PENNY SPARKLE, EL NUEVO VIAJE DE BLONDE REDHEAD

Penny Sparkle, de Blonde Redhead

Hace ya mucho -fue un día de 1993- que los gemelos Simone y Amedeo Pace conocieron en un restaurante italiano a la japonesa Kazu Makino. Lo que saldría de ese fortuito encuentro fue Blonde Redhead una de las mejores bandas de culto de las últimas dos décadas, sofisticada, estridente, ácida. Blonde Redhead no decepciona en su octavo álbum, Penny Sparkle, que constituye un paso más en la evolución de la música del trío, tan distinta de la de sus inicios.

Blonde redhead estuvo originalmente formada por Kazu Makino (guitarra y voz), Maki Takahashi (bajo) y los gemelos italianos Simone Pace (batería) y Amedeo Pace (guitarra y voz). En 1995 debutaron con un álbum que llevaría el mismo nombre que el trío, escogido por un tema de la banda DNA, de los años 80. Este primer álbum fue producido por Steve Shelley, batería de Sonic Youth, con los que han sido siempre comparados por el sonido ruidoso de las guitarras. Maki Takahashi abandonó la banda, y justo después lanzaron La Mia Vita Violenta, en el que la voz aguda de Kazu nos desvelaría ya la perfecta conjunción entre melodía y letras que hablan de abandono y de una tristea casi dulce.

El trío musical Blonde Redhead

Tan sólo un año después sacarían su tercer disco, Fake can be just as good, diez temas oscuros y disonantes. Oscuros como también sería el siguiente, In an expression of the inexpressible, un álbum hipnótico con letras otra vez desgarradas. A éste le siguieron Melody of Certain Damaged Lemons, un EP titulado Mélodie Citronique y Misery is a Butterfly, ya en 2004. Este último, su sexto álbum de estudio, suposo un giro hacia una mayor suavidad y melancolía.

 Lo que vendría después, un álbum delicioso y delicado titulado 23, les consagró definitivamente como uno de los más potentes grupos de culto. Diez temas de máximo cinco minutos cada uno, en las que la japonesa mezcla etéreos susurros con suaves agudos, dando a cada tema una sutil sexualidad.

Tras ponerle banda sonora el año pasado al documental norteamericano The Dungeon Masters, Penny Sparkle, grabado entre Nueva York y Estocolmo y producido por Van Rivers y The Subliminal Kid, nos ofrece una inmersión en el dream pop más atmosférico. El sonido electróncio a cargo de sintetizadores acompaña a la frágil voz femenina que se impone sobre la densa orquestación del álbum, creando viajes que despiertan la ilusión de todos los sentidos en temas como ‘Love or Prison’ o ‘Here Sometimes’.

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