GLOSSOPOEIA: LA CONSTRUCCIÓN DE UN LENGUAJE

Imagen de la obra

Alberto Posadas presenta su última obra en Madrid después de haberla estrenado con gran aceptación en Francia y Bélgica. Lo hace, además, interpretando el papel de concierto inaugural del ciclo Operadhoy, toda una declaración de intenciones por parte de Xavier Güell, su director artístico.

No se podría pensar en un mejor marco que este para la puesta en escena de una propuesta que, sin perder su identidad propia, sigue sin complejos la tendencia general de los creadores contemporáneos obsesionados con la búsqueda de la fórmula definitiva de “arte total” (que ya iniciara Wagner con sus óperas), en la que se trabaja la interacción de diferentes disciplinas artísticas dentro de un contexto común, erigiendo el espectáculo multidisciplinar en una suerte de paradigma de la modernidad, si bien este planteamiento tiene poco o nada de original y novedoso.

No entraré a valorar aquí si son válidas o no las propuestas artísticas en cuya concepción el componente estético se devalúa en la escala de prioridades, dejando paso libre a la innovación y experimentación casi ilimitadas, o si acaso, constreñidas solo por fórmulas matriz generadoras de material, preestablecidas además de manera arbitraria.

En este caso se trata de vídeo, danza, y música que se relacionan entre sí con un lenguaje a mitad de camino entre la improvisación fruto del binomio “acción-reacción” y la más estricta observación de patrones compositivos descendientes de algoritmos matemáticos.

Dice el compositor que a él le gusta que la actitud ante su obra sea de “conocer, y no de reconocer”, por lo que prefiere no explicar nada de su proceso creativo antes de la exposición, y es esta una postura comprometida y peligrosa, pero también audaz y profundamente honesta, no en vano, asegura también que la sinceridad que le debe a su espectador es la base de su trabajo, buscando transmitir exactamente lo que quiere, sin tener en cuenta a su público. Bromea con la idea del absolutismo ilustrado: todo para el pueblo, pero sin el pueblo.

Se puede decir de esta obra sin ningún temor a equivocarse que es el resultado del trabajo minucioso de al menos dos mentes generadoras, el propio compositor y el coreógrafo Richard Siegal, si bien es obviamente necesario destacar la labor del ingeniero que les ha proporcionado las herramientas tecnológicas que necesitaban en cada momento para plasmar su intención, que es además hermano del compositor.

Danza hipnótica, onírica, a veces infantil, transmitiendo casi siempre la impresión de ser un elaborado juego entre los bailarines, que fueron lo mejor de la obra.

Vídeo con la misma capacidad de atrapar la mirada en el infinito desarrollo sobre sí mismas de las imágenes, dependientes además de los movimientos de la danza.

El tercer elemento (no por orden de importancia, supongo) es el que no encaja demasiado en esta propuesta, si el fin era buscar algo nuevo. La partitura no ofrecía en absolutamente ningún momento algún elemento sorprendente, innovador, original, o siquiera que no fuera totalmente predecible. Una mixtura de efectos ya demasiado explotados, una paleta de colores escasa y monotemática, plagada de recursos técnicos repetitivos y tan característicos de la música que se compone actualmente que parece sacada de una máquina generadora en la que solo hubiera que introducir cinco o seis elementos (no más) y accionar el mecanismo.

A favor de los intérpretes hay que decir que lo intentaron, y que este tipo de música exige una excelencia técnica que requiere de plena concentración, pero, aunque estuvieron dignos, distaron mucho de ofrecer la precisión requerida, imposible de contrarrestar con un exceso de gesto y teatro, aunque no es eso lo que parecía creer el cellista.

Dejando de lado este aspecto, se puede admitir que es en conjunto una obra entretenida, y eso es ya más que un triunfo, y nunca se podrá dudar de que el trabajo de Posadas es meditado y riguroso.

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