La televisión y la cultura

Una de las tertulias del programa Apostrophes
Una de las tertulias del programa Apostrophes

Por Francisco R. Pastoriza

Hace unos años publiqué un pequeño ensayo sobre las relaciones entre la cultura y el entonces (y aún ahora, pese a internet) más poderoso medio de comunicación de masas (Cultura y televisión. Una relación de conflicto, Gedisa) en el que, entre otras cosas, trataba de buscar una explicación razonable a la ausencia de lo que se entiende por cultura en la programación de la práctica totalidad de las cadenas de televisión españolas. Dejando a un lado el concepto de la misma televisión como medio de cultura de masas y de que una parte de los programas que se emiten sean considerados como tales (películas, series, dibujos animados…), en ese escrito me refería en realidad a la ausencia de programas de artes plásticas, de literatura, de música, de teatro… así como de informativos que abordasen el hecho cultural de la misma manera que existen para disciplinas como deportes, sociedad, política o asuntos del corazón. A excepción de unos pocos espacios culturales de La 2 de TVE y de otros tantos de las televisiones públicas de algunas comunidades autónomas (sobre todo de las que tienen un segundo canal), el resto de televisiones no emitían entonces ni emiten ahora (incluyendo la amplia oferta de la Televisión Digital Terrestre) ningún programa que se pueda considerar cultural en el sentido al que aquí me refiero.

Una de las tertulias del programa Apostrophes
Una de las tertulias del programa Apostrophes

En principio puede parecer sorprendente que un medio que nació con todas las condiciones a su favor para convertirse en una formidable herramienta de divulgación cultural y que en sus primeros años apuntaba hacia ese objetivo como una de sus prioridades, haya prácticamente erradicado de sus contenidos de programación (si exceptuamos los mencionados espacios puntuales de algunas cadenas públicas) todo aquello que se pueda identificar como cultura. La presencia de la cultura en las televisiones europeas ha sido uno de los fenómenos más interesantes del medio en relación con la programación y el nacimiento de nuevos géneros televisivos. Fenómenos como el de los presentadores Bernard Pivot en Francia, con programas como “Apostrohes” y “Bouillon de culture”, o el de Marcel Reich Ranicki en Alemania con “El cuarteto literario” son ejemplos de hasta dónde se puede llegar en contenidos, creatividad, impacto social e interés didáctico con programas realizados por buenos profesionales y en los que la imaginación y la puesta en escena no necesitan de grandes inversiones económicas para ser social e incluso económicamente rentables.

Lo sorprendente es la total ausencia, por parte de la opinión pública, de reivindicaciones para que al menos las televisiones públicas, pero también las privadas (cuya ley las define, no se olvide, como un servicio público) mantengan en sus parrillas de programación algún espacio cultural aunque sea a horas intempestivas: una de las constantes de los programas culturales, desde siempre, es la de su emisión en horarios marginales. Existe un amplio consenso en la crítica a la televisión-basura y a los reality, pero no se aprecia una clara reivindicación social de emisiones culturales alternativas a esos géneros. Esa reivindicación de una televisión de mayor calidad y de servicio público procede ahora de sectores como las universidades, que antes sólo se ocupaban del análisis de sus contenidos y del estudio de sus efectos. Traemos a estas páginas uno de los libros que reúne las ponencias presentadas en un congreso organizado por la Universidad de Zaragoza sobre el papel de la televisión cultural durante uno de los periodos históricos en los que la televisión fue un importante referente sociopolítico (Televisión y Literatura en la España de la Transición 1973-1982. Ed. Institución Fernando el Católico). En esta publicación se hace una crítica a la actual situación de la cultura en la televisión a través de un elogio paralelo a los programas culturales en unos años (una cierta edad de plata) en los que nuestra televisión produjo una serie irrepetible de excelentes programas culturales como Encuentros con las letras, Alcores, Estudio 1 o A fondo, que aquí se analizan extensamente.

La televisión como instrumento de cohesión

En esos años la televisión utilizó el potencial de la ficción española para producir discursos culturales e ideológicos y asentar los valores simbólicos de la democracia recién estrenada, al mismo tiempo que para romper tabúes sociales fuertemente asentados (partidos políticos, el divorcio y el aborto, nuevos usos culturales, etc.). Series como Fortunata y Jacinta, La Regenta, La forja de un rebelde, etc. ayudaron a cohesionar políticamente el país, mientras con Cañas y barro o Los gozos y las sombras se buscaba una adhesión emocional de los espectadores a las señas de identidad de las nuevas Comunidades Autónomas. La profesora Carmen Peña Ardid analiza en este libro cómo se enalteció el modelo del catalanismo burgués en la adaptación de varias obras de Ignacio Agustí presentadas bajo el título de La saga de los Rius, serie que se emitió durante la campaña para el referéndum sobre la Ley para la reforma política, cuando el presidente Suárez acababa de prometer un estatuto para Cataluña, y la oportunidad de que cada capítulo estuviera precedido por la emisión de un minireportaje de la serie Cataluña 4 esquinas (la emisión de Cañas y barro, del valenciano Blasco Ibáñez, coincidió también con la elaboración del estatuto de autonomía de la Comunidad Valenciana).

Los intelectuales y la televisión

Los intelectuales mantuvieron durante los primeros años de la televisión en España una actitud desdeñosa hacia el medio. En su ámbito, el no tener televisor en casa era una marca de prestigio añadida (aún hoy algunos siguen presumiendo de ello) aunque con el tiempo justificaron su interés por el nuevo medio en su capacidad para divulgar la cultura (sobre todo la de sus obras, cuando observaron el impacto después de una entrevista) y también como útil herramienta educativa. Así que la participación de los intelectuales en la televisión se hizo cada vez más frecuente.

