MARIA SCHNEIDER, UNA ACTRIZ QUE VIVIÓ MUERTA

Maria Schneider

Hay quien dice que en la vida construir y destruir son dos verbos sinónimos. Si eso fuese verdad, El último tango en París podría haber hecho de Maria Schneider una mujer fuerte, capaz e impecable. Pero lo cierto es que las circunstancias delatan que el film más polémico de Bernardo Bertolucci convirtió a esta dulce niña de 19 años en un mito erótico mundial que la condenó a la desgracia de por vida. La actriz sería recordada ya siempre por la escena de sexo anal con mantequilla en el suelo de un piso de París.

Los tabúes quedaban así rotos en la pantalla. Bertolucci, un maestro que en su cine y su mente se ha debatido durante toda su vida entre Marx y Freud, escapa por primera vez de lo político para proclamar el sexo como liberación en un momento histórico en el que la revolución y el cambio pasan en primer lugar por el cambio de la persona. Aunque la sociedad lo llamase ideología, la revolución era la revolución de las pulsaciones. Y estas son las pulsaciones del sexo, de la muerte.

El último tango en París, estrenada en el Festival de Cine de Nueva York el 14 de octubre de 1972, fue calificada enseguida como el film más liberador que jamás se había realizado. Aquel día no hubo masas ni ningún espectador lanzó nada a la pantalla, pero el enorme impacto se apreciaba ya en la fiesta que siguió al estreno, en la que el ambiente estaba contagiado de la tensión sórdida de la pantalla. Maria Schneider estaría sin duda drogada aún por los efectos de lo sublime que venía de vivir; la experiencia que le había sido brindada y en la que se había sumergido sin casi darse cuenta. Estaría seguro como cuando a uno le ocurre algo grave y no reacciona hasta tiempo después. Anonadada, extasiada, paralizada. Qué sé yo. ¿Quién soy para pretender ponerle adjetivos al estado anímico de una mujer que jamás volvería a ser la misma? Sólo ella fue la encerrada en un piso de París junto a un Marlon Brando portentoso e inmenso que encarnaba a un viudo desesperado. Sólo ella se metió en semajente tragedia que causaría su catarsis.

El último tango en París

¿Consciente o inconscientemente? Queridos todos, podemos leer o investigar. Hablar, teorizar o intuir. Pero los únicos que saben los secretos de una película son los que están metidos hasta los huesos en el rodaje. Y más si hablamos de aquella época, en la que el mismísimoGodard jugaba con la improvisación. Había guión, pero se trabajaba sobre lo que surgía. Maria declaró que fue violada por Brando en la pantalla, y que las lágrimas de la escena son reales. Lágrimas de impacto. Porque su virginidad, más allá de sexual, supongo que era vital. Una virginidad no recuperada jamás, la de una cría inocente que da el salto hacia la fama y es empujada hacia la maldición.

En verdad se sabe poco de ella. En la década de los 80 se empeñó en proclamar su apoyo al movimiento lésbico y desvelar así su homosexualidad. Venía ya de haber sido atrapada por lo más turbio: la cocaína y la heroína. Llevaba años entrando y saliendo de hospitales y psiquiátricos. Luego siguió haciendo películas y ganó varios premios, pero Maria era irreversiblemente la Jeanne abandonada y carnal que uno puede hasta oler en ese París anaranjado y teñido de destrucción. Incluso muerta, ella es la Jeanne desnuda y desesperada, deforme como las figuras de los cuadros de Francis Bacon que aparecen en los créditos.

Ahora, la protagonista del histórico film ha muerto. Bernardo Bertolucci, que está ya mayor y en silla de ruedas, se ha confesado: «su muerte ha llegado demasiado pronto. Me hubiera gustado abrazarla y al menos por una vez pedirle perdón». Desde el pasado 4 de febrero, en algún lugar entre Proust y Morrison, Maria Schneider está enterrada en el cementerio parisino de Père-Lachaise.

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