Nos encontramos, sin duda, en la época del biopic. No solo nos encantan las películas que narran acontecimientos fidedignos por la satisfacción que da comprobar que a veces la realidad supera a la ficción. También disfrutamos mirando al detalle cómo están hechas. Buscamos fotos de los protagonistas reales y las comparamos con la caracterización de los actores. Nos fijamos con total atención en las piezas de ropa, e incluso en los escenarios en los que los acontecimientos se desarrollan.
Seguramente, de hecho, en este mismo momento estéis pensando en la última vez que hicisteis esto con una película. En mi caso, se trata de La casa Gucci, aunque el resultado fue tan decepcionante que me cansé pronto de hacerlo. Nada que ver con la admiración por la reproducción de los hechos que sentí al ver Rocket man, por ejemplo, o incluso con producciones más modestas como Extremadamente cruel, malvado y perverso.
A continuación, nos adentramos en la crítica de La casa Gucci, la nueva película de Ridley Scott, que no ha salido bien parada a pesar de la interesante premisa que nos ofrecía.
Parecidos no muy razonables
En el nuevo filme de Ridley Scott, sin embargo, los parecidos no llaman la atención. Son modestos, simplemente, y claramente no preocupan especialmente.
No encontramos entre el metraje esas recreaciones casi exactas de fotografías y vídeos de los protagonistas auténticos de las historias, como sí vemos, por ejemplo, en Bohemian Rapsody, reina indiscutible de la fidelidad visual. En este vídeo podemos observar algunas comparaciones entre el material gráfico original de Queen y los fragmentos del metraje. La similitud es tanta que no podemos evitar emocionarnos al contemplarlas en la gran pantalla. Al fin y al cabo, ¿quién no querría que Freddie Mercury resucitase, al menos por un par de horas? ¿Quién no querría viajar en el tiempo para poder asistir al Live Aid de 1985?
Esta distancia visual entre película y realidad de La casa Gucci sería secundaria si la trama funcionase correctamente. No es así, sin embargo. La materia prima es buenísima: una mujer de origen humilde que se casa con un Gucci y, cuando la relación se tuerce, encarga su asesinato. Lo cierto, no obstante, es que esa gran historia se desperdicia por completo, se hace demasiado larga y aburrida. De hecho, a veces parece que lo único que se busca con este metraje es satirizar a la archiconocida familia del mundo de la moda. Los temas que pueden interesar, como la evasión fiscal de los Gucci pasan a un segundo plano. Las tiranteces entre Mauricio y su esposa se alargan hasta la extenuación.
La trama se extiende durante dos horas y treinta y ocho minutos, en los que da la sensación de que hay una gran cantidad de contenido de relleno. En él suele hacerse patente el lujo que ostentan los Gucci. Esto sirve para mostrar no solo su gran influencia, sino el gusto con el que Patrizia Reggiani se acostumbra a su nueva vida de viajes a Nueva York y trajes lujosos diseñados por su familia política. Esto puede tener sentido para irnos acercando al crimen con el que finaliza la película, pero se hace pesado e impide que la película avance.
Quizá, el problema principal sea que los hechos reales no son suficientes para una película de más de dos horas y media. Ni siquiera con las licencias artísticas que se le han permitido ni con los abundantes planos de Patrizia Gucci luciendo sus inmensos pendientes y sus ceñidos trajes de alta costura.
De cliché en cliché y tiro porque me toca
Lo peor es que, cuando las escenas destinadas únicamente a mostrar el lujo terminan, lo que empiezan son una sucesión de clichés sobre Italia, sobre los diseñadores de moda y sobre los ricos, que convergen todos en la figura más ridiculizada y peor parada de todo el metraje: Paolo Gucci, primo de Mauricio. Este personaje parece un diseñador arruinado sacado de una sitcom barata. Está tan ridiculizado que ni siquiera te crees que pueda estar encarnando a una persona real, de carne y hueso. Sin duda, este personaje te hace entender enseguida por qué la familia Gucci planea demandar a Ridley Scott por la grabación de la película. Sin embargo, lo cierto es que ninguno de los miembros de la familia sale bien parado.
Lo único que destacaría de la película positivamente es el reparto. La química entre Lady Gaga y Adam Driver consigue que nos mantengamos atentos al hilo conductor de la película. Por su parte, la fuerza de actores secundarios como Jeremy Irons y Al Pacino, que interpretan a los patriarcas Gucci, suman interés y calidad a una cinta que bien lo necesita.
En resumen, La casa Gucci coge una historia buena y fracasa a la hora de hacerla atractiva e interesante para el público, tirando de clichés y de escenas vacías de contenido, llenando dos horas y media con escenas de relleno y presentándonos a unos personajes que no somos capaces de creernos. Ni siquiera el rimbombante apellido Gucci ni la estética lujosa consigue salvar esta película.