pretensión vacía. Uno agradece que se le hable como si fuese la persona de cerebro funcional que es, con lo que nunca viene mal que las historias simples no se sientan acomplejadas por serlo. Que no tengan miedo y sean, simplemente, lo que son. Un entretenimiento amable capaz de transportar al espectador durante el tiempo de su duración y de mantenerlo alejado de reflexiones variopintas. Al fin y al cabo, ese y no otro era el propósito del cine cuando nació, antes de que se convirtiese en arte. Entretener. Se puede afirmar sin miedo que Peter Rabbit lo hace.

La moda de mezclar animación y acción real está muy a la orden del día en Hollywood. De ella han salido productos de relativa calidad (Paddington), y otros totalmente detestables (Alvin y las ardillas). Peter Rabbit se ubica en medio de ambos grupos, siendo un entretenimiento relativamente eficaz pero sin alcanzar la redondez de la historia de Paddington. Su director, Will Gluck, viene de la comedia romántica, donde debutó con la terrorífica Guerra de cheerleaders para después remontar con las más que disfrutables Rumores y mentirasCon derecho a roce. Este es su quinto largometraje, ya que también estuvo al mando de la dirección en la adaptación de Annie de 2014.

En Peter Rabbit, la narrativa visual de Gluck recupera la frescura de sus dos mejores películas, sin alcanzar tampoco esa voz tan dinámica que encontró en Rumores y mentiras, donde brilló de la mano de una inspirada Emma Stone. Su historia, que adapta al cine al famoso personaje de Beatrix Potter, está relativamente bien construida, y el guion de la cinta, dentro de su escasa pretensión, funciona con agilidad e incluso cierto grado de carisma. La intención fundamental de Gluck es la de conseguir proporcionar a la película ese nivel de encanto que le permita atravesar la barrera de los espectadores más exigentes. En caso de encontrarse con algunos otros que vengan sin barrera previa, su éxito será inmediato.

Fotograma de Peter Rabbit.
Los choques entre Peter y Thomas protagonizan algunos de los momentos más divertidos de la película.

La historia que cuenta, como se mencionaba al principio de este artículo, es una historia sencilla. Peter Rabbit es un conejo que vive junto a sus hermanas trillizas y su primo en una pequeña madriguera ubicada al lado de una enorme casa habitada por un anciano (Sam Neill) que odia a los animales y posee un enorme huerto. Sus días se basan en colarse en dicho huerto e intentar robar todas las hortalizas posibles sin caer en las manos del hombre, como le ocurrió a su padre. Un día, sin embargo, el anciano muere de un infarto y es reemplazado por su único familiar vivo: su sobrino Thomas McGregor (Domhnall Gleeson), que no llegó a conocerlo y que acaba de ser despedido de su puesto en la juguetería Harrods, la famosa tienda londinense, debido a su temperamento inestable.

El corazón de los cuentos infantiles

Presentada la realidad de los conejos, que conviven en paz con la vecina del anciano fallecido, una joven artista amante de los animales e interpretada por Rose Byrne, el famoso sobrino aterriza en el lugar. A partir de ahí, la cinta mantiene su enredo, y dispone sobre el tablero un ligero arco dramático para los dos personajes principales: Peter Rabbit y Thomas. La evolución de los protagonistas no funciona de la forma más orgánica posible, pero sus modificaciones son al menos coherentes y encajan en la construcción de la narrativa del film.

Por otra parte, Gluck busca imprimir a Peter Rabbit cierto tono delirante que la aproxima en algunos aspectos de tono a las comedias más amables de Robin Williams. Ello también colabora de cara a conseguir el objetivo principal del film, que no es otro que el de lograr ese ansiado encanto irresistible que tapie todas sus debilidades. En este sentido, el delirio funciona más de cara a los personajes reales (Gleeson y Byrne) que respecto a los propios conejos, que muestran una actitud mucho más lógica y son los únicos personajes de la película que se aproximan, en algún momento, a cierta idea de tristeza o arrepentimiento por los errores cometidos.

De todos modos, tampoco merece la pena excavar hoyos en una cáscara de huevo vacía: Peter Rabbit no deja de ser una apuesta amable de FOX con unos objetivos claros: el público infantil y aquellos nostálgicos de los cuentos de Beatrix Potter. En esencia es un ejercicio cinematográfico llano y sin riesgos que tira de fórmula para conseguir un producto lavado, efectivo, divertido y entrañable hasta las últimas consecuencias del término. Y no se puede decir que no lo consiga.

Adrián Viéitez

Periodista cultural y deportivo. Dulce y diáfano. Autor de 'Espalda con espalda' (Chiado Ed., 2017). Escribo para salvarme de mí mismo.

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