Con la película Inmortales queda demostrado definitivamente que la fórmula de 300 (historia antigua, sangre y músculos) sólo funciona si hay un buen guión detrás que la respalde. Henry Cavill, que en 2013 dará vida a Superman en la gran pantalla, se convierte en esta “desventura” mitológica en un Teseo nada creíble que, cual San Sebastián barroco, desfila por la Antigua Grecia como si de una pasarela de moda se tratase.
La brutalidad de los combates contrasta con los cuidados a los que los guerreros someten sus cuerpos: dientes más blancos que los de David Meca, brazos y torsos depilados y peinados de futbolista se entremezclan con entrañas desparramadas, cabezas voladoras y miembros cercenados.
Mickey Rourke, la única buena elección del casting, interpreta a Hiperión –quizá el personaje más carismático del filme-, el despiadado villano que, con máscara de lentejuelas doradas y un casco de vagina dentada, trata de vengar la muerte de su familia matando al panteón de un Olimpo poblado por unos dioses demasiado “divinos”. Stephen Dorff completa un reparto que bien podría haberse reclutado en el plató de Mujeres, hombres y viceversa.
Para rematar –en todos los sentidos- la fórmula, la película incluye la escena de sexo más gratuita y fuera de lugar de la historia del cine, demostrando que ni el bellísimo trasero de Freida Pinto -recientemente aparecida en Slumdog Millionaire y El origen del planeta de los simios– consigue salvar una película sin un guión medianamente consistente.
Inmortales -una buena opción si planeas dejar a tu pareja y quieres que su peor recuerdo del día no sea cómo le has roto el corazón- golpea de nuevo la entrepierna de la mitología griega, ya enrojecida y dolorida tras el estreno en 2010 del remake de Furia de Titanes.