‘ISPANSI’, ESPAÑOLES EN RUSO

Ispansies la última película de Carlos Iglesias. Éste, en virtud de su ópera prima Un franco catorce pesetas, se desligó con soltura de su papel protagonista en la serie Manos a la obra. Aquel caso, a pesar de buscar la sentimentalidad a costa de desordenar la habitación, tuvo aciertos que han hecho que se esperara con esperanza el segundo largometraje del realizador nacido en Madrid. Siguiendo la línea del exilio, aborda el amor entre una mujer de derechas de incógnito y un comisario político republicano en el convoy de los celebrados “niños de Rusia”.

El propio Carlos Iglesias afirma que deseaba propiciar un encuentro de las dos Españas con este filme, y, dada su condición de director y protagonista, habrá que otorgar algo de credibilidad a su testimonio. Sin embargo, “el camino del Infierno está empedrado con buenas intenciones”, dicen por ahí. Aunque resido en Madrid, no creo haber estado aún en el gehena, pero a nivel teórico el dicho parece ser acertado, al menos en este caso. Son tantas las veces que, a lo largo de la hora cuarenta de metraje, se nos dice del interés conciliador de la obra, que no tenemos más remedio que sospechar. Parece que Iglesias ha ignorado aquí la necesidad de la falsa modestia, porque si alguien es bueno ha de demostrarlo con los actos y todos le creerán, pero si, en un arranque de sinceridad, el filántropo llega a justificar sin ser preguntado, incluso preguntándole sería sospechoso: “es que soy bueno”, en ese preciso instante dejarán sus congéneres de verlo depositario de bondad.

Algo semejante sucede con la imparcialidad y la honradez en el dibujo de los tipos. Más que hombres, los personajes se acercan peligrosamente a las figuras prototípicas de los carteles de la contienda civil, sobre todo los del bando nacionalistas (menuda sorpresa). En una escena de la alta sociedad en la Sevilla de la posguerra, se concentran las imágenes del más maniqueo costumbrismo político, quién sabe si directamente basada en Amar en tiempos revueltos: vanidad, alta jerarquía eclesiástica, hipocresía y decrépitas e inhumanas glorias militares (póker). No en vano, el cartel de la película asevera estar inspirado, que no basado, en hechos reales. Si el término “basado” en hechos reales es discutible siempre, “inspirado” en hechos reales es directamente falaz, o al menos lo es como distinción o particularidad. Cualquier obra de ficción es eso, ficción, puede ser más o menos verídica, pero jamás es más o menos “inspirada” en la realidad.

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Dentro de los elementos puramente cinematográficos de la película encontramos otros problemas. En primer lugar el texto es bastante deficiente en todos sus aspectos, sobre todo en lo inverosímil (aquí parece que no se inspiró tanto en la realidad) de los diálogos, lo que provoca el naufragio de unos actores que tampoco está muy claro que lo hubieran hecho mejor con otro texto. Eso sí, entre ellos destaca claramente un Carlos Iglesias que se ve con mucho más bagaje y talento dramático que el resto. Si esto no bastaba para acercarlo al telefilm, habrá que sumarle la elipsis empleada aleatoriamente y con deficiencia. En detrimento de un tempo narrativo potable, cuenta todo lo que puede y más de lo que debe, de tal forma que le sigues en un salto y en el segundo, en el tercero te da igual donde vaya a parar el saltamontes. Demasiado es lo que se sucede hasta el inicio del romance y también entre su comienzo y desenlace. Mientras tanto, niños para arriba y para abajo, pero sin que éstos tengan la relevancia suficiente o deseable, porque los niños aparecen simpáticos pero aparecen poco.

Uno de los puntos fuertes de la película es tanto la fotografía como la ambientación. Algunos han señalado ciertos puntos donde puede confundirse con una producción hollywoodiense. ¿Es eso bueno? Sólo si eres una producción hollywoodiense, cualquier otra cosa sería imitación o una especie de ingratitud con la naturaleza propia, una operación de cirugía estética con la consiguiente artificiosidad en el rostro. Es por este motivo que no comunica, que tiene la monstruosidad, la falta de coherencia de una obra fílmica recauchutada.

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