El catedrático Manuel Palacio advierte del nacimiento, desde los primeros años, de una nueva figura a la que denomina «escritor teleasta», aquel que escribe obras para el medio: Adolfo Marsillach, Antonio Gala, José María Pemán, los Goytisolo… Posteriormente, los intelectuales sintieron la necesidad de comentar la programación del nuevo medio no sólo a través de periódicos y revistas independientes sino desde las mismas páginas de TeleRadio, la revista oficial de TVE: Dámaso Santos, Daniel Sueiro, Manuel Alcántara, César González Ruano… hacían en sus páginas con frecuencia críticas y reseñas de espacios televisivos diversos. Ahora las televisiones buscan en los intelectuales una legitimación para algunos de sus programas: Tele 5 contrató al filósofo Gustavo Bueno para comentar las primeras emisiones de Gran Hermano (y lo hizo elogiando la oportunidad y el contenido del programa. Véase su Telebasura y democracia, Ediciones B). Aún así se mantiene en la mayoría de los intelectuales una actitud crítica hacia la televisión, herencia de los presupuestos de la Escuela de Frankfurt, mientras una cierta izquierda, asegura Manuel Palacio, busca en la televisión un fantasma que nunca existió.

Televisión y literatura

La serie Los libros (emitida entre 1974 y 1977) ilustra de modo excepcional cómo la cultura puede trascender los ámbitos que se le presuponen. Los responsables de este programa encontraron en los clásicos de la literatura española una coartada culturalista para explicar la España real, tratando de introducir a través de la ficción lo que la censura y la manipulación informativa hurtaban a la opinión pública. El profesor de la Universidad de Santiago Luis Miguel Fernández desentraña los mensajes que los adaptadores de las obras de esta serie, a través de la manipulación de contenidos y la alteración de desenlaces, hacían llegar a un público atónito. Así, la aceptación del adulterio sin castigo en Casarse pronto y mal de Larra, la del suicidio en La Celestina de Fernando de Rojas, la homosexualidad en El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, la asunción del aborto en La abadesa preñada, de Gonzalo de Berceo… burlando a una censura que creía que los clásicos garantizaban la asepsia ideológica.

Efectivamente, fue en los espacios de ficción y no en los informativos, donde comenzó a filtrarse cierta realidad no consentida, afirma el profesor José Luis Calvo, quien señala que la serie Verano azul representa como ningún otro programa la alegoría de la recién estrenada España democrática. Lo mismo ocurrió con la serie Cuentos y leyendas, donde los directores aprovecharon la escasa libertad incipiente para elaborar unos productos que tenían menos que ver con los textos originales que con sus preocupaciones políticas. Además, la televisión de la transición, en la ficción más que en los informativos, fue una aliada excepcional de la novela a la hora de ganar lectores, de reactivar nuevos gustos narrativos y de despertar interés por la realidad inmediata.

Televisión y educación

El profesor Antonio Ansón observa cómo a raíz de la llegada de la televisión a España se produce un cambio de paradigma cultural del idioma francés al inglés en el sistema educativo. Este tránsito se ve reflejado en la presencia de autores y de obras anglosajonas en la pequeña pantalla, en detrimento de las de otras culturas. En 1982 las adaptaciones para la televisión de obras en inglés incluso llegaron a superar a las españolas (ese año todas las obras adaptadas para el espacio El drama contemporáneo fueron de origen anglosajón), coincidiendo con la adopción en nuestro país de un modelo cultural dominante, una anglosfera todavía vigente. Así que no es exagerada la afirmación de Jesús Timoteo Álvarez, que en su ponencia afirma no sólo que la televisión transformó de modo fundamental nuestros más primigenios conceptos y actitudes vitales (P.234), sino que actualmente son los formatos y modos de la televisión quienes definen la manera de hacer los negocios y la política y que fue la televisión la que cambió la esencia misma de la democracia parlamentaria transformándola en una democracia mediática.

Francisco Rodríguez Pastoriza

Profesor de Información Cultural y de Comunicación e Información Audiovisual en la Universidad Complutense de Madrid, ha sido adjunto a la Jefatura del Área de Cultura de los Servicios Informativos de TVE y colaborador del Suplemento cultural El Sábado de El Faro de Vigo y Saberes de La Opinión de A Coruña. Entre sus libros cabe destacar "Periodismo Cultural" (Síntesis, 2006), "Cultura y Televisión. Una relación de conflicto" (Gedisa, 2003), "La mirada en el cristal. La información en televisión" (Fragua, 2003), y "Perversiones televisivas. Una aproximación a los nuevos géneros audiovisuales" (IORTV, 1997).

1 Comment

  1. Muy interesante. Para mí, en especial, la idea de que la televisión influyó en el cambio de actitud hacia el principal idioma internacional a adoptar en España; aunque yo creo -desde luego- que fueron también otros factores, estratégicos, históricos, los que influyeron en la aproximación al inglés dejándonos retrasados (en minoría, más bien) a los francófilos y francófonos.

    Y me ha complacido también que se resalte “la actitud desdeñosa hacia el medio” televisivo por parte de una gran parte de los intelectuales. Han transmitido ese desdeño ignorante, altivo, lleno de prejuicios, hacia varias franjas de la sociedad joven. Convencidos y juntos en su menosprecio sostienen toda clase de supersticiones (ingenuas) hacia las nuevas tecnologías de la información; pero desconocen las posibilidades de progreso que persisten en el medio televisivo. Confunden lo mayoritariamente existente con sus posibilidades de apertura progresista. En especial, como bien se señala aquí, en lo que se refiere a la cultura. Gracias por la reflexión. PACO AUDIJE

    Un abrazo,
    PACO A.

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