Noche y día, Lyne y Sorogoyen

Cartel de Stockholm

Chico conoce a chica, él se interesa, ella se resiste, una y otra vez, una y otra vez, hasta que al final la noche se desarrolla como cabe esperar en la mayoría de filmes con esa trama, pero a la mañana siguiente nada es lo que parece, al igual que en la película tampoco. En Stockholm nada es lo que parece. El argumento, en principio, no puede ser más simple. El tema actores tampoco, únicamente dos protagonistas componen todo el elenco del filme. El joven director madrileño Rodrigo Sorogoyen, (coodirector junto a Peris Romano de «8 citas») decide dejar el plato fuerte a Javier Pereira y Aura Garrido. Todo el largometraje se resume en una conversación entre ambos.

La primera media hora la cinta se hace aburrida, simple, los intérpretes parecen huecos, sobreactuados, no se creen su papel, el guión recurre a las salidas de siempre, trilladas y sosas. Precisamente cuando el espectador empieza a preguntarse qué hace en el cine, todo cambia y se vuelve irreconocible. De repente la trama se torna dramática, comienza a presentar un trasfondo mucho más profundo de lo que se había hecho creer. Los actores sacan todo su potencial, que es mucho y deciden atrapar al espectador. El diálogo no se queda atrás, los ambientes se hacen palpables y no hace falta mucha imaginación para ver el interior de los personajes. Lo más predecible del mundo se ha transformado en desconocido, la tensión aumenta y nunca se sabe qué pasará a continuación, precisamente el ritmo de la narración es lo que mantiene la atención. Acelerones bruscos, parones prolongados, silencios descolocados, peculiaridad en cada detalle, extravagancia, una extravagante brillantez.stockholm[1]

Este es un proyecto repleto de rarezas, geniales para algunos, incomprensibles para otros. El comienzo del argumento, donde se habla de Estocolmo y de donde sale también el título de la película, no guarda ningún tipo de relación con el resto del argumento. Sorogoyen juega al despiste como nadie con sus primeros cinco minutos. No hay mayor complicación que la de dos jóvenes conviviendo y sin embargo, todo parece tan difícil…Cada palabra guarda una doble interpretación, un secreto que deja in albis al receptor. Gran punto el tema de la música, esta es inexistente, no se escucha una sola nota en todo el tiempo, exceptuando el instante culmen, cuando aparece momentáneamente para invitar a reparar en la importancia de lo sucedido. Después vuelve a desaparecer con la misma naturalidad con la que empezó. Casi todas las películas en la historia del cine moderno se han rodado con la música como elemento fundamental, precisamente por eso su ausencia causa un shock tan excepcional.

Otro tema es el parecido más que razonable entre esta historia y la famosa Atracción fatal dirigida por el estadounidense Adrian Lyne en 1987. Los mismos prototipos. Él encantador al principio, intrascendente después y sobre todo ella, que guarda una semejanza descarada con el personaje llevado por Glenn Close, una mujer insegura, aunque interesante, difícil primero, obsesiva y peligrosa después, alguien con un problema psíquico evidente que arrastra a los demás en su locura.

Una historia que habla de cambios repentinos, perfiles de personas opuestas, pero semejantes en algo inexplicable. Alguien con muchos problemas y alguien sin ninguno, facetas débiles y fuertes, amables y huraños, sinceros y mentirosos, pero sobre todo, enigmáticos. Un fiel retrato de la mente humana «in extremis». Alucinante, arriesgada y confusa, altamente recomendable. Un filme que representa algo tan opuesto como la noche y el día y tan parecido como las formas de trabajar de Lyne y Sorogoyen.19499973_fa1[1]

Cristina González Boyarizo

Periodista, redactora de la sección cultural en www.lasemana.es. Actualmente cursando Máster de Periodismo Cultural.

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