MARIO TESTINO, TODO O NADA

Bajando las escaleras de uno de los sótanos del Museo Thyssen; en una luminosa y ancha galería; sobre paredes blancas que confieren al espacio el clima de neutralidad necesario para sumergirse en las sensaciones que transmiten cincuenta y cuatro fotografías, se exhibe el trabajo de Mario Testino. Una panorámica que va desde la sofisticación de la alta costura a la elegancia de la desnudez. Un homenaje a los 30 años de profesión de este fotógrafo. El título: todo o nada, pero son precisamente los puntos intermedios los que enlazan y dan forma al contenido de esta exposición.

El autor afirma, al margen de las contradicciones que esto supone para los que critican el Photoshop en su obra, que le gusta eliminar la sensación de preparación de la fotografía. Sin embargo, las calculadas impresiones que evocan los retratos ponen de manifiesto el incumplimiento de su propia premisa. Un inteligente y eficaz uso de los colores, la luz, los fondos, y los escenarios desvisten progresivamente a las modelos hasta desembocar en la fuerza del detalle.

Presidiendo la muestra, una contemporánea Escarlata O´Hara teñida de rubio, ataviada con un corpiño de encaje y una pomposa falda en tonos marfil, posa con mirada desafiante entre suntuosos cortinajes suspendidos de techos interminables. A pocos pasos, otra imagen refleja a una distraída modelo que, con un fabuloso vestido de plumas digno de la más inocente princesa de cuento, parece haber sido sorprendida en medio de la sala de un museo, perdida entre resplandecientes esculturas dignas a su vez del más celebre tallista del renacimiento.

Al igual que el resto de fotografías ubicadas al principio del itinerario, éstas transportan al observador a escenarios de lujosos y recargados palacios de época en los que elementos como los tapices de seda, las lámparas de cristal o los revestimientos en oro acompañan y potencian los colores vivos que lucen las modelos. Una estética barroca se intercala con distinguidos retratos de una luz cegadora. En todos ellos las mujeres lucen atuendos sobrios y elegantes.

Esta inmaculada y superior belleza se ve truncada a medida que se avanza hasta la parte en la que las instantáneas de Testino reflejan el proceso intermedio en el que se desnuda la forma. La perfección de las primeras fotografías da paso a unas más transgresoras en las que la profunda oscuridad del color negro y la apasionada viveza del rojo aparecen enfrentadas con fondos blancos.

La trastienda de la moda se ejemplifica en la escena de un taller de esculturas despedazadas que muestran a una modelo que ha sustituido el delicado plumaje por el relleno del sostén y la faja. Esta vez mira directamente a cámara, subida a unos tacones que simbolizan la elegancia que la separa de las desmembradas extremidades que la rodean. Continúan en esa tónica imágenes agresivas que ponen de manifiesto la vulnerabilidad que se agazapa tras suntuosos vestidos y prohibitivas joyas. Los palacios de princesa se cambian ahora por escenarios fríos y callejeros en los que una desconchada fachada o una sombría esquina se llenan con mujeres a medio vestir que por sus expresiones duras parecen haber sufrido las consecuencias de una noche de solitaria resaca.

Pero la perfección del todo y la crudeza del algo dan paso al nada. Los siempre polémicos desnudos se desprenden del erotismo a favor de la naturalidad, la sutileza, la picardía y la ausencia de complejos. La feminidad de unos tacones o unas medias dejan de lado lo superficial para culminar la muestra con fotografías en las que la pureza del blanco y negro y el desenfado de los encuadres se han llevado consigo la artificialidad del color y los escenarios complejos.

Con un agradable sabor en el gusto y la vista culmina el paseo por esta exposición. Tras su visita es inevitable plantearse las grandes preguntas: ¿hay algo más detrás de la foto o sólo una demostración de técnica y calidad?; ¿pretende Mario Testino contar algo a través de sus representaciones?; ¿son éstas una alabanza a la moda o una crítica velada al mundo de la pasarela? Las respuestas probablemente se encuentren en la propia mirada del espectador que baje las escaleras de uno de los sótanos del Thyssen para entrar en una luminosa y ancha galería con paredes blancas y sumergirse en las sensaciones que transmiten 54 fotografías.

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