Pendiendo de un hilo

Radiocassette antiguo

Son las ocho de la mañana, me acerco al borde, me tapo la nariz y me zambullo en el mar. El mar de axilas del metro en hora punta. Aquello es una fiesta: la fiesta del sobaco, y como en toda fiesta que se precie hay muchos brazos en alto, algún tipo que se duerme y, cómo no, música. En el metro hay dos dj´s residentes: el músico pedigüeño, con su mayor o menor virtuosismo, y el altruista. El altruista es ese tipo con auriculares capaz de sacrificar sus propios tímpanos para que tú puedas disfrutar también de su música, música que no te apetece escuchar. Nunca. Y es que en estas fiestas mañaneras del suburbano uno se da cuenta de que la sociedad actual pende de un hilo. Un hilo musical.

 

Viñeta de Miguel BartualA la prensa se le ha escapado este notición: Empresas, políticos y gente de a pie se han puesto de acuerdo por primera vez en la historia. Han decidido, en consenso, que la metrópoli necesita su propia banda sonora. Yo debía estar en mi nube y no me enteré, pero ha tenido que ser así  porque cada una de las partes está poniendo todo su empeño en que no pueda volver a casa sin una canción en la cabeza  que yo no puse ahí. Supermercados con sus jingles, tiendas de barrio con Los 40 Principales o esos enormes after hours que son las tiendas de Inditex son algunos ejemplos aceptables de esta nueva contaminación melódica. Y digo aceptables porque no me queda otra que aceptarlos. Son sitios privados y, si quiero entrar, he de atenerme a sus normas: “¿Quieres una de nuestras camisetas, chico? Estupendo, prepárate para bailar”.  Esto es así. Lo que me cuesta aceptar es lo de la música en los espacios públicos. Entiendo que como estaba en mi nube y no me enteré de cuándo se llegó a este dichoso consenso ahora no me puedo quejar pero, ¿es necesario que en el coche llevemos las ventanillas bajadas con la música a tope? ¿Que en los parques pongamos a pruebas los límites de los altavoces de nuestros móviles? ¿Inundar de música el transporte público? Y ahora que se acercan las navidades, ¿por qué tenemos que empalagar nuestros oídos con cosas como Cortilandia?

Y es que en nuestro país es delito meter cualquier cosa sin consentimiento en un orificio ajeno salvo que sea meter música en oídos. Se nos ha olvidado que la música no es para oírla, es para escucharla, y que la urbe ya tenía un sonido característico antes de que aparecieran Cortilandia, los coches tuning y los móviles con altavoz. El traqueteo del tren, por ejemplo, era el relajante sonido del oleaje en el mar de axilas  del metro en hora punta. Y  Algún día me gustaría poder volver a escucharlo al acercarme al borde, taparme la nariz  y zambullirme en él.

 

(Viñeta de Manuel Bartual)

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