Este miércoles día 1 de diciembre se estrenó en Madrid la obra de teatro Los 80 son nuestros. En este momento de crisis general, y en particular de los medios de comunicación y cultural la idea de recuperar viejos éxitos, para atraer al público de aquel momento e intentar llamar la atención de sus hijos, se ha cogido como referencia los ochenta, cuyo remember parece empezar a durar ya más que la propia década.
No es ninguna obra de defensa a ultranza de la época, ni de su música, ni de su estética. Es la recuperación de la obra de Ana Diosdado que fue llevada por primera vez al escenario en 1988 con actores de teatro que luego pasaron a la televisión (Amparo Larrañaga, Luis Merlo, Toni Cantó, Lydia Bosh etc). En esta versión, dirigida por Antonio del Real, sucede al contrario: son actores que se han hecho famosos en series de televisión y ahora vuelven al teatro. Desde Compañeros (Antonio Hortelano) a Física o Química (Gonzalo Ramos y Alex Barahona) pasando por Los Serrano (Natalia Sánchez).
La obra trata de seis amigos de familias acomodadas en algún pueblo de la sierra cercano a Madrid que viven en chalets, todo en el escenario del pre, durante y post de la fiesta de Nochevieja que organizan en el sótano de la casa de dos de ellos cuya continua banda sonora es el éxito de Modestia Aparte ‘Cosas de la edad’. Alrededor, la tensión por si la noche se estropea ya que unos desconocidos con ‘mala pinta’ aparecieron esas fiestas por allí y recibieron una paliza y tienen miedo de que se quieran vengar. Todo esto para representar las ganas de salir del pueblo, hablar del futuro y sobre cualquier cosa de la vida como sólo los adolescentes saben hacer. Las desigualdades sociales, la delincuencia, cambiando de un tema a otro tan rápido que parece que nada tiene que ver, cuando en sus cabezas todo está más que claro y nadie les entiende. Por poner un ejemplo, la conversación entre la guapa y el hermano mayor de su amigo que hablan sobre la vida, él convencido de su superioridad de conocer el mundo mejor que nadie, ella con su bondad de querer ver que todo se puede cambiar.
Entre la pija guapa, la amiga, el violento, y la pequeña del grupo están los dos personajes más interesantes, hermanos y dueños del local donde se celebra la fiesta. Por sus bocas de niños bien, más elegantes y clásicos que el resto y con más formación, intentan salir dos estereotipos: el mayor, homosexual no reconocido y agnóstico de todo; y su hermano menor que intenta parecer un elegante manipulador de la gente de su alrededor, donde sólo una nueva versión de Eduardo Noriega hubiese sido convincente.
La más que nombrada magia del teatro apareció al final cuando hasta la escritora de la obra salió para dirigirse al público, desgraciadamente todo esto es muy distinto desde que el Teatro Calderón se llama Häagen-Dazs y el público debe dejar su tarrina de helado en la butaca para poder aplaudir. “Y qué más da, si son cosas de la edad”.