¡GÍRALO! AL FINAL SE ABRIRÁ…

El hielo congela, el filo de una cuchilla corta. Las hileras de un patín dibujan surcos sobre el suelo, laberintos tabicados por asfixiantes entrelazos humanos. No hay salida. Tan sólo, giros infectados. Los años corren. El filo sigue cortando. El antídoto está maquillado. Una simple mirada, una simple caricia. Enmascaradas con ternura, ambas pueden endulzar el pinchazo; no así el dolor. Los años corren. El filo sigue cortando. Un corazón bombeando cada vez con menos fuerza; una sonrisa enjuagada cada vez con más lejía. Hasta apagarse. Hasta expirar. El tiempo pasa, todo sigue igual. Un cristal translúcido, un silencio atronador, nada más, pues nada más es necesario para diseccionar el antifaz de Lluis Homar y sentir lo que corre por la piel de su hija en la ficción. Nada vemos y lo vemos todo. Nada se nos dice y los oídos nos retumban frente a la vida de una joven raída por una puerta que se cierra y unas manos que la acarician. Por unos oídos que no la escuchan y el sonido de una tragaperras.

Eso es todo. No más que lo estrictamente necesario para contar una historia ácida que no necesita de adornos para entenderse. Que los repudia, que los vomita. Que no hace pasar del esófago más que en aquellos momentos en los que, dando un salto, el relato se instala en el presente para mostrar testimonios relacionados con la misma; innecesarios y causantes de que la historia pierda fuerza. En contra de las intenciones perseguidas, lo hace en referidos momentos, no en el resto de la película, donde éstas sí se logran satisfacer. Silencios poderosos, diálogos escasos, música exigua: herramientas infalibles; adecuadas para una película en la que el asunto tratado, el abuso sexual de una menor, requiere de un cuidado en extremo y de un tratamiento que bajo ningún caso enturbie el respeto que solicita. Aquel desde el que todo tema comprometido y de denuncia ha de contarse y que en esta película se mantiene de principio a fin tanto por la limpieza del guión como por la habilidad para hacer saber sin enseñar, para hacer ver sin mostrar, lográndose que aquello que no se ve, que no se cuenta sino que sólo se deja intuir, tenga tanta fuerza como aquello que se cuenta de modo explícito, que no es gran cosa.

Los rostros lo dicen todo. Su expresión habla por sí sola. Sin necesidad de apenas mucho más, nos cuentan hasta aquello que repugna conocer. Lo hace esa mirada. Esa mirada tierna, sombría y deforme con la que, acertadamente, Lluis Homar logra suscitar un crisol de emociones: Miedo, repulsión, ternura… Sí ternura, escabrosa ternura. Aquella que sólo una víctima de su propio problema puede suscitar; aquella que, una vez se fractura su piel, no desprende más que un olor nauseabundo y enfermizo, y que el actor transmite de un modo intachable. También habla la de Belén Rueda quien, sin aparecer demasiado en la película, cuando lo hace logra convertirse en un espejo en el que todos podemos reflejarnos. En un espejo helado por fuera y deshecho por dentro. En un espejo duro y frágil, pero ante todo, repugnante. Nada lo es más que la incapacidad para enfrentar la realidad.

Tampoco que unos ojos cerrados cuando otros quieren abrirse y no pueden. Cuando unos quieren ver más allá y no lo consiguen, en los albores de la vida, en los albores de un viaje que no está más que empezando y no puede avanzar.

No tengas miedo, no lo tengas.., todos lo tenéis… Sus pasos avanzan, su mirada te sigue.., ya ha girado la esquina.., pero no tengas miedo, avanza tú más deprisa, ¡hazlo!, eres más ágil… Tampoco tú lo tengas, ¡enfréntalo! No puedes, eres cobarde… Mira el picaporte de la ventana.., míralo como ella, está oscuro pero tras él hay luz.., sólo necesitas girar su mango… ¡Inténtalo! ¡Gíralo y al final se abrirá! Ella lo ha logrado… Tú nunca lo harás.., eres cobarde…

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TÍTULO: NO TENGAS MIEDO
DIRECTOR: MONTCHO ARMENDÁRIZ
GUIÓN: MONTXO ARMENDARIZ, MARÍA LAURA GARGARELLA
REPARTO: MICHEL JENNER, LLUIS HOMAR, BELÉN RUEDA, NURIA GAGO, RUBÉN OCHANDIANO, CRISTINA PLAZAS, JAVIER PEREIRA
PAÍS: ESPAÑA
ESTRENO: 2011

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