GUEORGUI PINKHASSOV, UN FOTÓGRAFO ARMADO CON UN REVÓLVER

gueorgui pinkhassov

Cada viernes redescubro mi suerte: un maestro me pone ante las manos libros de fotografía de autores que la mayoría de las veces no había oído nunca. Fotógrafos reconocidos o desconocidos, libros de ediciones peculiares, cuidadas, innovadoras. Cada viernes observo en la biblioteca de la escuela el trabajo de numerosos fotógrafos a los que no puedo sino admirar. Pero lo que me ocurrió cuando cogí el libro Sightwalk, de Gueorgui Pinkhassov, fue más allá. No se pareció a nada de lo que había sentido antes con ningún otro fotógrafo.

Sightwalk, de Georgui Pinkhassov

Gueorgui Pinkhassov nació en Moscú en 1952. Desde niño se interesó por la fotografía y el cine, y estudió en el Instituto Superior de Cinematografía de Moscú, pasando luego a ser fotógrafo de plató en los estudios Mofilm. El 1978 el realizador Andrei Tarkovski le contrató como fotógrafo para su film Stalker. Pinkhassov había alcanzado ya por entonces la categoría de artista independiente, pero din duda su experiencia con el cineasta le consolidó y le influyó en gran medida.

Cartier Bresson significa la fotografía para Tarkovski, y ha acabado significando casi todo también para el fotógrafo ruso. «Manos, ojos, corazón… El ojo toma una decisión, es como el gusto. Las manos son la artesanía, la capacidad técnica que toma sus raíces en la fotografía como arte. El corazón, algo difícil de alcanzar, inexplicable e íntimo, y al mismo tiempo universal, -el espíritu creativo-«. Pinkhassov desmenuza estas frases de Bresson: las manos, los ojos y el corazón te liberan y permiten abrir caminos para crear, no para imitar. Quizá esto, explica él, es lo que unía y une a los fotógrafos de la Agencia Magnum.

  Sightwalk, de Gueorgui PinkhassovGueorgui Pinkhassov no quería fotografiar la calle, prefería no inmiscuirse en las vidas ajenas. Pero el destino le ayudó a cambiar esa manía suya: un día le regalaron una cámara Zorki, la versión rusa de Leica, equipada con un gran angular Russar de 20mm. Podía hacer fotos desde la cintura sin tener que enfocar… Pinkhassov comenzó a demostrar entonces que su trabajo sería plenamente artístico, incluso abstracto. Una investigación a través de la luz y el color.

Sightwalk, ese libro delicado y enigmático de color malva que constituye el primer trabajo de este artista ruso afincado ya desde hace tiempo en París, es una obra maestra de la forma, el ritmo y el color de la mano de imágenes captadas en Tokyo.

La imagen que he escogido para ilustrar la descripción de su obra se llama The new metro. En ella vemos a una niña de rasgos japoneses mirando hacia el fotógrafo, apoyada en la ventana del último vagón de un metro. Es importantísimo el tratamiento del color, del que Pinkhassov es un completo maestro (los tonos azulados y verdosos que dan los fluorescentes nos adentran en esa atmósfera característica del autor ruso, de la que tanto se ha hablado) y también la composición. Una composición alocada que hace que funcione a la perfección, pues da esa sensación de cotidianidad en la que la colegiala ha sido capturada. Y es que, como dice el propio Gueorgui Pinkhassov, “la cámara es como un revólver que, a veces, como en la ruleta rusa, acierta con precisión repentina e inesperada.”

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